Rescatar a Grecia, ¿cuántas veces?

Después del referéndum, se hace difícil prever el desenlace de la «tragedia» griega. Por la cuenta que le trae, Grecia no va a plantearse en ningún momento la salida de la Unión Europea. Se trata de un país fuertemente beneficiario de la solidaridad de la Europa avanzada, como lo fue España hasta unos diez años atrás. Hay que insistir en ello porque se olvida demasiadas veces que ha venido recibiendo en los últimos treinta años un volumen ingente de fondos del presupuesto de la UE.

No hay antecedentes en la historia de la humanidad de una operación tan generosa. Evidentemente, los griegos no van a renunciar a eso jamás. Pero no está claro si los políticos que gobiernan el país –una pintoresca coalición de la extrema izquierda y la extrema derecha– preferirán realizar reformas estructurales profundas, ante las actuales exigencias de los demás países miembros, o abandonarán el euro.

Las negociaciones pueden cerrarse de forma inmediata, con un portazo de alguna de las dos partes, o prolongarse durante semanas si el banco Central Europeo les da aire; es decir, liquidez. Reducida a sus propias fuerzas, es seguro que Grecia tendría que emitir moneda propia y, por tanto, salir de facto del euro en un plazo brevísimo.

En todo este asunto hay mucha política. Es oportuno, por eso, volver a la economía, ni que sea a título de recordatorio. El problema afloró en diciembre de 2009, cuando el presidente socialista Iorgos Papandreu reveló que el gobierno conservador había manipulado en 2002 las cifras del déficit público para salvar el ingreso en la UEM.

Grecia hubo de pedir la intervención el 23 de abril de 2010, con la prima de riesgo disparada, para refinanciar la deuda. Logró entonces del BCE y del FMI una línea de crédito de 110.000 millones de euros, pero tuvo que aceptar un plan de austeridad con severos recortes en el gasto público y aumento de los impuestos. La receta no se mostró muy efectiva. Apenas quince meses después, pidió un segundo rescate de 109.000 millones de euros, que le fue concedido el 21 de julio de 2011 con nuevas condiciones.

Ahora mismo, otra vez se solicita el rescate –¡tres en algo más de cinco años!– y de paso una reestructuración de la deuda. Lisa y llanamente, repudiar el pago de la deuda. Pero la amenaza del impago ya no asusta a nadie, porque se da por inevitable.

La cuestión es otra. ¿La economía griega es solvente? Los datos básicos sugieren que no lo es, sin que en este triste balance nada tenga que ver la política de recortes y la austeridad. Basta mirar las cifras del sector exterior. Las exportaciones de mercancías en 2014, con sólo 27.157 millones de euros, alcanzaron un pírrico 17,2% del PIB. Eso a pesar de que el divisor –el PIB– se ha desplomado respecto del nivel de 2007.

Con ese registro, Grecia está muy por debajo de todos los demás países de la UE salvo Chipre. Con tres millones y medio de habitantes más que Cataluña, no llega ni a la mitad de sus exportaciones, que ascendieron a 60.194 millones de euros. Si se cuentan las exportaciones al resto de España, las ventas exteriores catalanas serían cuatro veces mayores que las de Grecia.

Si la comparación se hace con la Lombardía italiana, el desastre griego aparece con una claridad todavía mucho mayor. En resumen, Grecia no necesita sólo una reestructuración de la deuda, es imprescindible reestructurar su economía de forma radical. En las actuales condiciones, es un país inviable.

Europa se pregunta ¿cuántas veces más habrá que recurrir al rescate de Grecia y a aceptar el impago de su deuda en los próximos años? Los datos no mueven al optimismo.