Rosalía Mera: así era trabajar con la «jefa» (I)

El despacho de Rosalía ocupaba una luminosa estancia de la tercera planta de la Fundación Paideia, aunque era culo inquieto. Un óleo pintado por la artista Luz Antequera titulado El beso le recordaba a la espalda de su mesa de trabajo una infancia llena de mar y de sueños. La playa de Riazor y la del Orzán juegan con sus lenguas de agua en el centro del lienzo. Una pareja se besa en la parte derecha mientras una rapaza contempla la escena desde la otra orilla. En el domicilio de Luz Antequera, fallecida hace una década, pasó muchas noches calmando el naufragio del amor y Rosalía le tenía un cariño especial a esa obra. El cuadro está pintado desde las ruinas que quedan de las antiguas murallas y el lugar se conoce como la Coraza.

Sandra tiene su despacho en la primera planta y en el enorme edificio diáfano conviven la fundación y la corporación financiera unidas por un pasillo, sin tocarse, sin soltarse, bajo la filosofía de que «una entidad financiera puede nutrirse mejor y buscar fondos éticos si tiene en su entorno proyectos sociales«. Rosalía no era de atrincherarse entre cuatro paredes. La «jefa», como le gustaba que la llamasen, podía aparecer repentinamente en cualquier rincón, tanto para controlar el horario y las tareas del personal de limpieza como para presentar a Alicia Koplowitz a los empleados sin el mínimo boato. «Yo me quedé de una pieza cuando apareció con ella en la sala donde estábamos trabajando como si se tratase de la vecina de al lado. Nos traía a todas las visitas por importantes que fuesen, pero trabajar con la jefa era muy duro», recuerda una persona que pasó varios años en la fundación. Pancho Álvarez Fontenla la define como «una mujer fuerte de carácter, trabajadora al cien por cien que estaba metida en todo. Sabía llevarse con la gente, puede que de entrada echase para atrás, pero después era buena conversadora, con ansias de aprender e ir al fondo de los asuntos. Cuando una persona es así choca con algunos y, como todo el mundo, granjea simpatías y enemistades».

Un trabajador podía adorar a Rosalía al presenciar cómo se subía resuelta a una silla para cambiar una bombilla en vez de estar repantingada en un yate y lamentar después haber tenido ese pensamiento cariñoso. «Como cuando levantó de la mesa a gritos a un compañera sorda para sentarse ella a trabajar con un programa que no dominaba, agravándose todavía más la situación. No delegaba ni en maquetación», aunque a veces los sorprendía porque «detectaba fallos que parecían imperceptibles». La jefa acostumbraba a levantar mucho la voz, quizá porque necesitaba un audífono.

Por el departamento de diseño gráfico del Grupo Trébore, en el que trabajan personas discapacitadas, se dejaba caer con frecuencia. Es una de las principales vías de ingresos por los continuos encargos de logotipos para ayuntamientos como el de Benidorm, trabajos para la cadena hotelera Room Mate de Kike Sarasola, de la que poseía el 30,6% de las acciones, catálogos de empresas, memorias, cartelería de instituciones públicas, publicaciones de la fundación… Tanto si se trata de diseñar un folleto como de coser una bata, el único secreto para llegar puntual a la cita con el cliente es restarle horas al descanso y sumárselas al trabajo. La exigencia era máxima, aunque predicaba con el ejemplo, según un extrabajador: «Hay que reconocer que trabajaba más que nosotros. No paraba ni en vacaciones. Llamaba para pedir que le enviásemos los proyectos. En los momentos de más tensión acababa llorando con nosotros mientras nos decía: ‘Yo os pido las cosas y os hago trabajar mucho, pero es que soy así. Estoy muy cansada, pero no puedo dejar de trabajar’. Y creo que era sincera. En el fondo era como una madre que nos echaba broncas».

El temperamento acerado de Rosalía no se ha reproducido en su hija. «Sandra también tiene un carácter fuerte, pero es de las que sabe mandar». Esta persona discapacitada agradece la oportunidad laboral que le brindó Paideia, pero decidió marcharse porque el salario escaso casi no le permitía pasar de mitad de mes. El personal que se ocupa del servicio de limpieza en el vivero de empresas Mans o los que lavan coches en la nave colindante también se quejan de que la interminable jornada laboral no se corresponde con una soldada generosa. Rosalía nunca ocultó que las cantidades que abonan son bajas: «Cuando nos planteamos salarios en nuestras empresas pequeñitas estamos con los 700 euros, 800, 1.000 euros, el mileurismo… Esas son las cantidades con las que la gente, por desgracia, maneja y no sé cómo lo hacen con el valor que tiene ahora el euro».

La fortuna no provocó que pecase de manirrota ni dejase de contar los céntimos y a menudo se sorprendía por el precio marcado en un cachivache. «A veces me pregunto, ¿pero cómo puede costar esta cosa dos euros?» En ocasiones se excedía en el regateo y quedaba de tacaña. Para evitar gastos innecesarios quería que los ponentes que invitaba a dar un curso en la fundación se alojasen en el piso de invitados. Y aunque el apartamento cuenta con todas las comodidades y está amueblado con un gusto exquisito, alguno se quejó por tener que pasar la noche a solas en un enorme edificio deshabitado en vez de descansar en un hotel con servicio de habitaciones. La más rica también era la que más controlaba las facturas y no abría la mano ni con la minuta del más afamado de los expertos ni dejaba sin supervisar la cuenta más pequeña. El productor de cine Pancho Casal se la encontró un día en Paideia «discutiendo cómo mejorar un presupuesto de doscientos y pico euros de una empresa con las mujeres del rural para el mantenimiento de las plantas de un hotel». Se regía por el principio de que «todos tenemos el deber y la obligación de saber usar el dinero» y creía que «en exceso, como todo, es malo». Tuvo poco, consiguió mucho y peleó para que su vida no se quedase en nada más que eso, dinero.

 

* El periodista Xabier R. Blanco es autor del libro Rosalía Mera, el hilo suelto (La Esfera de los Libros), del que Economía Digital publica este extracto