Retazos de la Barcelona guapa

Permítanme un divertimento: qué estúpida se pone la Barcelona que manda (o lo pretende) cuando va al Godó. En serio, es curioso observar al desterrado Cuatrecasas en diálogo visual con los comensales, a quien les dice, poseído por Rubalcaba, «lo sé todo de todos». A lo que ellos responden con pómulos chulescos: «saber, sabrás… pero nosotros no pactamos con el fiscal». Conversaciones mudas que son una auténtica delicia. Orgasmo para la verdadera ornitología.

¡Quítense los loros! Eclosiona Laporta en la carpa. Ha perdido peso y dice que no está seguro de lo del Barça. «Sería agotador», confiesa. Recordé todo lo que nuestros colegas de Diario Gol explican: quién sabe los apoyos que tiene y quizá los está calibrando. Se hace un Mas, «que voy»… pero no. Cuestión de balanzas. De poder, no me malinterpreten. Fíjense si afina, que hasta se hizo un selfie con el patinador campeón del mundo. Pobre Javier, con Vila tuvo que posar.

En la lejanía, el mal gusto sube las escaleras. Una americana azul marino con ribetes rojos en el botón del pin, un pantalón marrón roble desgarbado y vaya usted a saber qué zapatos corren a abrazarse con Faus. El vicepresidente blaugrana se deja querer. No le importa levantarse y exhibirse charlando amigablemente con Benedito. ¡Qué tíos! «Porque tú, porque yo…». El solomillo se enfrío… y Nin se impacientó.

El expulsado de Fainé buscaba distracción con el primero que pasaba. Asegura que vive más tranquilo que cuando conspiraba en La Caixa; pero no cuela. Todos allí sabían que trae algo entre manos. Menos el tenis. A los vips, Rafa Nadal les importa poco. Mientras sudaba en la pista principal, ellos comían y bebían. Algún malintencionado dice que Laporta gritó «penalti». Pero no es cierto: sabe que no está en Luz de gas. Domina la situación.

Paula Ferrer habría sido despiadada con el catering. Aunque, admirada mía, allí la gente va abrazarse, dejarse ver e impostar. Lo sabes mejor que yo. Para apuñalarse y el buen comer, ya tienen el Vía Veneto. Sólo hay una excepción. Los postres andaban cuando el mundo empezó a moverse a cámara lenta. La elegancia por fin tocó el Godó. Cristina Valls llegó. Ni pronto ni tarde, sino exactamente cuando se lo propuso. Sonrío sólo a quién le apetecía, se escudó en Gemma Mengual y se fue a animar a Nadal.

La única que estaba por el deporte. La belleza objetiva. La exquisita discordancia… la envidia que le tenemos a Reynés.

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