Rivera se hace mayor y amenaza de ‘sorpasso’ a Rajoy

Un debate a cuatro es como un amor imposible. Por lo menos en esta ocasión los candidatos disponían de atriles. En televisión pasa como en las playas nudistas: por muy buen cuerpo que se tenga no te acostumbras a mostrar el sexo con naturalidad.

En el primer debate a cuatro, en la anterior campaña, Rivera no sabía qué hacer con las manos ni con los pies. Y eso que es el único político español que ha posado desnudo, eso sí, cobijado por un balón. Entonces no sabía qué hacer con los pies y tampoco con los brazos. Tenía el baile de San Vito y hubiera pagado por que le amputaran las manos.

En el debate de ayer, Rivera estaba cómodo, casi como un premio Nóbel, apoyado con fuerza todo su peso en el soporte que le proporcionaba el atril. En suspensión, noqueó a Mariano Rajoy con la corrupción y estableció como hecho probado que, sea cual sea el resultado del PP, no puede ser presidente de Gobierno.

Su empeño fue romper la polarización. Y lo consiguió cambiando de mano el garrote con esa afirmación demoledora dirigida a Pablo Iglesias: «tú no tienes que pedir dinero a los bancos porque te financia Venezuela». Y remató, referido a Izquierda Unida, «pero también debéis mucho dinero a los bancos».

Había un pacto tácito o explícito con Pedro Sánchez en no repartirse ni una guantada. El objetivo de ambos era demostrar que las elecciones no son una disputa de dos; que además de Mariano y Pablo había otras opciones. Los dos lo consiguieron, pero con más solvencia y soltura Albert Rivera.

Hasta ahora tenía Rivera el marchamo de chico de los recados, con una existencia vicaria del líder socialista. Era un chico simpático del grupo que no parecía querer enamorar a la chica. Solo estaba dispuesto a hacer de simpático celestino. Ayer, con acritud y sin contemplaciones, demostró que quiere llevarse el gato al agua.

Viendo el resultado del debate, sigo sin entender por qué Rivera es capaz de desarticular a Iglesias y Pedro Sánchez no lo consigue. Si el dirigente de Ciudadanos se quitó el estigma de chico de los mandados, Sánchez no borró su imagen de aguantón cuando el líder de Podemos intentaba ser un amante fiel en lugar de un maltratador político.

Hubiera bastado que el líder socialista le dijera: «con usted tengo un problema. No sé con quién estoy hablando. Si con el hombre cargado de odio que habla de la «cal viva»; con el obsesionado con controlar el CNI y el BOE; con el furibundo chavista comunista o con su pretensión hoy de ser Mary Poppins. Usted tiene un problema de personalidad política y no es de fiar. Si consigue superarlo, podremos hacer cosas juntos».

A falta de datos demoscópicos posteriores al debate, he realizado mis prospecciones por Chueca. Consenso en que el ganador fue Albert Rivera. Coincidencia en que Rajoy se va sacar la tarjeta dorada para ejercer de jubilado viajero. También en que la suavidad de Iglesias es impostada. Y de nuevo falta de entusiasmo, aunque mejoró, con Pedro Sánchez.

Incluso hemos ido más lejos. Con una distancia tan corta entre Podemos y el PP, si Ciudadanos le come al PP un bocado de votos, por las travesuras de una Ley D´Ondt diseñada para el bipartidismo y no para un póker a cuatro, podría darse la circunstancia de que la cómoda posición de Rajoy, que se limita a conservar el número uno del Hit Parade, se le fuera la quiniela al garete. Ojo con el reparto de un posible y, para mí, probable, crecimiento de Ciudadanos que convertiría al aprendiz de brujo de Rajoy, en un jubilado con la pensión mermada.

En síntesis, creo que Rajoy se arrepintió de haber apostado todo a un debate a cuatro; que Iglesias de cordero no brilla; que Pedro Sánchez necesita clases de kárate o algún deporte de lucha más agresivo y sin complejos hacia la izquierda populista y que, por fin, Albert Rivera ha podido demostrar que puede ser un poco canalla.