Sandro Rosell: el sueño qatarí
Sandro Rosell, tallo del 2003. Si sobrevive a esta semana de hecatombe bávara, será porque el Barça (nido de poetas) evoca, como Troya, el hexámetro que lo llora. Fue un protagonista destacado de aquel punto de inflexión que enterró los palcos textiles e inauguró la era de la nueva economía.
Explorador primero, hoy egocéntrico, exige su propio palio: un estadio nuevo para encumbrar el siglo de Messi, como Miró Sans encumbró el de Kubala en el Camp Nou. Es como jubilar en su desafío, pero rencoroso. Con cadáveres exquisitos en la nevera: Cruyff, al que nunca quiso; Guardiola, con el que no pudo; y Laporta, leguleyo de gatillo fácil con la cartera pegada a la tesorería del club.
En su etapa de vicepresidente laportiano, lo primera que hizo Rosell fue despedir a Tito Vilanova de la estructura técnica del Barça B; pero, un tiempo después, el entrenador perdió la memoria, el mismo día en que Zubizarreta le encumbró para la sucesión del divo.
La tirantez Vilanova-Guardiola ha vivido en Manhatam su desenlace femenino, un frufrú de enaguas y damas enrabietadas (Montse Chaure contra Cristina Serra, las esposas respectivas de los técnicos), tras un encuentro casual en los grandes almacenes, como les ocurría a los personajes de Dorothy Parker.
Los Rosell articulan sus activos en Prolecsa y Grupo Far con alquileres, apartamentos, oficinas médicas, inmuebles de todo tipo. Patrimonio puro y duro para un hombre al que le apasiona el marketing (¡menuda ganga!), que vendió BSM para ser presidente del club de fútbol pero que tuvo la mala suerte (¿o tal vez buena?) de toparse con el proyecto Football Dreams con el que el Gobierno de Qatar empezó la carrera de su Mundial.
Ahora su paso por el Golfo le pide cuentas a través de los papeles publicados (France Football) que le relacionan con el Triángulo formado por el presidente de la UEFA, Michel Platini, el ex presidente francés Nicolás Sarkozy y el príncipe heredero qatarí Tamim bin Hamad Al-Thani. Y la denuncia no es cualquier cosa: la supuesta compra del Mundial 2022, la Jules Rimet en suelo sarraceno. El triángulo se alimentó y generó dinero: Al-Thani compró el PSG, a petición de Platini, y ayudó al hundimiento de Canal Plus Francia para satisfacer a Sarkozy, todo a cambio de garantizarse el voto y el apoyo del presidente de la UEFA para obtener la Copa del Mundo.
Nada está probado, pero las piezas conforman un puzzle vertiginoso. En su etapa al frente del e departamento de marketing de Nike, Sandro trabó relación con el presidente de la Federación Brasileña de Fútbol, Ricardo Teixeira (el amigo de Joao Havelange), también implicado en la ayuda a Qatar. Al abandonar Nike, Sandro trasladó su negocio a BSM (Bonus Sport Marketing) hasta que vendió esta sociedad al grupo Dahall Al Baraka por siete millones de dólares, una desinversión ventajosa jaleada por Teixeira y el magnate Al-Thani.
No es una tragedia. Nadie está tocado por la varita de los dioses; el fútbol es una industria fabulosa que desata a mansalva dinero y pasiones, por este orden. Y de ahí que las relaciones económicas de Rosell con Qatar no se quedaran quietas. Cuando ya era presidente del Barça, puso la camiseta del equipo a los pies de Qatar Foundation, virgen de los desfavorecidos. Pero el maná qatarí no había terminado. El siguiente paso lo dio Qatar Airways, un patrocinador de 171 millones de euros, récord en el fútbol continental.
A Sandro Rosell la corbata le aprisiona el cuello, aunque no le roce; por mucho que viaje, siempre será un presidente de intramuros. Estudió en el Costa i Llobera y en Esade. Formó parte de aquel Comité Organizador de los Juegos Olímpicos del 92 y, desde entonces, le puede el honor del medallero. Xavier Faus cuida de sus cuentas y Carles Vilarrubí de su entereza institucional.
Para el Barça escogió, y eso le honra, una Junta Directiva de miembros más brillantes que él. Cuando improvisa es conquistado por la fragilidad de un discurso huero. En su bastón de mando, una leyenda dice “que inventen ellos”. Pero sabe estar ahí, a pesar de su background de perfumero (Myrurgia), devorado por una legión de murciélagos escondidos en el armario ropero.
Después de los Juegos Olímpicos se integró en ISL, la agencia del Comité Olímpico Internacional, creada por la familia Dassler, cofundadora de Adidas. Fue el escogido para romper las barreras del mercado español, donde aplicó el modelo Champions League.
La Liga de Fútbol Profesional, presidida entonces por Jesús Samper, compró la idea encarnada en una pelota blanca con un dibujo en medio. Adidas y Reebok rechazaron el proyecto, pero Nike lo aceptó y, en la temporada 93-94, se vendieron 300.000 unidades de aquella pelota. Nike le envió a Brasil para conseguir que la canarinha ganara un Mundial con la camiseta de Nike. Y lo logró.
En 2002, la selección de Ronaldo, Rivaldo y Ronaldinho se hizo con el título en Japón y Corea. Al año siguiente, inició su aventura barcelonista con Joan Laporta; se trajo al Gaucho y ahora, una década más tarde, ya como presidente del club, espera ansioso la llegada de Neymar, la joya del Santos.
Nació en el seno del nacionalismo pre-democrático. Es el segundo en la prole de Jaume Rosell, fundador de Convergència, y de la primera Emte (antes que Carles Sumarroca, el mismísimo); miembro de la Junta de Agustí Montal (gran jefe de la Synera barcelonista), la de Raimon Carrasco, hijo del protomártir, Carrasco i Formiguera, cuya memoria divide hoy a la democracia cristiana catalana entre el pragmatismo de Duran Lleida y el tradicionalismo de Vila i d’Abadal, el Cavaller de Vidrà.
Discutido y homenajeado, Rosell es acolito del fútbol, música del cuerpo, fiesta de los ojos y también historia reciente en las estructuras de representación; semiótica de un poder presuntamente merecido. Él fue extremo izquierda del Hospitalet B. De niño quiso ser un grande, pero solo jugaba bien y “hasta muy bien, mientras dormía”, como escribió Galeano de sí mismo.
Vive el toma y daca con el Madrid y su presidente, el constructor de obra civil, Florentino Pérez. Es un mojón en los vasos comunicantes de ambos equipos. El Chamartín de hoy rinde culto a la velocidad; renuncia a la alegría, prohíbe la fantasía. El Camp Nou, en cambio, es un canto a la osadía. Rosell comulga con su estrella, el pillo que se sale del libreto; el bajito que, burla burlando, se va de todo el equipo rival, del árbitro y del público de la lateral baja, si es necesario.
Sandro preside el palco de los gozos. La Tribuna de los tribunos, un lujo coral preparado para arrimar el hombro el próximo miércoles ante el Bayern, la armada bávara, que ha fichado a Guardiola, epígono de un tiempo que sucumbe.