Sánchez e Iglesias van de farol
Iglesias es menos fuerte que Sánchez, cierto, pero sus cartas han recibido una formidable sobrevaloración al abandonar Albert Rivera la mesa de juego
Farol contra farol y a póker descubierto, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias suben las apuestas. Como recordarán, a diferencia del más modo habitual donde nadie ve ni una carta de los rivales, en el póker descubierto unas se enseñan y otras no.
La carta oculta importante de Sánchez es, según proclama, la repetición electoral. La de Iglesias es la negativa final a un sí a la investidura si no hay coalición. Según Iglesias, La carta oculta de Sánchez es un farol. Según Sánchez, la carta oculta de Iglesias es otro farol.
El poder se concentra porque estamos en España y aquí se gobierna como si se dispusiera de mayoría absoluta
Si ambos atienden a sus respectivos intereses, lo más normal sería que una concesión de última hora de Sánchez convirtiera los actuales desafíos en un acuerdo: Sánchez investido en segunda votación, Iglesias medio satisfecho. Win-win sólo en apariencia. Concesión vistosa en la forma pero poco relevante en la cuestión de fondo, que es el mantenimiento del poder en una sola mano.
Todas las cartas que Sánchez enseña son del mismo palo: el poder no se comparte ni se reparte. El poder se concentra porque estamos en España y aquí se gobierna como si se dispusiera de mayoría absoluta, se ordena y manda con pulso firme aunque el gobierno está a precario.
En cambio, las cartas visibles de Iglesias dicen todo lo contrario: cuando no se tiene mayoría, el poder se comparte. Para eso se han inventado y generalizado los gobiernos de coalición, habituales en Europa y en las democracias que no son bipartidistas. Si antes del verano Sánchez no baja de su caballo imperial de feria, ya descabalgará para ofrecerle, en septiembre, la mano de tú a tú.
Aunque no lo parezca, Iglesias puede infligir un gran daño a Sánchez, casi tanto como el que va recibir si no se llega a un acuerdo en julio
Iglesias lleva razón. Sus cartas son homologables, las de Sánchez no. Sin embargo, la razón no siempre da votos. A veces, como parece ser el caso, incluso puede quitarlos. No debe olvidarse que, en la mesa de los tahúres, Sánchez está en una posición de fuerza e Iglesias de debilidad. Como en el lejano y salvaje Oeste, la frágil fuerza de la razón no suele imponerse contra la imponente razón de la fuerza.
También es cierto, puestos a echar mano de aforismos, que ni hay enemigo pequeño ni amigo menospreciable, y menos aún en estas circunstancias. Aunque no lo parezca, Iglesias puede infligir un gran daño a Sánchez, casi tanto como el que va recibir si no se llega a un acuerdo en julio.
Iglesias puede perder diputados, pero no, según todas las previsiones, la condición de socio imprescindible para la formación de un gobierno de izquierdas. Sánchez puede ganar votos, pero a condición de aparecer como un gobernante inflexible que prefiere la imposición a la concesión. El precedente de Rajoy, que repitió elecciones para caer desde más alto y con mayor dureza no es muy halagüeño que digamos.
Iglesias es menos fuerte que Sánchez, cierto, pero sus cartas han recibido una formidable sobrevaloración al abandonar Albert Rivera la mesa de juego. De este modo, la partida a tres bandas que le convenía a Sánchez se ha reducido a dos. O se alía con Iglesias o votamos otra vez.
¿Cuánto pesa un voto? Influenciada por la manzana de Newton, la intuición nos lleva a presumir que todos pesan lo mismo. Craso error. Todas las manzanas del mismo calibre se aceleran por igual porque en nuestro planeta la gravedad no cambia.
En política, en cambio, la gravedad es variable. El peso de un voto en un parlamento depende de su necesidad en las balanzas. Si un voto, o veinte, o ni que sean cien, no cambia la inclinación de la balanza, vale su peso en polvo y paja. Si en cambio basta para que el fiel cambie de orientación vale su peso en oro blanco con diamantes incrustados. Iglesias lo sabe. Sánchez finge ignorarlo.
La quinta, o sea la enésima reunión entre ambos contendientes llamados a convertirse en socios, acabó mal, peor que las anteriores. No se fíen. El objetivo de Sánchez no son unas nuevas elecciones sino pactar con la izquierda sin abandonar el centro. El de Iglesias no es arriesgarse a perder uno o dos manojos de diputados sino conseguir lo más parecido a una parcela de poder.
Una partida de varios jugadores
Supongamos que al final, después de mucho subir las apuestas en el doble farol, hay acuerdo. Supongámoslo porqué es lo racional y lo que interesa a ambos. En este caso, los votos independentistas, o las abstenciones, que vienen a ser lo mismo, podrían volver a ser imprescindible. Peso en oro, si Casado no lo impide mediante un ataque de patriótica generosidad.
Tal vez, tal vez, la prolongación de la partida, el suspense, los lientos retenidos y las palpitaciones del respetable, tengan también la intención de no poner el foco donde más duele. Si hay final feliz por sorpresa -calculada o no- en la investidura, los votos independentistas pasarán poco menos que desapercibidos.
Pero atención, por mucho que unos y otros se esforzaran en ocultar o disminuir su peso, la legislatura no sería cuestión de los dos jugadores, sino de tres, o de cuatro.
Todos ellos imprescindibles, todos con unas ganas locas de no conseguir nada a cambio de dar mucho.