Sánchez con Bertín, Rajoy con el fútbol, ¿La política era ésto?
Los gurús de los programas de entretenimiento en la televisión aseguran que los políticos han acabado entendiendo la lógica de los nuevos tiempos. Se acercan a esos espacios porque saben que son formatos que han conectado con la gente, porque priman las emociones, porque se habla de sus vidas, de las relaciones con otros individuos.
De hecho algunos lo han teorizado. Es el caso de Óscar Cornejo, el productor ejecutivo de La Fábrica de la Tele, creadora de Sálvame. Cornejo sostiene que los nuevos políticos han sabido aprovechar las ventajas de la televisión, y que se mueven con las coordenadas con las que ha jugado un programa como Sálvame.
La idea es que se muestra «la verdad» y no «el postureo», y que en España se ha innovado en ese sentido en los últimos años, cuando ahora en Estados Unidos a ese fenómeno se le llama «la nueva sinceridad televisiva». En Sálvame se habla de las vidas de los propios personajes, y salen a la luz, según Cornejo, aspectos interesantes con los que cada espectador se puede sentir identificado.
En esa carrera hacia lo «auténtico», han destacado dos políticos en los últimos meses, Pablo Iglesias, y, principalmente, Albert Rivera, a los que se les ha puesto la etiqueta de la ‘nueva política’. La vieja, la que se ha asociado al PP y al PSOE, ha ido a remolque, y, desde posiciones distintas, ha acabado sumándose al carro.
Mariano Rajoy se resiste algo más, pero ha tenido que recurrir a los comentarios radiofónicos, desde la Cadena Cope, hablando de fútbol, sobre los partidos de la Champions. Pedro Sánchez, unido generacionalmente a Iglesias y Rivera, lo hizo directamente en uno de esos programas que el mismo Cornejo destaca, el de Bertín Osborne, en TVE.
Se trata de un formato que destaca los mismos aspectos que Cornejo defiende. Como ocurre con todos los medios de comunicación en los últimos años, exhaustos tras perder audiencia, la tendencia ahora es ir a buscar al lector u oyente, atraerle como sea para que no se pierda nuestras informaciones. Y la televisión se ha convertido casi en el único medio que desean los políticos para llegar al máximo de ciudadanos.
Pero, ¿qué conclusiones sacan esos potenciales electores de esos programas? ¿Cayó mejor Rajoy escuchándole hablar de fútbol? ¿Se puede confiar más en Sánchez después de verle jugar al ping pong con Bertín?
Una cosa es la autenticidad, y otra analizar y calibrar quién puede ayudar a resolver los principales problemas de este país. Todo queda en la superficie en esos programas, y lo peor es que se ha desterrado la exigencia y el esfuerzo de los propios ciudadanos para querer saber más, para buscar y reclamar.
¿Quién es el guapo que va a explicar en las próximas semanas que el modelo productivo de España no se aguanta por ningún lado? ¿Qué las pensiones que se cobran son ya más altas que los sueldos medios, y que la Seguridad Social seguirá teniendo un enorme déficit en los próximos años? ¿Quién admitirá que el adversario no es el demonio, y que se debería colaborar para poner en marcha grandes reformas?
La autenticidad puede ser un gran activo. Pero a nuestros amigos ya los elegimos nosotros. Para la vida pública, para gestionar lo que tenemos en común, deberíamos preferir a personas que no necesariamente sean tan brillantes y simpáticas en televisión. Y por supuesto a los que tengan algún proyecto de futuro.