Sánchez, Iglesias y Rivera, mucho debate, pero ¿para qué?

Los debates entre los candidatos a la presidencia del Gobierno son necesarios, obligatorios, casi. La falta de tradición en España se ha recuperado a marchas forzadas con las apariciones constantes en televisión, con nuevos formatos que enfrentan posiciones, y con preguntas de los espectadores, estén más o menos seleccionados de forma previa. Las televisiones privadas y otros medios privados se sienten con mayor libertad, y ofrecen ‘productos’ audiovisuales con el objeto, no nos equivoquemos, de tener audiencia. Pero bienvenidos sean, si logran un contraste efectivo entre los distintos proyectos políticos.

Sin embargo, ese es el problema: la falta de contenido real. Mariano Rajoy lo sabe, y prefiere quedar como el político que no quiere asistir a los debates, porque, además, es consciente de que no se mueve con facilidad en ellos, y que, en gran medida, todo girará contra él.

El País organizó este lunes un debate con Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera. Fueron, en realidad, distintos monólogos sobre lo que desearían impulsar si tienen responsabilidades de gobierno. En el ámbito de la educación, por ejemplo, quedó claro, –esas fueron las palabras de Sánchez– que se reclama la derogación de la Lomce. También se defendió –por parte de Iglesias– derogar la reforma laboral.

Y Rivera fue desgranando reformas, con partidas presupuestarias, que pronunciadas con su habitual rápidez, costaba retener. Se trató de un juego sobre cómo se iniciará una etapa completamente nueva, después del supuesto desastre de la etapa de Mariano Rajoy. Y claro, el candidato del PP no podía defenderse. Porque no quiso hacerlo. Que se enfrenten entre ellos, debió pensar.

El caso es que los debates, –y ya me perdonarán– precisan tranquilidad, diálogo, una actitud de cierta confianza en el adversario, y disposición para aceptar que el otro tiene una parte de razón, y que sería conveniente establecer lazos, desde ahora mismo, para transmitir al ciudadano que se desea gobernar para el conjunto, y no para los votantes propios. Es decir, un debate que aportara algo de luz debería llegar, desde el ámbito audiovisual, con un formato similar al de La Clave, de José Luis Balbín, en la TVE de la transición.

Y eso es en 2015 prácticamente imposible, porque los espectadores tienen otros hábitos, otras referencias. Apagarían el televisor, o –mejor dicho– la tableta o el portátil a los diez minutos.

Ahora hay programas que funcionan, pero se quedan, forzosamente, en aspectos colaterales. El objetivo es que enganche en algunos momentos. Lo logra Jordi Évole, y ahora, incluso Bertín Osborne, aunque el televidente está más pendiente de ver los complementos del casoplón del artista.

Es cierto, sin embargo, que las elecciones del 20 de diciembre serán muy reñidas. Y que todos los sondeos –que marcan tendencias electorales– insisten en posicionar a tres candidatos como posibles presidentes del Gobierno, el propio Rajoy, Sánchez y Rivera, dejando algo descolgado a Iglesias.

Por eso se debería exigir una campaña muy densa, con debates muy serios sobre los enormes retos de España, que se la juega de verdad el 20D. Y no estaría de más que se buscara, de una vez, el concurso de los nacionalistas catalanes y vascos, porque se debe recordar que entre todos han logrado los mejores años de la historia de España.

¿Debatimos en serio?