Retos para el trabajo en un tiempo de algoritmos
Una de las preguntas más recurrentes ante la revolución tecnológica que estamos viviendo es cómo va a afectar la misma a nuestros trabajos. Una y otra vez nos preguntamos -y preocupamos- por cuántos de los empleos que hoy ocupamos los humanos van a ser realizados por robots, algoritmos o cualquier otro ingenio digital.
«Es acuciante elevar la cualificación de nuestra población trabajadora y prever algún mecanismo de rentas alternativas al salario para todas aquellas personas que, aun multiplicando nuestros esfuerzos en educación y formación, no logren tener un empleo a consecuencia de la transformación digital»
Hay ya respuestas para ello.
El Foro Económico Mundial nos habla de 5.1 millones de empleos netos que desparecerán entre 2015 y 2020, dado que, aunque la caída de puestos de trabajo alcanzará los 7.1 millones, se crearán en ese mismo periodo de tiempo 2 millones de nuevos empleos. Por su parte, McKinsey mantiene que cerca del 50% de las actuales actividades laborales son susceptibles de automatización y que 6 de cada 10 ocupaciones tienen ya en el presente más del 30% de actividades que pueden ser automatizadas; más aún: en 2030, el número de horas de trabajo que podrán ser automatizadas podrá alcanzar el 30% del total mundial. Finalmente, la OCDE, utilizando una metodología distinta, que tiene en cuenta las tareas susceptibles de automatización y no las ocupaciones, aporta una visión más optimista, cifrando en un 9% el total de los puestos con alto riesgo de automatización en el conjunto de los países de esta Organización.
Por lo que se refiere a España, en aplicación de la metodología pionera de Frey y Osborne, la Fundación Bruegel ha calculado que el 55,32% de los puestos de trabajo de nuestro país pueden ser automatizados, mientras que Andrés y Domenech concluyen que el 36% de las actuales ocupaciones tiene un alto riesgo de automatización, aunque advierten que «este riesgo disminuye significativamente con el grado de responsabilidad, el nivel educativo, la participación en acciones formativas o la adopción de nuevas formas de trabajo». De su lado, y con base en esta misma metodología, Hidalgo considera cercano al 50% el total de puestos de puestos de trabajo susceptibles de automatización. Por último, el Informe de la OCDE a que antes me refería apunta los siguientes datos de interés: el 12% de los puestos de trabajo tienen un riesgo de automatización alto, pero el 38% de los puestos de trabajo tienen un riesgo de automatización media, con los que nuestra mediana de riesgo de automatización se sitúa en el 35% de los actuales puestos de trabajo. El riesgo más alto de automatización se localiza en relación con los trabajadores que tienen el nivel de cualificación más bajo (un 56% de esos puestos de trabajo están en riesgo de automatización) y respecto de los trabajadores con rentas más bajas (el 25% de los puestos de trabajo en riesgo de automatización corresponden a trabajadores con el percentil más bajo de rentas y el 29% a trabajadores con el segundo percentil más bajo).
Lo anterior nos pone sobre la pista de lo acuciante que es elevar la cualificación de nuestra población trabajadora y prever algún mecanismo de rentas alternativas al salario para todas aquellas personas que, aun multiplicando nuestros esfuerzos en educación y formación, no logren tener un empleo a consecuencia de la transformación digital.
Al lado de estas grandes cuestiones están otras de no menor calado que afectan a los cambios que la revolución tecnológica está produciendo sobre el propio trabajo y las relaciones laborales. La desfiguración del tiempo y el lugar de trabajo y el borrado de fronteras entre la vida profesional y la vida privada, con instituciones centrales como el teletrabajo o el derecho a la desconexión; el fortalecimiento de los poderes empresariales de organización del trabajo, vigilancia y control del mismo que permite la tecnología y convierte a la empresa en poco menos que un gran hermano digital y cómo ello afecta a los derechos de intimidad y protección de datos de los trabajadores, hoy convertidos en derechos digitales fundamentales; los riesgos para la salud en el trabajo de la intensificación del trabajo con ordenadores, robots e Inteligencia Artificial, que liberan a las personas que trabajan de las ocupaciones más duras y penosas, pero suponen nuevos riesgos físicos como el tecnoestrés, la infoobesidad, la adicción a internet o el propio impacto emocional que supone que el compañero de trabajo pueda llegar a ser un androide; la segregación y la brecha digital por razón de sexo que pueden estar en ciernes si mujeres y hombres no se forman en igual medida en aquellas disciplinas necesarias para el avance de la ciencia y la tecnología; la necesidad de integrar los algoritmos y la evitación de los sesgos que puede producir su aplicación para la contratación, promoción, medición de la productividad o extinción del contrato de trabajo entre las decisiones empresariales que se someten a información, consulta, participación o negociación colectiva; o la reflexión sobre las figuras germinales de trabajador y empleador, que están siendo cuestionadas por la eclosión de las plataformas digitales.
Todos estos son los retos a que nos enfrentamos. Esperemos que nuestras políticas estén a su altura.