Revoluciones de sopa Campbell y tofu
Cuatro niños juegan a ser revolucionarios en occidente, sabiendo que cuentan con el aplauso mayoritario y que ningún adulto los va a detener
En occidente las revoluciones ya no son lo que eran. Si antaño multitudes furiosas de desheredados se lanzaban a las calles arriesgando sus vidas reclamando libertades, hoy jóvenes acomodados lanzan salsa de tomate a obras de arte. Eso sí, Campbell, muy apropiado teniendo en cuenta a Andy Warhol y sus quince minutos de gloria.
A primera vista, podría recordar a los movimientos vanguardistas de los años 20 que buscaban denunciar los convencionalismos de la época. A fin y cabo, más allá de su individualismo, dadaísmos, surrealismos y demás ismos, ofrecían un mundo de transgresión y ruptura, con un claro reflejo político. Excepto que los ismos creaban, y estos nuevos “rompedores” tan solo parecen destruir. En este caso, para llamar la atención sobre el cambio climático, como si no fuera unos de los temas principales de la agenda occidental, que hasta para venderte un cepillo de dientes te aclara que es “sostenible”.
Y mientras cuatro niños bien juegan a ser revolucionarios en occidente, sabiendo que su causa cuenta con el aplauso mayoritario y que además no hay ningún adulto delante que los vaya a detener, países como China siguen contaminando con entusiasmo. Pero ir a protestar ahí, no es lo mismo que alzar un puño con manicura perfecta en los salones de las pinacotecas europeas.
Para mostrar su compromiso con la causa LGTBI internacional, la ministra de Igualdad posaba sonriente con la ministra de Asuntos de la Mujer de Palestina, pasando por alto que los gays palestinos huyen en busca de asilo a Israel, de hecho la foto se toma horas después de que un joven homosexual árabe hubiera sido secuestrado por palestinos y decapitado por gay. Pero es más sencillo dar un buen apretón de manos a quienes violan los derechos que dices defender, que hacerles frente, – sobre todo si has acostumbrado a tu público a pedirte y aplaudirte ciertos combates y a perdonarte ciertas groseras contemporizaciones.
En Irán, la brutalidad del régimen sesga la vida de mujeres y hombres valientes que luchan contra la opresión machista, amén de totalitaria y teocrática y corrupta (causas todas ellas de los revoltosos occidentales). Casi dos meses de batallas campales en las calles se han cobrado al menos cientos de víctimas concretas. Mientras, líderes de un supuesto feminismo europeo luchan contra un abstracto heteropatriarcado que les sirve para denunciar tanto un roto como un descosido.
Principios propios
Por no hablar de equipos de fútbol que se arrodillan en sus monumentales estadios de fútbol para denunciar el racismo de quién sabe quién y que ya preparan sus maletas para competir en el mundial de Qatar. Qatar. Ese “paraíso” de los Derechos Humanos que, según publicaba un informe de The Guardian, habría explotado hasta la muerte (literal) a 6.500 trabajadores extranjeros. En un enternecedor gesto de blanqueamiento, la FIFA aseguró que éstos habrían sido “sólo” tres. Cómo arriesgarse a reconocer que el dinero y el negocio valían más que la vida de miles de trabajadores…
Y es que es muy difícil estar a la altura de los propios principios.
Sobre todo cuando estos parecen ser más un uniforme a la moda de los tiempos y las zonas geográficas que una verdadera convicción. Así, tal y como lo plantea hoy el zeitgeist occidental, mujeres, medioambiente, LGBTI, etc… Están terminando siendo causas fagocitadas por los egos de líderes narcisistas. Causas justas y necesarias, sin duda, pero abanderadas por una generación de frívolos e infantilizados hipócritas. Nada nuevo, al fin y al cabo.
Ya satirizaba bien Molière en su Don Juan: “la hipocresía es un vicio de moda, y todos los vicios de moda se consideran virtudes. El personaje «hombre bueno» es el mejor de todos los personajes que pueden representarse. Hoy en día la profesión de hipócrita posee ventajas maravillosas. Es un arte cuya impostura es siempre respetada, y aunque la descubran, no se atreven decir nada en contra de ella.”.
Siglos más tarde, con la sensibilidad contemporánea, el “hombre bueno” y aplaudido es aquel que propone revoluciones en abstracto con el beneplácito de los poderosos y el silencio contemporizador de los adultos. Lo que nos están ofreciendo estos tiempos de “virtual signaling” son meros happenings de niños privilegiados, llantinas mediáticas, vacíos mayestáticos y en tecnicolor. Revoluciones que exigen sin arriesgar. Que quieren cafés y bares abiertos a los precios habituales a la vez que buscan el aplauso fácil. Como dicen los franceses, “empujar puertas abiertas”.
Y mientras, estos nuevos supuestos luchadores sociales, cierran los ojos ante los verdaderos horrores a los que son sometidas las minorías lejos del calor occidental.
Escribía Voltaire en su diccionario filosófico: “La hipocresía es la máscara de la virtud, es la afectación de la piedad que no se tiene”. ¡Cuánta virtud, pues, en estas revoluciones de sopa Campbell y tofu!