Romper o permanecer en el gobierno
Las diferencias entre las caras del Gobierno son tan claras que, probablemente, no haga falta ni que rompan para evidenciar sus posiciones enfrentadas absolutas
Los gobiernos compartidos entre dos partidos tienen sus riesgos cuando las elecciones están cerca. La cuestión es si arremeter contra el compañero de viaje o justificarlo todo; qué parte de culpabilidad o de éxito tiene uno u otro partido y como desgajarlo de los argumentos nuevos de campaña.
El ejemplo más reciente lo tenemos en Andalucía. Tras cuatro años de Gobierno coherente y armónico y una campaña donde esa relación se mantuvo entre PP y Ciudadanos, las elecciones dieron un resultado inequívoco: patada a una de las dos formaciones.
Es cierto que existía y existe una tendencia a la baja del partido de Inés Arrimadas. Sin embargo, el sentido de responsabilidad a la crítica al compañero de gobierno castigaron las posibilidades electorales del candidato naranja que le ofrecieron un cero patatero de presencia parlamentaria.
Tenemos por delante un año de varias elecciones. El 2023 espera elecciones municipales, autonómicas en la mayoría de las Comunidades y generales. En Madrid y Barcelona hay gobiernos de coalición, así como en el Gobierno central.
¿Es prudente romper a estas alturas? ¿Es interesante provocar una crisis que te conduzca a la ruptura y quedar liberado de rémoras? Lo cierto es que los especialistas en comunicación política no se ponen de acuerdo sobre qué hacer en estos casos y su respuesta siempre es la misma: «Habría que analizar caso por caso», aseguran. En definitiva, una respuesta temerosa.
Pero la cuestión es que el voto no se comparte. Analicemos el caso de Barcelona. La tendencia es que Ada Colau solo recibe malos comentarios a su gestión. Sin embargo, las encuestas aseguran que tiene un voto cautivo. Que es suyo y, de momento, no lo ha cedido. Por otro lado, Jaume Collboni se aprovecha de que los vientos para el PSC son suaves y a favor. A pesar de ello, una oposición fuerte a Colau no sería entendida como cierta. Han gobernado juntos durante los tres años y medio de mandato y nada parece sospechar de una crisis efervescente que les obligue a romper.
¿Eso qué significa? Pues que el voto antiColau, que hay, y mucho, todavía no ha decidido si la opción es Collboni. Nada evidencia que se vaya a oponer, por ejemplo, a las conocidas como ‘superillas’ que comienzan a proliferar en la ciudad.
El caso de Pedro Sánchez no es tan delicado de gestionar. Las diferencias entre las dos caras o hasta tres caras del Gobierno son tan claras que, probablemente, no haga falta ni que rompan para evidenciar que sus posiciones enfrentadas a cuestiones concretas son absolutas.
Las carencias de la ‘ley del sí es sí‘ han puesto en ridículo a una parte del Gobierno o a todo, aunque también han servido para evidenciar la mala praxis en la forma de construir leyes llamadas a ser reclamos electorales. Y de eso tienen la culpa los dos. Sin entrar en sediciones y malversaciones.
En el caso de Cataluña, y aunque las elecciones no se esperan pronto (ya veremos) el trabajo se lo han facilitado. Romper por motivos emocionales tampoco parece la mejor forma de enfrentarse a unas elecciones. Aunque en la relación entre ERC y Junts hace mucho que se «les rompió el amor», como cantaba la gran Rocío Jurado.
La decisión de romper o no un gobierno antes de unas elecciones seguirá siendo una incógnita en la metodología electoral. Las dos opciones tienen los pro y los contras que conocemos en un país poco dado a llegar a acuerdos macro que duren en el tiempo. Aunque, como casi siempre acostumbra a ocurrir, el voto que se deposite en las urnas tendrá la emoción con la que se eligen las papeletas casi siempre en España. Mal método, pero ya ven.