Sánchez a la derecha: “No me obliguen, por favor”
La política española es genéticamente alérgica a las coaliciones de gobierno: la regla es la de todos contra todos y la excepción es el pacto
Cada día cambia algo. Cuando parecía que Pedro Sánchez tenía atada la investidura mediante un laborioso encaje de bolillos, Coalición Canaria se ha desmarcado. Tal como están las cosas, todavía no se puede saber si se trata de una apuesta doblada para subir el precio del sí o de un portazo definitivo.
Lo de Navarra también pende de un hilo. La idea de sacrificar a la derecha la comunidad con mayor bienestar no gusta al PNV y por lo visto tampoco a ciertos ínclitos socialistas. Veremos en qué para y qué depara.
Sánchez ha pasado en pocas horas de presionar a diestra y siniestra a rogar una caridad a la derecha
No sobra un solo voto. Tanto si el PSOE pierde dos apoyos como si son cuatro, la investidura falla. No hay más. A no ser que, una de dos, o bien el PP presta las abstenciones imprescindibles para que en segunda votación sean más las señorías favorables que los contrarios, o la abstención puede ser cosa de otros. Otros.
El candidato ha pasado en pocas horas de presionar a diestra y siniestra a rogar una caridad a la derecha mientras anuncia un pacto con Podemos. Lo de la cooperación en vez de coalición es ya lo de menos. Los canarios no tragan.
“No me obliguen, por favor” anda repitiendo Sánchez sin parar. Insiste más ante el PP que ante C’s, pero poco le importaría de dónde viniera la salvación, mientras no le obliguen a depender de esos otros, los que le elevaron a la presidencia cuando la moción de censura. Los mismos que tumbaron los presupuestos y le forzaron a convocar elecciones.
La abstención de los quince republicanos es más que suficiente para que el candidato socialista consiga la investidura
Esos otros, los independentistas de ERC, que guardaban un prudente silencio, se han apresurado a poner buena cara a tal eventualidad mientras se frotan las manos por debajo de la mesa. Al final, con un poco de mala suerte, la gobernabilidad de España volverá a depender de los malditos.
Tal como andan hoy por hoy las cosas, y cuidado que pueden cambiar y dar unos cuantos giros antes de la sesión de investidura, la abstención de los quince republicanos -por el momento catorce- es más que suficiente para que el candidato socialista consiga la investidura. Por cada voto de menos a favor, bastan dos abstenciones.
Aunque parezca gratis, no lo va a ser. En la política en nuestros lares siguen primando los principios ancestrales, como en el estudio del etnólogo Marcel Mauss que tan bien analiza los entresijos del don y el contra-don en las sociedades arcaicas.
Los regalos no son gratis. Los regalos se devuelven. Los regalos se pagan con creces. Los regalos tienen retorno incluso si son regalos envenenados. El precio suele ser más alto si vienen envenenados.
Este parece ser el caso. “No me obliguen, por favor”, a tener que aceptar el regalito de los independentistas desde el primer momento. La petición es razonable. Si Ciudadanos se hubiera inclinado por la coalición con los socialistas, todo estaría arreglado.
No es lo que prefería Sánchez pero se hubiera doblegado ante una propuesta seria y formal de Rivera en este sentido -si tal proposición tiene sentido referida a la veleta que campea en C’s-.
No hubo disponibilidad. No la habrá. En consecuencia volvemos a las mismas. O el PP de Casado acude en auxilio de Sánchez o el pobre, el pobre se verá obligado, obligado, a depender de los otros, los otros.
El posicionamiento de Sánchez tiene su lógica. En primer lugar, porque pretende mandar. La política española es genéticamente alérgica a las coaliciones de gobierno. La regla es la de todos contra todos y la excepción es el pacto. Quien manda, manda y los demás a doblegar el espinazo. Eso dicta la tradición, que vuelve a pesar como una losa.
Sin embargo, dicho peso no es lo primordial. Lo importante son las intenciones de Sánchez, que no quiere bajo ningún concepto alejarse del centro. Mientras él esté al mando, la involución en todos los sentidos que hubiera supuesto la victoria del tripartito de derechas deberá esperar, tal vez eternamente.
Tanto como dique contra la involución, el líder socialista se presenta como la salvaguarda ante un radicalismo que conlleve los cambios en profundidad que cabrían esperar de una coalición con Podemos bendecida por los independentistas.
Ni una cosa ni la otra. El funambulista elige el camino de en medio, que puede no conducir a ninguna parte, pero por lo menos aleja la vuelta de la política española a las andadas del frentismo.
La verdadera presión
Pablo Iglesias se ha dado perfecta cuenta de que no hay más cera que la que arde. Podemos se deshinchará porque el anclaje al centro de Sánchez van a desilusionar a sus votantes, que son verdaderamente de izquierdas. Por lo tanto, resignación, de lo perdido saca lo que puedas. Más a favor del PSOE.
El problema empezará, si no hay regalo del PP, cuando a la presión de Iglesias se le añada en el cobro de las abstenciones independentistas. Al principio, la llave inglesa de Junqueras no apretará la tuerca. Se limitará a abrazarla. Luego, de modo paulatino, irá apretando.
«No me obliguen, por favor. Pero si me obligan, no digan que fui yo ni que fue por propia voluntad. Ustedes, los de la derecha, me empujaron».