Rosell da la vuelta al calcetín de la CEOE

Le ha costado más de cuatro años y vencer no pocas resistencias internas, pero Juan Rosell ha conseguido hacerse al fin con el control de la patronal española. Las últimas elecciones, en las que se alzó con la victoria en tiempo de descuento, fueron la llamada de aviso definitiva.

Hacía meses que el empresario barcelonés que dirige la asociación empresarial expresaba sus quejas sobre la herencia que había recibido de sus antecesores José María Cuevas y Gerardo Díaz Ferrán. Cuando se le preguntaba, siempre respondía que era muy, muy difícil, acometer el cambio interno.

Las resistencias de una organización funcionarial y demasiado acostumbrada a vivir de los fondos públicos de formación había generado un clientelismo interno de compleja destrucción. La misma tecnocracia que él denuncia refiriéndose al aparato de la Administración habitaba en su casa. Es justo a esa regeneración interna a lo que se ha dedicado Rosell en su primer mandato. Con tibieza, a juicio de algunos, porque no acabó de mostrar el liderazgo suficiente con los casos de Arturo Fernández u otros que nublaron la imagen pública de CEOE.

Hace apenas unos días (el acuerdo tiene fecha 5 de mayo), dio el definitivo golpe sobre la mesa: destituyó al secretario general José María Lacasa y lo relevó por Ana Plaza, una ejecutiva que había incorporado a la casa para apoyarle en tareas gerenciales. Para que no pareciera un despido (debió acordarse del revuelo que se formó al prescindir de Juan Iranzo y sus privilegios en el Instituto de Estudios Económicos, una filial de CEOE), Rosell lo ha situado en una esquina, como presidente de la fundación patronal.

Era el cambio pendiente y definitivo, después de haber procedido de manera similar en algunas áreas internas como los departamentos de laboral o comunicación.

Se da la circunstancia de que Antonio Garamendi, quien fue su adversario electoral en diciembre pasado, ha adoptado una posición posibilista y se ha convertido, además, en su primer colaborador nada más iniciarse el mandato. Confemetal, una patronal asociada que también le plantó batalla más personal que conceptual, está próxima a vivir un terremoto similar en breve.

La crisis ha provocado que el gran problema de la patronal sea la situación de sus antagonistas, los sindicatos

A Rosell le queda aún la asignatura pendiente del Consejo de la Competitividad, una agrupación de grandes empresas del Ibex 35, que han prescindido de la CEOE para tener interlocución con el Gobierno del PP en tiempos de crisis. Ese espacio, que históricamente ocupaba el patrón de patrones, hoy se lo disputan los presidentes de las grandes multinacionales españolas, que prefieren saltarse la intermediación.

De todas maneras, el principal riesgo en el horizonte del empresariado español no está hoy en su organización representativa, sino en sus antagonistas. «Estamos incluso ayudando a los sindicatos, porque están en una situación muy delicada», confiesa el patrón. La CEOE deberá administrar la salida de la crisis en los diferentes sectores empresariales, negociar de nuevo convenios y políticas salariales, aplicar políticas de competitividad y mantener la actividad de lobby histórica.

Para plantarse ante unas administraciones públicas que pueden ser políticamente muy complejas en los meses venideros, a la CEOE le interesa recuperar el vigor de los sindicatos. «Necesitamos interlocutores –recuerda Rosell–, no podemos quedarnos sin ellos». CCOO y UGT se han debilitado más que la media durante esta última crisis y su futuro se ha hecho más complejo ante los nuevos marcos políticos. Sin los fondos de formación para mantener sus estructuras dimensionadas, las dos centrales se verán obligadas a darle la vuelta a sus respectivos calcetines como ha hecho Rosell con la gran patronal. Y, de momento, van con desventaja en el tiempo y en el espacio político.