El espantajo ruso
Putin pierde influencia pero sabe proyectar internamente su imagen de hombre fuerte que personifica el interés nacional ruso
Cuando Nietzsche proclamó la muerte de Dios, el peso de la responsabilidad personal cayó como una losa sobre los hombros de una sociedad habituada secularmente a un paternalismo religioso que determinaba sus vidas de la mano del absolutismo monárquico. La aparición en Rusia del comunismo, al final de la Primera Guerra Mundial, canjeó el determinismo religioso por el de la dictadura del proletariado.
Tras el colapso de la Unión Soviética, las certezas tras la que se amparaban los ciudadanos rusos se desvanecieron súbitamente, sumiendo a la sociedad rusa en el desconcierto.
La aparición en Rusia del comunismo canjeó el determinismo religioso por la dictadura del proletariado
Vladimir Putin leyó bien este sentimiento popular, y supo rehabilitar, tras su victoria electoral en marzo del 2000, a los servicios de inteligencia para dotarse de un círculo de hombres fuertes, los denominados siloviki, provenientes de los servicios de seguridad, que facilitaron la expulsión de la influyente oligarquía judía que se había hecho con el patrimonio de la Unión Soviética y la sustituyeron por una oligarquía propia, que ahora lleva las riendas de Rusia con mano de hierro.
El éxito de las estructuras de poder creadas por Putin lo prueba el amplísimo apoyo que recibe de los jóvenes rusos, quienes solo han conocido la Rusia post-soviética bajo el dominio de Putin, y que han comprado el discurso de grandeza global que articula su política expansionista.
Putin ha tenido la habilidad de presentar a los suyos lo que no deja de ser una economía mediocre –apenas del tamaño de Canadá– como una superpotencia, para enarbolar una narrativa propia, pero de corte nacionalista-romántica, en la que el culto al liderazgo de Putin en la Gran Madre Patria ocupa el vacío que dejó la muerte del dios Nietzschiano antes mencionada.
Putin y las realidades de Rusia
Sin embargo, la reciente histeria con la que en ciertos países occidentales se ha respondido a la asertividad de Putin, y la previsible retórica encendida hacia Rusia de John Bolton, no se corresponden con la realidad del poder real del que dispone Putin.
La reinstauración de una Guerra Fría light expresada poco antes de las elecciones del 18 de marzo presentando las nuevas Wunderwaffen rusas y la sospecha del uso de injerencias informáticas en terceros países, no puede ocultar que Rusia carece del alcance militar y global necesario para situarse en la liga mundial que en su día ocupó la Unión Soviética.
Rusia carece de alcance militar y global para jugar en la liga mundial que jugó la Unión Soviética
De hecho, la esfera de influencia real de Putin se limita a los antigua países de la órbita soviética, entre los que se cuentan Venezuela, Cuba, Sudán, Corea del Norte, Siria y Serbia. China es una superpotencia de pleno derecho, que impone sus propios términos en el trato con Rusia, mientras que Corea del Norte es poco más que un peligroso enfant terrible, un paria sobre el que Putin no tiene ascendiente.
Si a esto sumamos que Rusia ya no ejerce sobre la India la influencia estratégica que tuvo durante la Guerra Fría, habremos de convenir que la influencia de Rusia en el importantísimo vector asiático es perfectamente descriptible.
La influencia real de Putin se limita a los antigua países de la órbita soviética como Venezuela
De ahí que la política exterior de Putin se limite a escaramuzas subsidiarias para consumo interno y limitadas al ámbito de la geografía de las antiguas repúblicas socialistas soviéticas, especialmente Ucrania, país que fue dejado a sus suerte por occidente cuando no honró el protocolo de Bucarest de 1994 que les comprometía a defender la integridad territorial de Ucrania a cambio de que ésta renunciase a su arsenal nuclear.
Así, cuando Rusia interpretó como una amenaza la expansión de la OTAN hacia el Este, su apuesta geopolítica al desestabilizar las regiones orientales de Ucrania y ocupando Crimea tuvo mucho de pírrica, al sufrir una caída del PIB del 35% como consecuencia de las sanciones impuestas a Rusia.
Además, reforzó la determinación de los ucranianos para seguir la estela de Lituania, Letonia y Estonia e integrarse en occidente, alejándose del proyecto imperial de Putin, cuyo talón de Aquiles es que sigue siendo tan dependiente de los precios del petróleo como cuando llegó al poder hace 18 años.
El incompetente régimen de Putin desaparecerá con él
Como todo caudillismo carismático, el incompetente régimen de Putin desaparecerá con él, sin haber logrado que Rusia recupere su antiguo status de superpotencia. Por eso, el recurso de la hipérbole y la retórica encendida contra Rusia es contraproducente, ya que refuerza la cohesión interna de sus partidarios.
Ni Putin es Stalin, ni Rusia tiene capacidad ni interés en restaurar el estalinismo. El régimen de Putin es una economía mixta en lo político, un pluralismo administrado en el que coexisten espacios relativamente democráticos con prácticas decididamente autoritarias, pero cuya raison d’être no es una lucha ideológica existencial.
La retórica encendida contra Rusia es contraproducente, ya que le refuerza internamente
Por el contrario, Putin es lo suficientemente astuto para intuir que no necesita resucitar ni la Guerra Fría ni la tiranía socioeconómica que la hizo posible: le basta con erosionar modestas parcelas de influencia de los países occidentales para aprovechar la reacción de éstos proyectando internamente su imagen de hombre fuerte que personifica el interés nacional ruso, y así permanecer en el poder para seguir siendo el capo di capi de la nueva nomenklatura oligárquica.