Tecnología y predicamento humano
Mientras exista la tecnología para servirnos, los seres humanos seremos libres y retendremos nuestra alma. Lo contrario significará reducirnos a esclavos
Hace 50 años, las revueltas de la generación del 68 crearon ondas de choque que convulsionaron al conjunto de la sociedad occidental. De repente, las premisas básicas fueron cuestionadas: poder militar; economía capitalista; sistema educativo; autoridad de los líderes; religiones tradicionales; e, incluso, los propios padres.
Por encima de todo, y para desconcierto de élites y generaciones anteriores, lo más sorprendente es que hubo una revuelta contra la ¡tecnología!
La sociedad occidental, que debía y debe tanto al progreso tecnológico (crecimiento industrial; superioridad militar; avances médicos; exploración del universo; la televisión y entretenimiento…), fue acusada por Theodor Roszak en su libro de referencia The making of a counter culture (1968) de evolucionar hacia la tecnocracia.
Roszak no fue el único. En el mismo período, pensadores como Herbert Marcuse, Jacques Ellul, Erich Fromm e Ivan Illich expusieron una teoría similar. Se revolvieron contra una sociedad que, en su opinión, estaba completamente dominada por la tecnología. ¡Científicos, ingenieros y gerentes gobiernan el mundo!
Esta resistencia contra la tecnología y el anhelo de una arcadia, el retorno utópico a la pureza y tranquilidad de una vida en la naturaleza, se ha conocido como ludismo. Con matices, y en un nivel de descontento más o menos acentuado contra la tecnología, es una corriente que incluye a pensadores y artistas importantes: George Bernanos, Aldous Huxley, Ortega y Gasset, Heidegger, Charlie Chaplin, Gandhi, Thoreau, Dostojevski, Wagner, Carlyle, Goethe, Schiller, Rousseau…
De Roszak a Rousseau, lo que todos sí tienen en común es un punto de vista humanista del desarrollo tecnológico. En el fondo admiten que la tecnología es un hilo conductor de la calidad de vida y la dignidad del ser humano.
Sin embargo, ello no significa que el ludismo sea una parte inherente de la tradición del humanismo. Una de las primeras expresiones del humanismo, la famosa Oda al hombre de Sófocles en su obra Antígona, escrita hace más de 2.400 años, es tanto como una oda a la tecnología:
Muchas cosas son formidables y, sin embargo, nada es tan formidable como el hombre. Sobre el mar gris y el fuerte viento del sur, a través de la espuma y el manantial de las olas, él recorre su camino peligroso.
[…]
Discurso, pensamiento y emociones, todo impulsado por el viento, forman la argamasa que construye sus ciudades. Aprende de sí mismo a refugiarse ante los inhóspitos torrentes de las nubes y las heladas del cielo invernal.
Está preparado para todo. Contra nada requiere protección. Incluso ha desarrollado vías de escape para sus dolencias. Sólo contra la muerte no ha encontrado aún refugio. (vs 332-335, 354-360)
Los humanistas clásicos ya percibieron que la grandeza de lo humano reside en un ejercicio permanente de respeto
En la antigüedad era evidente la profunda conciencia sobre la situación humana: el ser humano solo existe en el mundo debido a su poder sobre la naturaleza. Gracias a la tecnología existen las casas, ropa, caminos, puentes, barcos, templos, el arte… Para Sófocles, y otros pensadores contemporáneos, era obvio que la ingeniería era uno de los poderes únicos de la humanidad, puesto que los ingenieros transforman este planeta en un lugar habitable.
¿Que ha cambiado? ¿Por qué el humanismo clásico abrazó la tecnología como una fuerza para el bien y, por el contrario, la contracultura del mismo humanismo –el ludismo— consideró, siglos después, la tecnología primordialmente como una herramienta del mal?
Sófocles y los humanistas griegos nunca abrazaron la tecnología incondicionalmente. Su cultura, su manera de vivir, fue bien resumida en dos máximas escritas en el templo de Apolo, donde reside el oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo—todo con moderación”.
