Rivera debe demostrar la utilidad de Ciudadanos
Ciudadanos es un partido atípico, producto de una situación peculiar en la vida política de España en los últimos años. Lo mismo sucedió con Podemos, que nació como consecuencia de una grave y dolorosa crisis económica, y de la falta de empatía del PP y del PSOE. El caso del partido que lidera Albert Rivera, sin embargo, es diferente. Ya existía en Cataluña, cuando se presentó por primera vez en unas elecciones autonómicas en 2006. Ciudadanos se sustentó en Cataluña en la lengua castellana, y en el intento de arrastar al PSC hacia posiciones menos catalanistas. Algunos de sus dirigentes surgieron de las filas socialistas, y uno de sus fundadores, y padres intelectuales, Francesc de Carreras, no duda en reconocer que el objetivo era que el PSC rectificara y dejara de jugar en el terreno de juego de los nacionalistas.
Tuviera razón o no en sus planteamientos iniciales, Ciudadanos vio que tenía una oportunidad en España si apostaba por la regeneración democrática, con el intento de situarse en el centro político. La irrupción de Podemos cambió el escenario, y Ciudadanos tuvo que competir con un nuevo actor, y se ha ido decantando –a través de sus medidas socio-económicas– por el flanco del centro-derecha. Un ejemplo es la defensa del complemento salarial, que pagaría el Gobierno, a los trabajadores que cobraran un sueldo mínimo. Aitor Esteban, el diputado del PNV, una fuerza política considerada de derecha, –esas definiciones han cambiado mucho y deberíamos revisarlas– cargó duramente contra esa propuesta en el debate de investidura de Mariano Rajoy, ya que formaba parte del acuerdo entre el PP y Ciudadanos.
Esteban pronunció un discurso, sobre esa medida, que bien lo podría haber firmado cualquier diputado de la izquierda clásica. Su argumento es que el Gobierno no tenía por qué pagar un salario que debería abonarlo el empresario, y que, en todo caso, la función del Ejecutivo sería la de subir la cuantía del salario mínimo en España.
El caso es que Ciudadanos ha asumido riesgos, ha puesto sobre la mesa propuestas atrevidas para intentar hallar soluciones. Y eso, se esté a favor o no, siempre es positivo en un país en el que la innovación y el debate intelectual brilla por su ausencia.
Pero ahora tiene una enorme oportunidad para conocer su verdadera utilidad. Albert Rivera no se esconde. Ha quedado fuera del foco, cierto, porque sus dos acuerdos de investidura se vieron frustrados. Pero lo que defiende, se deberá aplicar, por quien sea.
Y ahora ha recordado que en el acuerdo con el PP se fijó que los imputados deberían dimitir de inmediato. Es oportuno, justo cuando el Tribunal Supremo ha abierdo una causa contra Rita Barberá por el delito de blanqueo de capitales. Rivera no tardó un segundo en pedir la dimisión de Barberá, al entender que se trata de un primer paso para que Barberá sea investigada –imputada–. Si no dimite, Rivera no mantendrá el acuerdo con el PP, y, por tanto, Mariano Rajoy se quedaría sin los 32 diputados de la formación naranja, y sin ninguna opción de ser investido en un nuevo intento.
Esa disputa entre los dos partidos será muy interesante, y evidenciará qué quiere realmente Rajoy, y hasta qué punto Ciudadanos puede ser un partido útil en la vida política española en los próximos años. Y es que las dos fuerzas políticas entienden el acuerdo que firmaron de forma diferente. Para Ciudadanos, entraba en vigor desde el momento de la propia firma. Para el PP, cuando Rajoy logre la presidencia.
Podría ocurrir que Rajoy no haga dimitir a Barberá, que cargue las culpas a Ciudadanos, y, fundamentalmente, al PSOE de que no haya investidura, y se camine irremediablemente hacia unas terceras elecciones, que, a su juicio, sólo le pueden beneficiar a él.
Rivera es consciente de ello, y de que una terceras elecciones tampoco le beneficiarían. Pero vamos a suponer que se premia los intentos de regeneración democrática, que de vez en cuando está bien que se tomen medidas contundentes, que si se firma un acuerdo, se debe cumplir. En ese caso, Rajoy no debería estar tan tranquilo ante unas terceras elecciones.
El problema real, sin embargo, es que Rajoy se beneficia de la falta de una alternativa seria y sólida, y, pese a todos esos casos de corrupción, sigue ahí. Y eso ahoga también a un partido como Ciudadanos, con una utilidad relativa.