Sálvame deluxe centra la campaña de los ocultamientos
Todavía no hace frío en Madrid, salvo en el ambiente de la campaña. Noto sobreactuación de los candidatos. Pregunto otra vez a todo el que me encuentro a quién va a votar y quién cree que va a ganar. Mis interlocutores dan muestra de cansancio. Sobreactuación huera de contenidos.
Mucho partido de ping pong. Paseíllos por los platós de televisión. Creo que Albert Rivera está sobre expuesto. Le escucho y se cuál va a ser la frase siguiente.
Es cierto que Mariano Rajoy se siente cómodo en los programas deportivos, colleja a su hijo incluida. Es en la única circunstancia en la que puede hablar sin mirar la chuleta. Quizá como comentarista de deportes tiene más futuro que como registrador de la propiedad.
Se habla de la evolución, transformismo y moderación del líder de Podemos. Su seña de identidad radical se circunscribe a su negativa a suscribir el pacto antiyihadista. Por ahí le caen los golpes. Y en los líos internos. Se estudiará en las universidades como se desinfla un suflé político. Ya no sé cual de los personajes es el auténtico Pablo Iglesias. Incluso no sé si lo sabe él.
En ausencia de grandes ideas, los candidatos hacen un esfuerzo de marketing tratando de derrochar cercanía y una cierta humanidad hasta en sus debilidades. Solo nos falta saber que dentífrico utilizan.
Han desplazado en audiencia a los tórridos programas de entretenimiento. Veo a Mercedes Milá convenciendo a los candidatos para que entren en la casa de Gran Hermano. Todo puede ocurrir. Estamos en ese camino.
La tensión frente al desafío antidemocrático catalán ha caído en picado. Es un esperpento que ni siquiera llama la atención. Un Sálvame deluxe en versión catalana. De Artur Mas ya se puede esperar cualquier cosa y no hay expectación por el próximo ridículo. Incluso si accediera a desnudarse, a petición de la CUP.
La causa del independentismo se está haciendo mucho daño a sí misma. Mas se ha convertido en una especie de Kiko Matamoros de la política. Aunque para verdadero look, lo de Raül Romeva. Empiezan a ser intercambiables. Incluso las combinaciones de presidentes, presidentes y comisiones tienen dificultades matemáticas con tendencia el infinito.
Antonio Baños le ha cogido gusto a las sesiones de sadismo con el que fuera carismático líder de una Convergencia Democrática de Cataluña que tramita su deconstrucción sin aspavientos. Se podría decir que Mas suspira por una muerte política digna y asistida que le evite los calvarios que le quedan por vivir.
La cosa debe estar muy mala en el entorno del independentismo cuando le piden árnica por vía de recurso al Tribunal Constitucional. Ahora le dicen a la institución que pretendían ignorar que lo suyo con la declaración del Parlament era pura retórica; vamos, que ni siquiera se la creían. Y para que abandonen el victimismo y acepten las condiciones, ciertamente un poco humillantes, del crecido Cristóbal Montoro.
Quizá lo más insoportable de la campaña sea la abstención de cualquier concreción de apoyo a la vecina Francia. Ni a Mali, ni a lo que se ve, a ningún sitio. Felipe González lo ha dicho con prudencia. Demasiada gente mirando para otro lado. Es el triunfo definitivo de la demoscracia o democracia demoscópica. Nada que contraríe al posible elector será formulado en campaña.
En España se ha consagrado el principio del ocultamiento electoral. Lo que es incómodo, se omite. Y así, sin compromiso con los electores, luego se podrá hacer cualquier cosa. Ganar a costa de poner cara de póker para que no se conozcan las cartas, los compromisos electorales.
Se me va a hacer eterna la espera hasta el 20D.