Sala i Martín: fulgor y color de un economista conservador

La humillación producida por la crisis exhala soberanismo. Los intelectuales orgánicos diseñan escenarios y los economistas teóricos calculan el coste liberador de la segregación, como lo hace el profesor de Columbia, Xavier Sala i Martín, convencido de que «si Cataluña fuera independiente sería una de las economías más sanas del mundo y los mercados se pelearían por prestarle dinero”. Pero las consecuencias lógicas de la independencia, como la supuesta mejora de las condiciones de vida o la disminución de las diferencias de renta, no aparecen en la doctrina de sabio formado en Harvard y actual profesor visitante de la Pompeu Fabra. Sala i Martín: tan experto en crecimiento como alejado de la justicia social. En cualquier caso, inveterado conservador.

En la Fundación Catalunya Oberta, en Amics del País, en las cadenas de TV y radio, en la prensa escrita o en los consejos de administración a los que pertenece (Telefónica, entre ellos), el fulgor expositivo del profesor somete a la diferencia para integrarla en una comunidad (la Catalunya soberana) que la trasciende. Con el tiempo, su color, el de las americanas fucsia, verde botella o rojo carmín, ha ganado en matiz; se ha italianizado diríamos en la suave vertiente de Collserola, donde el economista ha instalado su domicilio, una lujosa vivienda pegada al desnivel mesopotámico del distrito verde decantado sobre la Ciudad Condal.

A pesar de las apariencias, la nación no apacigua el genio colérico de los desposeídos. La manifestación del 11 de setiembre transcurrió por el Paseo de Gracia, pero una mirada más atenta, menos gregaria, mostraba aquel día una realidad sobrecogedora relacionada con la cartografía de la miseria, lo que hay debajo de la piel de un mundo que se desploma: altísimas tasas de paro, destrucción del Estado del Bienestar, desesperanza. Aunque la democracia ha fracasado, la Historia continúa. Pese a las aparentes recetas moderadoras del Ecofin o del Eurogrupo, Europa avanza mecida en los dogmas del mercado libre y la excelencia desreguladora. Ajeno al hecho de que la tentación centrífuga acompaña siempre al ciclo bajo de nuestra economía, Sala i Martín acomoda el momento político catalán en la agenda de los economistas teóricos. Él ha contribuido a que, en las últimas semanas, Barcelona haya captado la atención de premios Nobel y aspirantes. Krugman y Robert Barro reconocen el independentismo catalán con naturalidad gracias en parte a Sala i Martín. Por su parte, Nouriel Roubini hace lo mismo gracias a la influencia de su antiguo profesor en Harvard, Andreu Mas-Colell, actual consejero de Economía. Roubini, conocido por sus teorías apocalípticas sobre el euro, sabe que el independentismo ocupa el centro del debate político y lo acepta con la naturalidad exhibida por Alan D. Solomont, el embajador norteamericano en Madrid, que celebra el tono “admirable de la Diada” y que ha pedido al president Artur Mas una “solución estable”. Pero no nos engañemos. La sensación de que las universidades y el poder de EEUU siguen de cerca el caso catalán no es sincera. Pertenece a la tentación disgregadora del avance de la Europa de los pueblos (frente a la Europa de los estados), mucho más que a la buena fe de las élites de Washington.

Catalunya se prepara para unas elecciones de corte plebiscitario. Antes de pensar en si Artur Mas ganará de calle, conviene recordar que el poder se ejerce sobre el consentimiento de los que lo soportan. Los ciudadanos que claman independencia son los mismos que sufren recortes. Así funciona el rizoma de la comunicación espontánea, un laberinto en el que conviven la ideología de los de arriba y la lógica de la resistencia alimentada por los de abajo. Sigue siendo válida la lección de Foucault: “el poder está en todas partes, aquí y allá, en los intersticios de lo real”. Y de ahí que los apologetas del soberanismo, Sala i Martín el primero, busquen responsabilidades en la otra orilla, en “el mal gasto de la izquierda” que cobijó a las víctimas sin rostro de la violencia liberal.

