Resumen ejecutivo
La «crisis que viene» parece ya un fenómeno de la creencia escatológica; nadie sabe del cierto cuándo llegará, en qué forma y por dónde, pero demos por descontado que las trompetas sonarán y España deberá responder de sus indicadores. Y la fotografía que hoy observamos es la de un país con unas finanzas públicas que pesan demasiado; un grado de productividad en claro retroceso, un modelo económico obsolescente; unas infraestructuras desenfocadas para el futuro; un perfil demográfico que amenaza la viabilidad de las pensiones, y en último término una clase política que rehúye fundar consensos para solventarlo.
El magnífico ciclo de recuperación de los últimos años se está, por lo menos, atenuando. La pasada coyuntura económica no sirve ya para justificar el todavía elevado déficit público, que se resiste a alejarse del límite del 3 % del PIB, y parece que tenemos un problema estructural en toda regla. Los vientos de cola y la política en acción son hoy soldados caídos en la batalla. Su peor consecuencia: la alta deuda pública se conforma como un boquete no menor.
Josep Soler nos advierte de que esta combinación amenaza con transformar la suave desaceleración en «algo peor». Gonzalo García señala que con estos niveles de deuda es muy complicado que la política fiscal sirva para estabilizar algo en el futuro si vuelve otra crisis. Por este motivo, Salvador Guillermo urge a intentar el equilibrio presupuestario en el plazo de esta legislatura, aunque John Müller lamenta que, por ahora, las intenciones del nuevo Gobierno no parecen conducir al saneamiento de los desequilibrios actuales.
Precisamente, las acciones del Gobierno en sus primeras andaduras encaran el grave problema de la competitividad económica desde una perspectiva sesgada y demasiado cómoda discursivamente. A raíz de las recientes alzas del SMI, José García-Montalvo se pregunta si el Ejecutivo tiene en cuenta el grave problema de la productividad que sufrimos. A fin de cuentas, nuestro mercado laboral padece de excesiva temporalidad y paro juvenil, escribe Almudena Semur, pero debe flexibilizarse y no «contrarreformarse».
El Gobierno tiene la intención de realizar una serie de reformas en sectores clave de nuestra economía, pero da la sensación de que, a juicio de nuestros expertos, no estamos analizando correctamente sus causas. En parte porque el cortoplacismo y la mercadotecnia pueden más; en parte porque son problemas europeos cuando no globales que requieren más que un decreto ley: Luis Garicano avisa de que nuestros bancos siguen estando débilmente capitalizados; Isidoro Tapia cuestiona la necesaria actualización de nuestro mercado eléctrico y la transición hacia un mix energético sostenible, y Concha Osácar describe un problema en el mercado de la vivienda, aunque las «soluciones» que empiezan a escucharse pueden agravarlo aún más. Y todo ello con la necesidad de afrontar una reforma de nuestro modelo impositivo desde una perspectiva global y profunda, como escribe Francisco de la Torre.
Si estos retos son inmediatos, ¿entendemos también la urgencia de los desafíos futuros? Manuel Blanco y Xavier Segura advierten de que el envejecimiento de la población no solo nos lleva a la insostenibilidad de las pensiones en el modelo actual, sino que cambiará radicalmente el modelo de consumo. ¿Somos conscientes del efecto de la automatización del trabajo? ¿Tiene España pensado posicionarse en la carrera global de la Inteligencia Artificial? Estas cuestiones se plantean Luz Rodríguez y Nuria Oliver, mientras que Santiago Mondéjar advierte de que Silicon Valley y la potencia tecnológica estadounidense son claras consecuencias de un impulso público bien diseñado. A raíz de ello, Santiago Carbó afea la muy deprimente inversión en investigación y Adrià Casinos nos explica la escasa contribución del modelo universitario a una estrategia dirigida a la prosperidad de las ideas y la economía.
El diagnóstico parece generar bastante consenso. Faltaría quizás una predisposición de la clase política hacia el acuerdo en el largo plazo, aunque corremos prestos hacia lo contrario, como apunta Juan Milián. Las denuncias de la desigualdad sirven de munición política, pero ¿es un auténtico problema?, pregunta Manuel Llamas.
Claro está que la inestabilidad y las numerosas convocatorias electorales no son el escenario perfecto para un programa reformista a largo plazo, pero quizás esta frase de Carlos Lareau dibuje, lamentablemente con mayor precisión, el auténtico problema: «La provisionalidad política de los últimos años explica la tardanza en abordar los cambios necesarios; pero nada justifica la falta de voluntad de los partidos».