Ruedas de prensa o de miedo

Es de justicia preguntarse si se puede hacer un periodismo libre en Cataluña cuando hay periodistas vetados por las preguntas que hacen en las ruedas de prensa

Definitivamente no ganamos para sustos. Esta semana la Generalitat ha sido noticia por la decisión -formalizada por carta encima…- de retirar el acceso a su sala de prensa a Xavier Rius, director del digital E-Notícies.

Xavier Rius no es un periodista cualquiera ni es un alma cándida. Yo tampoco. Fui, soy y seré periodista antes, durante y después de entrar en política. Lo que sigue, lo que a partir de ahora voy a escribir, no se basa en ningún tipo de compadreo personal sino en un conocimiento del percal a veces incluso más directo de lo que me gustaría. Lo que voy a escribir lo escribo porque, sinceramente, creo que es de justicia.

Vamos a ello. Sin duda no pasa cada día que un periodista le pregunte a la portavoz del Govern qué le parecería si él, el periodista, le solicitara una felación. Probablemente es algo que nunca habría preguntado yo. Ni muchos de mis colegas tampoco. Rius sí, porque sin duda es mucho Rius…pero también porque había tema. Cuando llevas una semana viendo por Internet vídeos primero “censurados” y después filtrados, donde los payasos de cabecera del procés fantasean con tener sexo oral con la reina de España y con su hija de 15 años, bueno, la pregunta de Rius puede apabullar más que sorprender.

Se llama reducción al absurdo. En latín, reductio ad absurdum. En cristiano/periodístico, reductio ad hitlerum o reducción a la dictadura pura y dura: darle a probar a alguien una cucharada de su propia medicina, a ver qué tal le sienta.

La cosa es: TV3 pretende haber “censurado” un vídeo que cruza todas las líneas rojas de lo machista, de lo asqueroso y de lo soez, pero, ni ha impedido su filtración en redes (aunque lo pretenda camuflar censurando a posteriori a algunos medios que lo reproducen, como ElCatalan.es…), ni ha expulsado de la parrilla de la radiotelevisión pública catalana a sus autores. Un tal Jair Domínguez y su compinche Peyu siguen siendo estrellas de la tele y de la radio catalanas pasmosamente consentidas y bien retribuidas.

Entonces va Xavier Rius y plantea la cuestión como se la plantea a la portavoz del Govern, quien niega que en el Consell Executiu el tema haya merecido el más mínimo debate, quien defiende la libertad de expresión en TV3 y lo siguiente que sabemos es que a Xavier Rius le quieren negar de forma fulminante y permanente el acceso a las ruedas de prensa del Palau de la Generalitat.

Se lo comunican primero por teléfono y acto seguido por carta, una carta en la que le dicen que ya llevaban tiempo hartos de él y de sus “faltas de respeto” y que en fin, esta vendría a ser la gota que colma el vaso: que a hacer preguntas incómodas, a la calle.
Y yo pregunto: ¿Quién se cree que es el govern de la Generalitat para vetar periodistas en Palau? Feo estaría que esto lo hiciera un partido político en su sede, o una empresa en su razón social. Pero, ¿una institución que la pagamos todos?

Si no les gusta una pregunta, que no la contesten. Pero la expulsión de periodistas o, como en este caso, de medios de comunicación enteros, entraría de lleno en lo orwelliano incluso si Rius se hubiera vuelto simplemente loco. Si su pregunta no fuera la simple expresión de una paradoja atroz: ¿se les permite a los colaboradores de TV3 lo que a los periodistas no? ¿Visa oro para unos y tarjeta roja para otros?

“¡No hay precedentes, nunca se ha visto una cosa igual!”, me comentaban varios compañeros y conocidos a raíz del J’Accuse de Xavier Rius. Pues miren por donde, eso no es del todo verdad. Cierto precedente sí que hay. Lo sé porque lo vi y lo viví de cerca cuando yo misma, hace tiempo, fui reportera acreditada en las ruedas de prensa de la Generalitat.

Hablamos de cuando Jordi Pujol era president, Xavier Trias daba las ruedas de prensa del Govern y ambos dos eran socios de coalición de Josep Antoni Duran. El caso es que Duran había hecho determinadas declaraciones sobre determinado tema delicado. Un periodista de un importante medio de comunicación de cuyo nombre no quiero acordarme -poco a poco se irá entendiendo por qué- preguntó sobre ese mismo tema a Trias, sin anticiparle lo que ya había dicho Duran. Supongo que en su ¿ingenuidad?, dio por hecho que a un político le entra en el sueldo conocer las declaraciones que han hecho sus socios.

Bueno, pues el caso es que Trias no las conocía, dijo blanco donde Duran había dicho negro, se lió la típica tormenta en un vaso de agua de la que al día siguiente nadie se acuerda, pero que en el momento parece el diluvio universal. Desde Palau llamaron por teléfono al importante medio donde este periodista trabajaba con un mensaje inequívoco: que no le volvieran a mandar a él a sus ruedas de prensa. Nunca más. Que mandaran a cualquier otro.

Yo me enteré por la superior inmediata de este periodista, que me contó (nos contó a unos cuantos…) lo que estaba ocurriendo y nos pidió ayuda. Me gustaría insistir aquí en la importancia de ciertos matices. Vetando a Xavier Rius, la Generalitat veta en la práctica a la totalidad de E-Notícies, de la cual Rius es co-fundador, director y fundamentalmente hombre orquesta. El caso que les estoy contando era muy distinto. El medio era poderoso. Era factible sustituir a un reportero por otro sin perder comba. De ahí la perfidia de la petición, que de haber prosperado podía haber supuesto la muerte profesional súbita de aquel reportero en concreto y sólo de él. Sus jefes tenían la opción de dejarle caer y olvidarse de todo el asunto.

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès (d), observa al vicepresidente del Govern y conseller de Políticas Digitales, Jordi Puigneró (i) durante la segunda jornada del pleno del Parlament. EFE

Por suerte para él, y para la dignidad de la profesión, la que era su superior directa, y reportera de campo a su vez, se atravesó, dio publicidad al asunto, movilizó discretamente todo lo movilizable. En la Generalitat de entonces (algo más reflexiva que la de ahora) acabaron reculando. La cosa no pasó de amenaza telefónica, nunca llegó a haber carta de la vergüenza, el periodista volvió a las ruedas de prensa, y aquí paz y, después, casi gloria.

Cuando digo casi, quiero acabar con una nota agridulce, que dirían los catadores. No voy a revelar aquí ni el nombre de aquel periodista ni el del medio en el que trabajaba porque, cuando estos días le contacté para refrescar detalles de la historia, me lo encontré muy asustado y a la defensiva: “Sí es verdad que hubo malestar con una pregunta mía, ¡pero a mí nunca me amenazaron con vetarme en las ruedas de prensa, lo desmiento rotundamente!”, casi se me echa a llorar por teléfono.

Lo triste es que yo no le llamaba para contrastar nada porque, como digo, yo estaba ahí. Yo vi y viví todo aquel incidente desde primera fila. O el periodista en cuestión no llegó a enterarse de que durante horas su cabeza pendió de un hilo -posible, pero improbable…-, o, a la vista de la que se ha liado con el Riusgate, lo último que desea es verse asociado a la polémica. No quiere que nadie se acuerde de él.

Y pregunto yo: ¿se puede hacer periodismo en Cataluña o en cualquier parte bajo semejante presión, con semejante miedo? ¿Antes, durante y después?

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