Rodrigo Rato, del Banco de Siero a Bankia

Es un hombre que sube al ring dispuesto a noquear a su propia sombra. Rodrigo Rato Figaredo se ha metido en un bucle: renuncia a la indemnización de Bankia a cambio de mantenerse en Lazard, la firma de inversión que entronizó en bolsa a la propia Bankia y que le catapultó a la presidencia de la entidad. Trata de evitar al Fiscal General del Estado, pero se asoma al vacío. Como lo hizo su padre, Ramón Rato Rodríguez-San Pedro, jurisconsulto, glosador de las “ínclitas razas” del Generalísimo y, sin embargo, condenado por evasión de capitales.

El Banco de Siero, propiedad de los Rato y tapadera del traslado de sus fondos a Suiza, fue intervenido por el Banco de España, al final de los sesentas; su padre, su hermano Ramón y su tío, Faustino Rato Rodríguez-San Pedro, fueron condenados; los dos primeros olieron incluso el latón carcomido de Carabanchel. Pero prometieron venganza en la figura del benjamín de la familia, Rodrigo, llamado a las más altas metas desde su infancia en el colegio madrileño de Nuestra Señora del Recuerdo y más tarde en el ICADE, vinculado a la Universidad Pontificia de Comillas.

Rato estudió Derecho en la Complutense y se doctoró en Berkeley. Su toga lleva el estigma ignaciano de los jesuitas; está muy lejos del estilo apodíctico de la Universidad de Navarra, en cuyos centros se han formado buena parte de sus camaradas del PP. Hoy, en el partido del Gobierno, cohabitan gestores de los dos mundos (jesuitas y opusdeístas) irreconciliables en la tradición confesional de la España docente.

Rodrigo Rato, el banquero efímero que fue director gerente del FMI y vicepresidente del Gobierno largo de Aznar, pertenece a una saga empresarial de raíces asturianas. Es el biznieto de Faustino Rodríguez-San Pedro (los Faustinos en su linaje son una herencia dinástica, como los Eusebios en el caso los Güell), vicepresidente del Senado, alcalde de Madrid, presidente de Ferrocarriles del Norte y ministro en tres carteras –Hacienda, Estado e Instrucción Pública— en los gabinetes sucesivos de Maura y Silvela, entre 1903 y 1909.Vencido por el éxito y liberal tronitonante, Rato lleva la política en la sangre pero refugia su dinero en las alforjas.

Su madre, Aurora Figaredo, aportó al tronco común de los Rato intereses siderometalúrgicos procedentes de Mieres, la ciudad del Principado donde la minería asturiana entronca con el hierro y la fundición. El hijo del fundador de la Cadena Rato estaba destinado a comunicar. Desde su emporio radiofónico, los Rato respaldaron la aventura fundacional de Manuel Fraga y convirtieron a Rodrigo en el inspirador económico de la nueva derecha (en línea con la generación supply side de Ronald Reagan) comandada entonces por el itinerante Jorge Verstrynge, en liza con Miguel Herrero de Miñón, el ruiseñor de la Transición.

En los prolegómenos de su carrera pública, Rato compaginó vocación y devoción en empresas, como Aguas de Fuensanta, Edificaciones Padilla o Construcciones Riesgo. Su debut parlamentario, tamizado inicialmente por Hernández Mancha, surgió de la mano de José María Aznar, con la refundación conservadora del 89. Desde aquel momento, Rato dejó su huella en la bancada popular del Congreso. Y confirmó su hegemonía en enero del 96 cuando el PP lo colocó al frente de una de sus tres vicesecretarías generales (las otras dos fueron para Mariano Rajoy y Jaime Mayor Oreja).

Cuando atravesó por primera vez el patio de luces del Ministerio de Economía (la Real Casa Aduana, obra de Sabatini), Rodrigo Rato era un rico heredero. La ONCE había adquirido 63 de las 72 emisoras de la Cadena Rato (la red convertida después en Onda Cero) por medio de un acuerdo firmado por su padre, el ya anciano Ramón Rato, que ingresó 5.000 millones de las antiguas pesetas. A la sombra de la teja roja, Rodrigo paseaba su plumaje con la misma desenvoltura que habían mostrado sus nobles antecesores, Navarro Rubio, Boyer, Solchaga o Fuentes Quintana, el sabio de Carrión de los Condes. El Madrid del viaje al centro rememoraba la Corte de los Milagros, inventada un siglo antes por Valle.

El entonces titular de Economía y Hacienda se llevó el mérito de la entrada en el euro, pero no advirtió que el andamiaje de su modelo productivo era un canto al cemento de los concesionarios (Florentino Pérez, José María Entrecanales, Rafael del Pino, Luis del Rivero, etcétera) o una recompensa a la voracidad de los influyentes (Juan Villalonga, Alfonso Cortina o Francisco González, entre otros), al frente de empresas privatizadas.

El Rodrigo Rato del déficit cero, el meritorio impulsor de los organismos regulatorios (CNMV, Comisión de la Energía, Comisión de las Telecomunicaciones…) no despegó nunca sus dos mundos: la cosa pública y el interés privado. Lo persiguió la sombra de su clan a través de Muinmo, una sociedad propiedad de los hermanos Rodrigo, Ramón y María Ángeles Rato, que recibía contratos del Estado y que gestionaba paralelamente las estaciones de la cadena radiofónica, que todavía estaban en poder de la familia Muinmo, en la que la primera esposa de Rodrigo y hoy presidenta de Paradores, María Ángeles Alarcón, figuraba como accionista y consejera, fue investigada a raíz de una operación con el banco HSBC.

Los Rato rozaron entonces la grave tangente de Gescartera. Pero salieron indemnes, junto a otros altos cargos del PP, como Enrique Giménez-Reyna, secretario de Estado; Enrique Ramallo, vicepresidente de la CNMV o la presidenta del mismo organismo bursátil, Pilar Valiente.

El destape de aquel caso desnudó el ahorro piadoso y la inversión segura: Gescartera acabó con los fondos de congregaciones religiosas y con los recursos de los cuerpos de seguridad del Estado. Fue un Gürtel avant la lettre, un ensayo general dotado de un único culpable, el desconocido Antonio Camacho Friaza.

Cuando la trastienda de Moncloa deshilachaba sus últimos retazos, Aznar anunció su retirada con la foto de las Azores colgada en el cañamazo de Génova. El César exigía una herencia validada por el fuego de la fidelidad. Pero Rato, su delfín mejor preparado, no quiso comprometerse en una pelea de figurantes (Arenas Bocanegra, Acebes Paniagua, Gallardón, Zaplana o el menguante Álvarez Cascos). Poco después, durante el sprint final hacia el FMI, superó a sus dos mayores oponentes, Gordon Brown y Mario Monti. Su gerencia en el organismo internacional fue un interregno entre el alemán Horst Köhler y el francés Strauss Kahn, percherón de infausta memoria.

Ahora, en el ocaso de su segundo ciclo, Rodrigo Rato Figaredo resume su trayectoria financiera, desde la ficha familiar del Banco de Siero hasta su presidencia en Bankia. La burbuja de los años dorados, su burbuja, ha empezado a exigirle cuentas.