El pensamiento dominante de Sala i Martín dora la píldora a los dominadores. Pero la altura moral del Ejecutivo de Mas debería estar por encima del profesor de Columbia y de otros corifeos del mercado, defensores a macha martillo de un artefacto que privatiza Educación, Cultura, Sanidad o Enseñanza. El motor político de la transición a la independencia (CiU y los partidos de obediencia catalana) no puede desacreditar a la razón crítica. Tampoco puede alimentar indefinidamente la culpabilidad de los que han tratado de sostener el Bienestar, aunque sean la oposición, resumida en los tripartitos de Maragall y Montilla, responsables del incremento de la deuda en un 50% (de 10.900 a 15.776 millones) y del desequilibrio de las cuentas públicas.

“Formar parte de España en estos momentos es una lacra que se paga cara”. Sala i Martín, autor de este tiro de gracia, sostiene su argumento en la deficiente financiación de empresas serias, como Gas Natural o Repsol, que tienen dificultades para levantar recursos por el simple hecho de pertenecer a un país ineficiente. El economista, ex consultor del FMI y del Banco Mundial, miembro del Centro de Investigación Política Europa y del Instituto de Washington, editor de Economic Letters (junto a de la Eric Maskin), editor asociado de la Journal of Economic Growth y asesor del World Economic Forum, perteneció a la Junta del FC Barcelona; fue tesorero del club, cuyas cuentas están siendo objeto de litigio judicial por iniciativa de la actual directiva. Él aprobó el fichaje de Zlatan Ibrahimovic, el jugador más caro y menos rentable de la historia del Barça. Sabe muy bien que obtener fondos es un oficio de magos; devolverlos, en cambio, requiere un rigor contable que en su momento olvidó.

“La lacra que se paga cara” ha sentado fatal en los cenáculos del Círculo de Empresarios de Madrid y de la CEOE. El presidente patronal, Juan Rosell, en adelante cara de póquer, recibió sin palabras el puente pacificador de su amigo Joaquim Gay de Montellà, presidente de Fomento. La economía teórica puede ser muy valiente precisamente porque es teórica. A Sala i Martín se le atragantan los empresarios corporativos. Él defiende a los emprendedores puros. También se ocupa de los pobres, en tanto que fundador y presidente de Umbele: Un futuro para África, una ONG a la que donó la totalidad del importe del premio Juan Carlos I de Economía. Sin embargo, la miseria que él atiende es la miseria lejana y cosmopolita contemplada desde hoteles confortables; la que le permite la escenificación de sí mismo en la metrópoli, al estilo de Malraux, con los niños de Biafra en los sesentas, o de Bernard Kouchner y Mendiluce, en la Sarajevo ensangrentada del 93. A esta miseria cool es a la que los expertos fondomonetaristas le dedican su talento y su energía, aunque solo sea para rentabilizarla después en el mercado de la edición.

Crecimiento o muerte; crecimiento a cualquier precio. El padre intelectual del Global Competitiveness Index, que mide el nivel de competitividad de todos los países del planeta, saborea el renacimiento catalán. El índice de Sala i Martín destronó los ratios que habían creado profesores reputados, como Jeffrey Sachs o Michael Porter. El capitalismo es flexible. Todavía no se ha escrito la historia de sus metamorfosis, y cabe preguntarse a qué nivel de desarrollo aspira el profesor de Columbia para nuestro modelo doméstico. Esta crisis pasará para ser recordada. Algún día veremos que las desregulaciones en pro de la libre competencia defendidas tan a menudo por Sala i Martín y por otros economistas de su corriente solo se mantienen con la aprobación de los que las padecen. El coloso con pies de barro, el Zaratustra nietzscheano, sigue erguido gracias a la anuencia de los ciudadanos. Pero cuando ellos le nieguen su consentimiento, caerá como un castillo de naipes.