Rosa Díez: adiós al regeneracionismo rancio
Sartre escribió que para formar una comunidad sólo hacen falta dos personas… y una tercera, a la que odiar. Denunció así la esencia excluyente del nacionalismo, como lo han hecho Fernando Savater y Rosa Díez, solo que estos dos últimos se refocilan en el espíritu del Foro de Érmua para abominar de ikastolas e inmersiones lingüísticas. Matan moscas a cañonazos.
Euskadi huele a hierro y a cura montaraz. Catalunya sufre a Emerson, al romanticismo y al cosmopolitismo snob de los judíos. Los refugiados del batallón vasco-español de las letras odian la estética, los arquitectos, la sobriedad de Xenius (Eugeni D’Ors) y la cuadrícula del Eixample. Entre ellos, destaca Rosa Díez que desempeñó el cargo de consejera vasca en la etapa del pacto PNV-PSOE, cuando entraba y salía de Ajuria Enea como Pedro por su casa, y con el carnet de socialista entre los dientes.
Fue al inicio de la rabia, mientras su rencor frente a la diferencia germinaba en su corazón con la furia del converso. Hoy es una figura del «no», antipática émula de Baroja, aquel escritor acodado en Alejandro Lerroux, que fue herido por la envidia el día que Gumersindo de Azcárate metió a media Generación del 98 en el gobierno Salmerón de la Primera República. A él no lo metió; le temía.
Como don Pío, Rosa está hecha de renuncias. Pero ella no ha dejado una herencia intelectual portentosa como sí lo hizo el paseante solitario de Itzea. La coordinadora de UPyD (¿coordinadora es un eufemismo tontorrón?) podía haber legado una militancia seria si no fuera por su autoritarismo de capataz. El mismo que le impidió aceptar el noviazgo de Ciudadanos, de la mano de Albert Rivera, el letrado que dejó la derecha para abrirse camino disfrazado de Kennedy español. Después del batacazo de Andalucía que convierte a UPyD en una fuerza extraparlamentaria, los críticos exigen su cabeza.
La formación que fundó Díez atraviesa la mayor crisis de su historia, escenificada ayer en un hotel de Madrid: magentas contra naranjas o UPyD, facción rosista, contra los vendidos a Ciudadanos. Al lado de la jefa, Carlos Martínez Gorriarán, con la mochila de Érmua y Basta ya, partidario de morir matando, junto a Herzog, el letrado que se arroga la paternidad del cerco penal a Bankia. Y al otro lado, los que van contra la jefa: Irene Lozano (tu quoque, fili mi?), el economista Álvaro Anchuelo y Toni Cantó, valenciano y con prisas para ocupar el hueco que le hace en Ciudadanos Carolina Punset, la hija del gran Eduard.
Los suyos gritan ante el altar del sacrificio: ¡apostasía o muerte! Pero ella, marcada por el sino de los supervivientes, no es precisamente Thomas Moro. De momento, Díez regurgita, como los rumiantes; pide tiempo y ofrece a Herzog con el estilo de los presidentes de los clubs de fútbol que refuerzan a su entrenador, 24 horas antes de exigirle el cese.
Díez aborda su guerra interna desde antecedentes difíciles como los de 2000, cuando ocupó el furgón de cola en el seno del PSOE en disputa con Zapatero, José Bono y Matilde Fernández. Desde entonces, la doña se presenta como adalid del regeneracionismo de relumbrón, aupada por el rancio satén de los mandarines, Savater, Pombo y compañía. Lleva 15 años haciendo de Joaquín Costa, pero sin abrir el melón; volviendo la vista atrás, como los que no aman el futuro; inmersa siempre en el merengue sentimental de los que no hacen política de tanto hacer Nueva Política.
UPyD no roba, no tiene corruptos, defiende la moral y es más española que el palo de la bandera ¿Quién será la modista de esta señora amontillada con un fondo de armario infinito? Ella regenera; lo regenera todo; su krausismo supera al de aquel zapatero remendón descrito por Baroja –con el maligno sarcasmo de sus capitanes– que, en vez de cambiar medias suelas, puso un letrero en el portón de su casa con esta leyenda: «Aquí se regeneran zapatos».