Rutte, el nuevo salvador de España
Para alcanzar el nivel de riqueza y bienestar de los admirados países del norte, no basta con desearlo, hay que poner en marcha sus mismas políticas
La izquierda española ya tiene un nuevo enemigo al que culpar de todos los males. Se llama Mark Rutte, primer ministro de Holanda, y su pecado es oponerse al rescate incondicional de España que pretenden llevar a cabo Pedro Sánchez y su socio de Gobierno, Pablo Iglesias, con el apoyo de otros países del sur, como Italia o Francia.
Lo que pretende Holanda es que la recepción de asistencia financiera por parte de Europa conlleve reformas y ajustes para garantizar la solvencia de los estados más golpeados por la crisis del coronavirus, a imagen y semejanza de lo que ocurrió con los rescates soberanos de Grecia, Irlanda, Portugal y Chipre hace escasos años.
Entonces, los movimientos políticos y sociales contrarios a la austeridad centraban todo su odio en la figura de la canciller alemana, Angela Merkel, y la temida troika, el grupo de técnicos formado por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional que se encargaba de supervisar el cumplimiento de las condiciones acordadas con los países rescatados por la UE. Y, sin embargo, el tiempo ha terminado dando la razón a todos los que apostaban por la imposición de una estricta condicionalidad a cambio de ese dinero.
Los pasos de Portugal, Irlanda y Grecia
Tanto es así que Portugal, uno de los alumnos aventajados de la troika, ha experimentado una intensa reactivación económica en los últimos años, tras casi cuatro décadas de agónica atonía y decadencia. Irlanda, por su parte, ha duplicado su renta per cápita desde 2010, habiendo protagonizado una de las recuperaciones más sólidas y rápidas del mundo desarrollado poco después de caer en la insolvencia. Y aunque Grecia fue, sin duda, el país más incumplidor y reticente a la hora de hacer reformas, los avances realizados han permitido superar, al menos parcialmente, el drama económico y social que dejaron en herencia largos años de populismo.
Se equivocan de plano quienes enarbolan la democracia y la soberanía nacional para oponerse a las medidas recetadas por los países del norte, ya que, siendo ellos los que prestan su dinero, están en su derecho de exigir condiciones.
De hecho, resultaría inmoral no hacerlo, dado que su obligación como gobernantes es proteger el interés general de su población. Mal harían si regalaran el dinero de sus contribuyentes de forma gratuita a gobiernos que, si algo han demostrado, es incompetencia e irresponsabilidad en el cuidado de sus respectivas economías y finanzas públicas.
Lo único que persiguen Holanda, Suecia, Dinamarca y Austria, entre otros, es que los estados que precisen asistencia comunitaria tengan unas cuentas saneadas y un crecimiento sólido y sostenible para, de este modo, garantizarse que podrán recuperar esos préstamos.
Sánchez, Iglesias, Tsipras
Sánchez e Iglesias, por el contrario, al igual que sucedió en su día con el nefasto gobierno griego capitaneado por Alexis Tsipras, quieren ayuda incondicional por valor de 140.000 millones de euros para seguir despilfarrando recursos ajenos sin necesidad alguna de aplicar recetas que podrían resultar impopulares y, por tanto, les podría costar el cargo.
Entre otras medidas, España tendría que flexibilizar mucho más su arcaico mercado laboral, al tiempo que reforma el sistema público de pensiones, recorta el gasto, mejora el modelo educativo y eleva su competitividad económica.
Hay que ser muy sectario e ignorante para oponerse a tales avances, pero, por desgracia, esa parece ser la postura del Gobierno español. Para alcanzar el nivel de riqueza y bienestar de los admirados países del norte, no basta con desearlo, hay que poner en marcha sus mismas políticas. Rutte, por tanto, no es el enemigo a batir, sino el inesperado aliado de los españoles para superar la crisis a pesar del nefasto tándem que forman Sánchez e Iglesias.