Todo escritor o quien tenga pretensiones de serlo, espera, como no, ser leído. Forma parte de los anhelos innatos al noble arte de la escritura. Por ello, una de las añagazas posibles consiste en poner un título sugerente, a poder ser rompedor y que altere la pestaña del posible lector (o lectora, que no están los tiempos para no realizar este tipo de distingos). El de esta pequeña aportación también goza de semejante pretensión. Pero, lamentablemente, no me corresponde su autoría. Es el título de una obra de Samuel Beckett, laureado nobel en lenguas sajona y francesa, que, como todo buen escritor inglés, nació en Irlanda.
Por fin hemos encontrado al ideólogo del denominado procés catalán, y es nada menos que uno de los creadores, junto a Eugène Ionescu, Arthur Adamov y Jean Genet, del denominado teatro del absurdo (dicho término se debe a Martin Esslin y apareció en su libro del año 1961, El teatro del absurdo, considerado “el texto más influyente en el teatro de la década de los 60´s”). Calificar lo sucedido de estrambótico, disparatado y delirante e incluso surrealista, es ya un lugar común entre los exégetas de la reivindicación de los independentistas catalanes, deseosos de convertirse en una nación o en un país o en lo que sea con tal de no “pertenecer” a España. Sí, los adjetivos es lo que tienen, que connotan al nombre, lo amplían, aclaran y detallan. Pero lo importante en este momento son los adverbios, en especial los de tiempo. No acudiremos al ya tan manoseado comentario atribuido a don Josep Pla, quien en agosto de 1954, viendo las luces de los rascacielos de Nueva York, inquirió con su aplastante lógica payesa: “Y todo esto, ¿quién lo paga?”. Pero vamos a ser más localistas, y nos quedaremos con la modificación de una expresión atribuida a un comentarista de futbol quien ante la derrota del Deportivo de A Coruña dirigido por el “sabio de Arteixo” Arsenio Iglesias, le lanzó a éste la gran pregunta metafísica: “entrenador, ¿qué?”. Pues bien, Puigdemont, y AHORA, ¿qué? A partir de este momento, ya implicándonos a todos como comunidad, “Y AHORA, ¿qué hacemos?”.
De la obra mencionada, “Rumbo a peor” (en el original “Worstward Ho”), se suele referir un texto presuntamente alentador y que se ofrece, cual bálsamo, como refuerzo en momentos de dificultad, en especial orientándolo a los denominados emprendedores: “Jamás fracasar. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. Epítome y faro del espíritu positivo y del esfuerzo para levantarse cada vez que una contrariedad parece vencernos, el taciturno y esquivo irlandés, hombre profundamente pesimista, hasta nihilista (llegó a afirmar sobre su infancia que él “tenía escaso talento para la felicidad”), en realidad, hizo una oda a la función propia del fracaso: darnos cuenta de la inevitabilidad del mismo y por lo tanto, de su asunción como algo netamente consustancial a nuestra humanidad. Tanto es así, que el párrafo transcrito y tantas veces recortado, va precedido de “Todo de antes. Nada más jamás. Jamás probar”. En definitiva y casi como siempre, nada es lo que parece pero, como lección aprendida y trasladable a un futuro más que gris en la acuñada “cuestión catalana”, podemos suscribir con Beckett que “Poco a poco. Hasta por fin levantarse. Ahora no. Ahora fracasar mejor, peor. (…) No hay futuro en eso. Por desgracia, sí”. Apostillamos, por supuesto sin el genio literario del irlandés, que cuando se fracasa y dicho traspiés no sirve como aprendizaje para no volver a cometer el mismo error, el fracaso se convierte en una losa de consecuencias imprevisibles.
Por cierto y ya finalizando, decir que alguien más se apropió, aunque en parte, del título arriba referido y no es otro que el presidente del Gobierno español actual cuando este argumentaba para explicar otro guirigay en el que nos habíamos metido tontamente, en aquella ocasión una fallida moción de censura, acuñando la curiosa expresión de “cuanto peor, mejor para todos y cuanto peor para todos, mejor para mí el suyo beneficio político”. Todo un ejemplo de influencia beckettiana. A ver, si fuese posible, dejémonos de calificar la situación en términos tan extremos y tomemos conciencia de que el problema es colectivo y que, en el fondo, y por mera ignorancia, estamos repitiendo errores del pasado, fracasos anteriores, por mantener posiciones extremas y prácticamente irreconciliables. Nada más alejado de la política de alto nivel.
Manuel Carneiro Caneda es director general de IFFE Business School