Rusia y su Mundial

Vladimir Putin juega la carta del Mundial disputado en Rusia para ofrecer una imagen que aleje los fantasmas de la represión y la debilidad económica

Vladimir Putin se ha tomado muy en serio el Mundial. El país que estruja entre sus manos vive más de sus pasadas grandezas, y del petróleo, que de su peso específico en el mundo.

Rusia dista mucho de ser un gigante de la industria, la tecnología o cualquier otro sector económico competitivo.

Para hacerse una idea del peso real de Rusia, bastan pocos datos. A día de hoy, el PIB de la venusiana Europa es más de diez veces superior al del oso ruso. China y los Estados Unidos ganan a Rusia por similar goleada.

Sin embargo, Putin se las ha sabido arreglar para que Rusia parezca mucho más importante y poderosa de lo que es en realidad. Su intervencionismo es constante.

La recuperación del autoestima

La necesidad psicológica occidental de disponer de un enemigo contribuye asimismo a hinchar el peligro ruso. No hay tal. La realidad es que Rusia no puede permitirse amedrantar a nadie que disponga de un cierto poder.

Por mucho miedo que algunos intenten inculcar en la ciudadanía europea, el riesgo de confrontación nuclear entre las potencias que disponen de los dos mayores arsenales es tan remoto que se debe descartar de cualquier análisis sensato de futuro.

Con la caída del muro, terminó un imperio que quedó humillado y desmembrado

Nadie amenaza a Rusia. Rusia no se siente amenazada. Sólo pretende disimular el complejo de inferioridad por la pérdida total de su imperio y el fin de su influencia ideológica y militar.

La antigua URSS disponía de países satélites por todo el planeta, alimentaba docenas de conflictos en los cuatro continentes y subvencionaba una infinidad de partidos comunistas.

El mundo era doblemente bipolar, en términos de poder real y de modelos opuestos de sociedad y producción. Con la caída del muro, dejó de serlo en ambos sentidos.

Por muy incruenta que fuera a gran escala, la Guerra Fría terminó con un imperio humillado y desmembrado. Los vencedores parecen haberlo olvidado, los vencidos no.

La función de Putin, el secreto de su domino absoluto sobre un país doblegado, consiste en restañar la herida del orgullo ruso.

El método, unas inteligentes y costosas operaciones de marketing supuestamente expansivas. El Mundial de futbol es una de ellas, tal vez la única que no se va a cobrar vidas humanas por centeneras o miles.

Un escaparate mundial

El mundial le viene como anillo al dedo a Putin. Rusia sufrió su última, una muy severa y dolorosa derrota en la rusófila Ucrania.

Putin palió el paso al lado occidental de lo que fuera desde siempre un país del núcleo duro del mundo eslavo-ruso recuperando Crimea para Rusia y adueñándose manu militari de una estrecha franja fronteriza. Triste consuelo.

En los últimos meses, su afán de intervenir en el exterior para simular poder le ha llevado a brindar a Occidente, si bien indirectamente, el gran servicio de poner fin a la guerra de Siria y arrinconar más al yihadismo del Daesh.

Expansionismo en un desierto desolado, a cambio de una base naval irrelevante en términos geoestratégicos pero no propagandísticos.

Putin acaba de regresar de un paseo triunfal. China le ha agasajado enormemente. Sin embargo, China, no Rusia, se prepara para inundar el mercado mundial de choches eléctricos robotizados con gran autonomía.

La apuesta de Putin tras fracasar con los Juegos de invierno es deslumbrar con el Mundial

Ahora, con el Mundial, Putin alcanza una nueva oportunidad de ser alguien no sólo importante sino además bien considerado a pesar de su desprecio por los derechos humanos.

Los Juegos de invierno de Sochi resultaron un fracaso por el dopaje a gran escala: además de impertérrito asesino a distancia y manipulador de redes informáticas, Putin es un tramposo que no respeta ni las reglas sagradas de la competición olímpica.

El fútbol despierta pasiones multitudinarias. A diferencia de los Juegos Olímpicos, no regala una lluvia de medallas sino un único vencedor.

Curiosamente, los Estados Unidos no han conseguido imponer al mundo sus deportes favoritos. Ni siquiera el baloncesto eclipsa al fútbol. Siguiendo el ejemplo japonés, China ha escogido el fútbol para presentarse en la sociedad global.

Las ciudades rusas no pueden permitirse grandes equipos de futbol porque son demasiado caros. Ya que Rusia no puede competir en el campo, la apuesta del sátrapa Putin consiste en deslumbrar.

Magníficos estadios, bombo, platillo y espectáculos. Si todo sale según lo revisto, organización perfecta. Objetivo: convertirse en el mejor anfitrión del mundo.