Sandro Rosell: la hiel amarga de la mentira

Sandro tiene un problema de carácter. Rosell lo tiene de credibilidad. Y Sandro Rosell es un compendio de extravíos y hiel amarga. Levanta el pie del acelerador. Lo confiesa por los ojos: “He mentido”. Es el marinero que perdió la gracia del mar. No eran 57 los millones de Neymar, sino sobre los 80. Sandro ha perdido incluso el rictus severo que le empujó a escribir aquel libro titulado Benvingut al món real, una catarata prosaica y lóbrega de sobreentendidos, sazonados con invectivas contra Laporta; y, sobre todo, escrito para mostrar al chico de Esade con posgrado en el currículum. Ya no le sale la risita irrefrenable que le embargaba cuando le mentaban a Johan Cruyff, el de la insignia de oro y brillantes, desterrado del Paraíso.

Los íntimos del Profeta del gol, explican que Sandro quiso hacer las paces con Johan en El Muntanyà, la vertiente sombreada del Montseny. Les acompañaron dos periodistas en calidad de testigos. Sandro y Johan almorzaron, pasearon y a la vuelta estaban todavía más molestos el uno con el otro que antes de la reunión. No hubo paz. Son tal para cual. Dos cabestros sin medida, convencidos de que sus posaderas ocupan el centro del universo.

Cuando le han movido la silla, Sandro ha dado un portazo. Es un piel fina que se defiende huyendo. Un hombre que vive doblado sobre sí mismo. Un ex presidente sin relato propio, como no sean los balines de aire comprimido pegados a la cancela de su jardín y denunciados por su esposa, Marta Pineda, a los Mossos d’Esquadra. Sandro gobierna gracias a que odia a otro que gobernó. Gobierna en contra de su antecesor. Levanta contra Laporta empalizadas de dimes, diretes y medias verdades. Le machaca obligándole judicialmente a presentar avales para hacer frente al pasivo de su pésima gestión. Laporta, ya saben, moja los billetes de 500 en los espumosos de la nostalgia. Quiso parecerse a Narcís de Carreras y acabó en el museo de cera, detrás de Agustí Montal, aquel empresario textil que presidió por pura fe nacionalista la Enciclopedia Catalana de Francesc Cabana.

Sandro es Sandro porque existe Laporta. Es Sandro contra Laporta. De juveniles, uno jugó en el Hospi y el otro en la Damm. Eran futboleros de buena cuna, con espinilleras de marca y medias de media caña. Dos muchachos que levantaron el ánimo del socio en 2003, el momento del gran relevo. Cuando ellos subían, caía Núñez, el constructor de Hostafrancs aplicado en teneduría de libros (contabilidad prehistórica) y experto en catequesis. Pero, desde el primer día, se les vio el cisma de trasluz. Son una dualidad indivisible desde que se montaron en el potro autodestructivo y cainita del Camp Nou. Los dos llevan las cosas al extremo. Los dos se sienten lobos y se visten de corderos. Nunca alcanzan lo que anhelan. El primero descorcha cava a machetazos de madrugada; Sandro, en cambio, no bebe, ni debe. Se perfila de hugonote y no despacha en Luz de Gas. “¡No os fieis de los abstemios!”, escribió Emil Cioran.

El trigésimo noveno presidente culé se ha subido a su propio destino para presentar su adiós irrevocable. Lo anuncia por todo lo alto pero se va por el desagüe de cañerías cromadas. Los contratos de las estrellas son un rosario de irregularidades oscuras. Cosas del fútbol. Pero esta vez el Santos y el Barça se han pasado de la raya al explicar que han desviado dinero para los niños de las favelas de São Paulo. Ya te lo advirtió un amigo: “Mira Sandro, te insultarán y te llamarán de todo, mariquita también; sentirás vergüenza de hombre”. Cosas del fútbol, un negocio rarito tocado por la homofobia.

Sandro es el ex presidente tácitamente imputado. Y Jordi Cases, el querellante, es el socio de la malquerencia, un David confeso que perjura no tener trastienda en la esquina del Bernabéu, aunque haya abierto un reguero de sonrisas entre las élites de la Central Lechera. Su órdago coincide con la visita del Estado a Barcelona, la ciudad de los austracistas. Han venido todos, Mariano, Montoro y la Cospedal: “Estoy aquí y meto miedo”. Pero la distracción de fondos no se detiene ahí, porque el sucesor a dedo, Josep Maria Bartomeu (Bartu), también firmó algunos de los contratos irregulares. Pronto será un azucarillo en aguardiente y detrás de él irá Javier Faus, el financiero pomposo. El Barça no podrá evitar el efecto dominó. Cuando el castillo de naipes se venga abajo, alguien con autoridad deberá explicarle al socio el fichaje de Ney, icono de la torcida, minino de la mentira.