Sánchez-Cuenca– »Savater, Vargas Llosa, Cercas o Azúa deben dejar de sentenciar»
El autor de La desfachatez intelectual se agarra al colectivo de lectores para que filtre y reclame más rigor a los escritores que se pronuncian sobre la vida pública sin cotejar o contrastar datos
La intelectualidad española ha saltado del sillón. De golpe. Con cierto cabreo. Ignacio Sánchez-Cuenca, profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III, ha provocado un sonoro debate con su libro La desfachatez intelectual, (Catarata), en el que se dedica a una extraña labor: seleccionar artículos de intelectuales «con gran visibilidad», que publican regularmente en los medios de comunicación, y cotejar sus afirmaciones con la realidad. ¿Resultado? «Muchos pecan de una gran frivolidad, con sentencias que no se aguantan cuando se contrastan», asegura Sánchez Cuenca, en un encuentro organizado por Agenda Pública, antes de la presentación de su libro en Barcelona, en la librería Alibri.
«Savater, Vargas Llosa, Cercas o Azúa deben dejar de sentenciar», insiste Sánchez Cuenca, director académico de la Fundación March y profesor en la Carlos III, lo que le proporciona «una independencia profesional, como funcionario, que otros, tal vez, no tengan». Y es que, a juicio de este profesor, en España los intelectuales «con tribuna» trazan líneas sobre la moralidad convirtiendo los debates en creencias personales, en tomas de posición, sin tener en cuenta los datos de la realidad.
La ‘particularidad’ de España
En el encuentro, con profesores, periodistas y escritores, Sánchez Cuenca ha atacado una máxima que para él se ha convertido en algo general en el género de opinión en España. Desde Mario Vargas Llosa, a Javier Cercas, Fernando Savater, Félix de Azúa, Antonio Muñoz Molina o Arturo Pérez Reverte, todos ellos han defendido en algunas cuestiones como el terrorismo «el caso particular de España, sin que se puedan hacer comparaciones, dejando en la estacada a quien ose situar otras realidades, como Irlanda del Norte, por ejemplo, cuando se habla de ETA».
Sánchez Cuenca coloca en esa misma situación el debate sobre la crisis económica. «Todos han cargado contra España, en una actitud que recuerda mucho la crisis del 98, como si no sucediera nada en otros países, como si la crisis económica no fuera, también, internacional», precisa.
Más rigor, por favor
Su libro es despiadado, pero Sánchez-Cuenca no tiene nada en contra de los articulistas seleccionados. «Me lo he pasado muy bien y he aprendido mucho con todos ellos, pero lo que quería hacer es desmenuzar algunos artículos frívolos, que no pueden tomarse en serio».
Al escritor Antonio Muñoz Molina le reprocha su libro Todo lo que era sólido. «Está muy bien escrito, se lee muy bien, pero no puede atribuir el déficit público de España a la alegría en los presupuestos sobre fiestas populares, por ejemplo».
Es decir, lo que pide Sánchez-Cuenca es el máximo rigor a los articulistas que fijan criterio y que son seguidos por sus lectores con gran respeto. Una de las curiosidades, o no tanto, es que en España quien escribe opinión es, en muchos casos, un escritor de ficción. Esas colaboraciones sirven para complementar sus sueldos, pero ¿pueden sentenciar sobre la situación económica, sobre el papel de España en el concierto internacional, sobre los problemas de la deuda pública? Lo que pide este profesor es que sea el colectivo de lectores quien acabe filtrando y exigiendo mayor rigor a los columnistas.
Literatura o análisis fino
Sobre Vargas Llosa, Sánchez-Cuenca deja esta perla en el libro: «El contraste entre la novela de Vargas Llosa y sus artículos sobre política no puede ser mayor. Lo que en su literatura es sutileza se transforma en la prensa en opiniones esquemáticas y superficiales. Los artículos en los que expone el catón liberal tienen un aire de catecismo laico y de manual soviético de materialismo dialéctivo».
A Sánchez-Cuenca, sin embargo, también le han llovido las críticas. Asegura que no ha querido poner en cuestión el proceso de la transición. Pero Podemos ha hecho de su libro un referente para cuestionar ese orden establecido, porque critica, de hecho, a buena parte de la nómina de articulistas del diario El País, que ha sido el gran intelectual orgánico de España hasta los últimos años, en los que han nacido nuevos medios, principalmente en el ámbito digital.
José Antonio Zarzalejos, precisamente, ha desautorizado a Sánchez Cuenca en El Confidencial porque, a su juicio, no ha reunido méritos profesionales todavía. «No comparto mesa y mantel ideológicos con algunos de los que cita críticamente en el libro, pero la mayoría de los que arrolla con sus invectivas han contraído méritos que les regatea injustamente un autor que no tiene aún su rango referencial», asegura. Es una forma muy elegante de descalificar a Sánchez Cuenca.
Trincheras
Zarzalejos considera que el autor de La desfachatez intelectual ha querido recuperar la etapa de Rodríguez Zapatero. «Su objetivo consiste en la reivindicación del zapaterismo a través de la trituración de la reputación analítica de los que de una forma u otra fueron críticos con la gestión del presidente socialista».
Y así queda la cosa. O de unos o de otros. Y el panorama intelectual sigue anclado en esas supuestas trincheras. ¿Pero y los datos?