Rittenhouse y los medios en EEUU
Los grandes medios estadounidenses han cambiado de estrategia: del pensamiento crítico y el ethos periodístico a convertirse en una sabrosa colección de grandes relatos
El veredicto del jurado exonerando a Kyle Rittenhouse de la muerte de dos manifestantes, al estimar que actuó en defensa propia, sirve para ilustrar los cambios espectaculares que la era Trump ha traído a los medios de comunicación estadounidenses y al ethos de la profesión periodística.
El propio New York Times resumió perfectamente esta evolución, describiendo sin pudor el proceso el año pasado: “[este periódico] está evolucionando, de ser el periódico nacional de referencia a convertirse en una sabrosa colección de grandes relatos”. Una actitud hacia la función periodística que hace una década solía asociarse más bien con los medios de comunicación conservadores, liderados por la cadena Fox.
Para ilustrar la evolución, es interesante comparar el caso Rittenhouse con otro relato sabroso que dividió a la opinión pública norteamericana: la acusación de asalto sexual contra Brett Kavanaugh, nominado a la corte suprema de EEUU por el presidente Trump en julio de 2018. Una profesora universitaria acusó a Kavanaugh de haber intentado forzarla sexualmente hace tres décadas, cuando ambos eran estudiantes de instituto. Los medios de comunicación se dividieron en dos mitades netamente partidistas, cada una con su realidad paralela, ambas mutuamente estancas. O bien Kavanaugh era la víctima de una conspiración política basada en acusaciones improbables e improbadas, o bien era el arquetipo de una élite masculina privilegiada de impunes depredadores.
El caso Rittenhouse es similar. Fuera de los medios tradicionalmente conservadores, los medios de comunicación, casi sin excepción, empujaron sin descanso un relato en el que un terrorista supremacista blanco había asistido a una manifestación pacífica contra la violencia policial con el objetivo explícito de asesinar manifestantes. Este parece haber sido el relato importado casi unánimemente por los medios españoles.
Hay, sin embargo, una enorme diferencia con el caso Kavanaugh, que indica un salto cualitativo en este proceso: los sucesos están grabados en video, disponible para cualquiera que tenga acceso a internet. El video no deja lugar a dudas: Kyle Rittenhouse intenta retirarse con el rifle en bandolera, mientras una muchedumbre hostil le persigue, le agrede y, aprovechando un traspiés suyo, se le abalanza encima para apalearle y arrebatarle el rifle, momento en el que aprieta el gatillo.
Otros elementos del relato mediático sucumbieron también durante el juicio, aunque de manera menos espectacular. Rittenhouse no pertenecía a ninguna milicia extremista. Tenía lazos personales con el pueblo, donde trabajaba y vivía su familia, y que había soportado noches de disturbios e incendios ante la aparente pasividad policial. Pero nada de esto es comparable con el choque brutal que supone ver el video para alguien que, como yo, había dado más o menos por bueno el relato mediático, aun descontando cierto nivel de exageración y barroquismo.
Algunos comentaristas de prestigio han reconocido esta brecha y ajustado sus comentarios en consecuencia; por lo general, gente que disfruta de plataformas mediáticas independientes, como por ejemplo el servicio de subscripción Substack, cada vez más popular. El contraste entre estos ecosistemas emergentes y las organizaciones mediáticas tradicionales, como el New York Times o la CNN, es enorme.
Estas últimas han estudiado y adoptado el modelo de negocio del que fue pionera la Fox: adquirir una base de suscriptores altamente politizados e ideológicamente monocolores, y suministrarles las “sabrosas colecciones de relatos” que desean, por tenue que sea su conexión con los hechos.
Las salas de redacción se van adaptando a la nueva realidad, incorporando a un nuevo modelo de periodista militante, para quien la preocupación por los hechos y la objetividad es poco menos que una afectación reaccionaria de vejetes trasnochados, y la meta principal del periodismo es evitar que los lectores lleguen a conclusiones pecaminosas. Los periodistas que discrepan, como McNeil, están siempre a un traspiés político del despido o la prejubilación.
Este paisaje mediático presenta una dicotomía interesante. Por un lado, las nuevas tecnologías han facilitado enormemente el acceso a la información de primera mano y a analistas independientes que nos ayudan a interpretarla, para quien esté dispuesto a invertir el tiempo y esfuerzo necesario . Por otro, vemos el derrumbe progresivo de la fiabilidad de los medios de comunicación tradicionales. Podríamos hablar de una verdadera explosión de la desigualdad informativa, en paralelo a la desigualdad social y económica.