Sánchez se planta
El desplante de Sánchez es táctico: no hace más que reforzarle y poco más y debilitar a su rival
Hay algo fascinante en el poder y decepcionante en quien no lo tiene: el poder tiende a perpetuarse mientras su ausencia parece inhabilitar para la acción política a quien la sufre.
El durísimo pulso entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias parece equilibrado pero no lo está. Sánchez forcejea desde La Moncloa, Iglesias desde su escaño. Hete ahí la grandísima diferencia.
Si en algo se parecen Puigdemont e Iglesias es porque en ambos una arrogante autoconfianza complementa el talento político
Con la misma composición del Congreso, si ambos vinieran de la oposición se habrían puesto de acuerdo en horas veinticuatro. Sánchez sería presidente, Iglesias vicepresidente y ambos pronunciarían disímiles y vaporosas pero esperanzadoras palabras para atraer a los independistas al menor coste posible.
No es pues lo mismo bregar para alcanzar el poder que moverse para mantenerse en él. No es lo mismo entablar batalla desde una plataforma superior que estar en un plano inferior, inclinado y con un barranco detrás.
A ello hay que añadir otra observación válida también para explicar el fracaso del independentismo en otoño del 2017. Cambiar el orden de las cosas ya es bastante difícil como para encima poner al frente a políticos con capacidad discreta.
Lo que sí podría ocurrir es que el espacio a la izquierda del PSOE se repartiera entre Podemos y el partido de Errejón
Si en algo se parecen Puigdemont e Iglesias es porque en ambos una arrogante autoconfianza complementa el talento político, no inexistente pero sí insuficiente para alcanzar metas tan portentosas.
Tic-tac, cronometraba el líder de Podemos mientras la hora de ganar se alejaba más y más. No surrender, mantenía el huésped de Waterloo mientras sus huestes se dispersaban, arriaban banderas y se atizaban con los palos que las sostenían.
En cambio, el conservadurismo, y el PSOE puede no ser considerado de derechas pero sí es conservador, encuentra siempre un plus en la capacidad arbitral de los instalados. Los fundamentos y la estructura de cualquier edificio están hechos para resistir los embates y mantener a sus ocupantes en la comodidad de su interior.
De todo ello se vale Sánchez para doblegar a Iglesias. No se sabe si lo conseguirá la semana próxima, aunque sigue siendo lo más probable a pesar de los desplantes, si habrá que esperar al otoño sin repetición electoral de por medio o asistiremos a otro aquelarre electoral como el que acabó con Rajoy manteniendo un poder que se le escapaba de las manos.
En el asunto de las negociaciones, que Sánchez ha dado por rotas cuando no habían empezado lleva razón Podemos
Por lo que, más allá del cómo y de las vicisitudes y vuelcos del suspense nuestro de cada día, el qué sigue pareciendo el mismo. Sánchez presidente algo reforzado e Iglesias en su escaño de colaborador necesario pero con escaso margen de influencia real.
Incluso en el improbable caso, porque lo sigue siendo, de repetición electoral, el vuelco del tripartito de derechas es una posibilidad tan remota que nadie la tiene en cuenta más allá de vanas especulaciones.
Lo que sí podría ocurrir es que el espacio a la izquierda del PSOE se repartiera entre Podemos y el partido de Errejón. Incluso Sánchez podría ver reducido o anulado su margen de crecimiento, pero de ahí a la mayoría absoluta del tripartito no media un paso si una portentosa sucesión de zancadas.
Si atendemos a los parámetros de fondo, el inesperado desplante de Sánchez no hace más que reforzarle un poco más y debilitar a su rival. El desplante es táctico, no estratégico.
Sobre el papel, y en más de una portada, la noticia rezaba que el presidente en funciones se arriesgaba a una investidura fallida. Riesgo que disminuye, precisamente porque de este modo ha desactivado la labor de zapa de Iglesias. ¿Quieres que tu amado líder sea ministro?, pretendía preguntar a sus bases.
En el asunto de las negociaciones, que Sánchez ha dado por rotas cuando no habían empezado lleva razón Podemos. También, sobre el papel de la teoría y en la praxis, una coalición es lo normal en los parlamentos fragmentados.
En muchos otros lares, Iglesias sería vicepresidente o por lo menos un ministro destacado. No en España, país que lleva en sus genes la concentración del poder en una sola mano.
Un gobierno cohesionado
No sólo en política la razón es impotente ante la evidencia de la fuerza. El argumento de los cañones, ya exhibido con descaro por el cardenal Cisneros, suele prevalecer sobre las exigencias de quien no dispone de ellos. Unamuno se dio cuenta demasiado tarde de que lo importante no es convencer. Este pulso lo va ganando Sánchez.
El pájaro no está en la jaula porque no quiere entrar por las buenas. Sánchez no tiene poder para maniatarlo y meterlo de un empujón y patada al trasero pero si capacidad para que se meta en ella a regañadientes.
Lo que se está jugando el candidato no es tanto la investidura, ya que de todos modos tiene las únicas cartas que dan acceso a La Moncloa, como la estabilidad. Sánchez quiere un gobierno cohesionado, sin fisuras ni margen para la disensión interna. ¿Puede conseguirlo? Sí, pero a cambio de tener muy cuesta arriba la mayoría en el Congreso.
Entre mayoría estable con gobierno débil o gobierno fuerte con parlamento convertido en olla grillos a punto de ebullición, la primera opción es y será la de Sánchez como fue la de Rajoy. Por eso, para dar un nítido mensaje de poder, se planta.