Conócete a ti mismo
Ellos sabían que la filosofía, y no la ciencia, proporciona el verdadero conocimiento del corazón humano. El amor por la sabiduría y la capacidad de distinguir. El ser humano tiene cuerpo, pero también mente y alma. La dignidad del hombre no reside en la satisfacción de los deseos carnales, sino en el cultivo del alma. Belleza, amor, verdad metafísica, bondad, compasión –y no sus contrarios— son los principales valores que hacen la vida importante.
Junto con la filosofía, los griegos cultivaron y celebraron las obras de las Musas, hijas de Mnemosyne, diosa de la memoria. Su trabajo, el arte y la colección de conocimiento histórico fue un recordatorio constante de que la vida plena es la búsqueda continua de preguntas sin respuesta. Y que, aunque el hombre es mortal, la moralidad de la vida es esforzarse por hacer eternos y espirituales valores como vivir en la verdad, hacer justicia, tener compasión y crear belleza.
Los humanistas clásicos se dieron cuenta de que los inventos y las contribuciones de los ingenieros al bienestar de las personas están muy bien. Pero también percibieron que la grandeza de lo humano, de su espíritu y alma, encuentra su expresión suprema en cómo Goethe definió una vez la civilización: “Es un ejercicio permanente de respeto. Respeto por lo divino, la tierra, para nuestro prójimo y también para nuestra propia dignidad».
Todo con moderación
Es el recordatorio y la advertencia de que el hombre, con todo su poder, siempre es vulnerable a volverse imprudente y central como en el mito de Ícaro y la historia de la torre de Babel: el hombre debe conocer sus limitaciones. De lo contrario seguirán destrucción y muerte.
Lo que Roszak llamó tecnocracia, una civilización dominada por la mentalidad y los valores de los tecnólogos, es una sociedad en la que la ciencia prevalece sobre la filosofía; los valores corporales y materiales prevalecen sobre el alma y el espíritu. Se relaciona con la utilidad (eficiencia, productividad, ganancia, velocidad) y prevalece sobre aquello que es considerado inútil (metafísica, amor, arte, la búsqueda desinteresada de conocimiento y sabiduría, belleza). La cantidad domina la calidad.
Eso sí que es un mundo sin alma en el que la máquina no sirve al hombre, sino el hombre a la máquina –como Chaplin ya mostró brillantemente en su película Modern Times (1936)—.
La sociedad del siglo XXI debe ser consciente de que cualquier oda a la tecnología solo puede ser una oda al hombre
Que la sociedad del siglo XXI es realmente una tecnocracia queda en evidencia cuando se exhorta a los estudiantes a dominar materias como la ciencia, tecnología, ingeniería y las matemáticas porque es lo que precisa la sociedad y, dado esto, es la mayor garantía de encontrar un buen empleo. También se delata cuando los defensores intelectuales de la tecnocracia, los llamados transhumanistas, no disimulan la idea de que sólo la tecnología importa y puede salvar al mundo porque:
Las democracias liberales necesitan mejorar moralmente para lidiar con seguridad con el poder abrumador de la tecnología moderna. Es crucial estar al tanto de la limitación moral de nuestra naturaleza y hacer todo lo posible para corregir estas limitaciones por medios científicos tradicionales o nuevos.
[…]
Es posible que la humanidad mejore moralmente en la medida en que la posesión de los abrumadores poderes de acción proporcionados por los científicos podrían utilizarse para crear un bienestar sin precedentes de humanos –y animales—. (Ingmar Person y Julian Savalescu, No apto para el futuro, Oxford UP 2012)
El ser humano como subproducto
Roszak y el movimiento de la contracultura, en el fondo, querían nuestra tecnocracia. Pero la sociedad debe ser consciente de que cualquier oda a la tecnología solo puede ser una oda al hombre. Mientras exista la tecnología para servirnos, los seres humanos seremos libres y retendremos nuestra alma. Lo contrario significará reducirnos a esclavos y subproductos de una cultura tecnológica.
Lo que se escribió hace 2.000 años sigue siendo cierto para todos los que quieren ser libres. ¿Qué será del hombre si gana el mundo entero y pierde su propia alma? (Mc. 8:36)