Rivera y la representatividad del garbanzo

Dicen que la princesa del cuento fue reconocida como tal entre una multitud de doncellas porque no pudo dormir debido a un garbanzo que habían colocado adrede bajo su colchón. Ese garbanzo que ninguna joven hubiera percibido a menos que se hubiera criado entre algodones es Albert Rivera.

Nuestra princesa del cuento, el Partido Popular, está demasiado acostumbrado al servilismo. Lo demostró en las pasadas elecciones, cuando le tocó formar gobierno. No consiguió pactar. Dieron por hecho que el que tiene más votos gobierna. Olvidaron probablemente el pacto entre el Centro Democrático y Social (CDS) y PP en Madrid 1989 para quitar a Barranco y poner a Rodríguez Sahagún, el candidato del CDS que había obtenido 8 concejales frente a los 24 del PSOE. Tuvo que ser bochornoso decirle al rey que no lo había logrado.

No hay más que ver la cara de incredulidad de todos cuando Felipe VI encomendaba a Pedro Sánchez la misión de formar gobierno. Y ahora, con Podemos herido gravemente, el PSOE tan mal como antes, y Ciudadanos aquejado de fuga de votos hacia el PP por miedo a la izquierda radical, Mariano se siente de nuevo recompensado tras la humillación anterior. Y además, la sociedad lo asume de esa forma. Por eso, cuando Albert Rivera, con su cuarta posición y su pérdida de votos, reclama que se vaya Mariano para pactar con el PP, propios y extraños se asombran y no lo entienden.

Incluso dentro de su propio partido consideran que es un error y lo manifiestan en los periódicos. No tiene precedente en la historia parlamentaria que un garbanzo no deje dormir a una princesa. Pero más allá de lo entretenido que resulta desde fuera esta situación, me pregunto por las razones que llevan a Rivera a disfrazarse de garbanzo.  

La sensatez de personas como Francesc de Carreras (uno de los fundadores de Ciudadanos) nos dice que es infantil que ahora PSOE y Ciudadanos se dediquen a echar pulsos con quien, le pese a quien le pese, es el ganador aparente: Mariano Rajoy. Y digo aparente porque el ganador absoluto de estas elecciones ha sido el miedo.

Miedo sensato, he de aclarar, pero miedo. No encuentro nada bueno Mariano, no hay una actitud encomiable, ni una decisión destacada en su haber, lo que sí hay es miedo en la sociedad por lo mal que otros lo han hecho. Es una postura inteligente pero muy nociva porque en cuanto la sociedad española se sienta más confiada, Mariano no va a tener agarradero.

La actitud de Rivera, pero también la de Pablo Iglesias y la del propio Rajoy, se debe a una sobredosis de representatividad. Es un sentimiento de hablar «por mí y por todos mis compañeros» muy de patio de colegio. Cada cual es el verdadero representante del pueblo, o de su gente, y se deben a sus votantes como la folclórica a su público.

Yo estoy más con Carreras. Albert Rivera ganaría credibilidad como garbanzo molesto si aceptara un gobierno de Rajoy y ejerciera una oposición implacable y ejemplar. Y ahí está uno de los problemas más serios de España. No hay líder político creíble porque ninguno es ejemplo de nada.

Los anti casta ya están dando de comer a los cuñados, los recién llegados empiezan a tener cadáveres en sus armarios. Y, por descontado, los ERE’s y Bárcenas siguen cada cual en su estercolero sin limpiar, ni asumir, ni disculparse. Nada de manguerazo ético dentro del partido. Todos hablan de regeneración como quien habla de los hípsters: es lo que toca.

La actitud de Rivera, además de confirmar su infantilismo crónico, pone encima de la mesa a quién representa esta gente. A quiénes creen que representan cuando esgrimen argumentos tan rocambolescos.

Quién es ese pueblo al que dice representar Pablo Iglesias (probablemente el garbanzo negro) cuando sus apóstoles agreden el orden democrático sugiriendo pucherazo, pero sin echarle narices y denunciar; malmetiendo como la vieja del visillo por falta de razones y de coraje. No se juega con fuego. Los españoles han votado lo que han votado y ese es el pueblo al que sirves como parlamentario. Ese y no otro. Y si no te gusta, siempre puedes irte.