¿Regreso de la moderación?
Si las encuestas se cumplen este domingo, todos deberán tomar nota de Feijóo y Urkullu: la credibilidad está en la moderación
El bipartidismo imperfecto se produjo en toda España, incluida Cataluña, por supuesto que sí, a lo largo de numerosas legislaturas de las Cortes Generales y de las asambleas autonómicas. Se hizo mediante mayorías absolutas o con mayorías que precisaban de apoyos parlamentarios para devenir gobiernos. Y se complicó cuando accedieron nuevas formaciones venidas del populismo más banal entre las que incluyo organizaciones independentistas catalanas y vascas.
El fraccionamiento en sede parlamentaria ha traído la cultura de la coalición, ya existente en el ámbito local, sin sustituir del todo el bipartidismo imperfecto, pero poniendo de relieve que aquello del “régimen del 78” que debía derribarse sólo fue —y sigue siendo— una payasada como un templo, impropia de todo dirigente político serio y riguroso.
Mientras no haya un cambio notable del texto de la Constitución de 1978, no hay cambio de régimen, y, aún en el supuesto de modificarse algunos de sus preceptos en tiempos aún lejanos, tampoco lo habrá porque el principio democrático no va a saltar por los aires. Definitivo: la evolución ha sustituido a la revolución. Véase como ejemplo a Pablo Iglesias y a su partido defendiendo la ley de leyes una vez instalados en el poder. De risa.
El resultado de la confrontación
Los tiempos sí que han sustituido la moderación por el frentismo. Aquello de la concordia que pregonó Adolfo Suárez e incluso los “acuerdos de Estado” han venido diluyéndose en un gran lodazal creado por los políticos que han ido sustituyendo los valores de la transición —adversarios que no enemigos, negociación y pacto, respecto a la letra de los constituyentes, etc.— por una confrontación inerte que ha cundido en la mismísima sociedad.
El daño ocasionado por la sedición manifiesta de los independentistas catalanes es todo un ejemplo de hasta dónde puede llegar ese “yo sin ti”: la confrontación civil sin armas y la mal llamada “desobediencia cívica”. Los eufemismos se han convertido en opio para el pueblo.
A nivel estatal, la crispación política ha dominado la última década. Recuérdense las crisis institucionales sucedidas en el Congreso de los Diputados —investiduras fallidas, repetición de elecciones, moción de censura ganada, insultos e injurias en su hemiciclo, etc.— y obsérvese que quien ha pagado el pato han sido los ciudadanos.
Si España afronta el postcovid cojeando es porque el desacuerdo permanente no ha dejado margen para reformas estructurales de calado. No hay más explicación, aunque sí más argumentos a favor de mi aseveración.
El regreso de la moderación
Sin embargo, algo se mueve para retornar al espacio de negociación y pacto. Los más cumplidores respecto del sacrosanto interés de Estado no han sido los actores de la política; lo vienen siendo las patronales y los sindicatos. Toda una lección de patriotismo sincero y constatable que está obligando a gobierno y a oposición a buscar lugares de encuentro.
Por lo pronto, Inés Arrimadas ha dado un golpe de timón para centrar a su formación y convertirla en partido de gobierno. Si el ego no hubiera cegado a Albert Rivera, otro sería el gobierno y nos hubiéramos ahorrado una repetición electoral.
La moderación está regresando, aunque no lo vean así ni Casado, ni Puigdemont, ni Abascal, ni Torra, aunque sí algo borrosa Junqueras. Su común horizonte es el hoy, ni tan siquiera el mañana, porque a partir de las doce de la noche todo es improvisación. No se sosiegan ni a sí mismos. En consecuencia, cabalgan y cabalgan en búsqueda perenne de una estrella que les señale su lugar en el cielo cuando lo conveniente es pisar la tierra y verse con sus gentes.
Lecciones electorales
La ciudadanía quiere y exige el regreso de la moderación y de la centralidad política. Un lugar desde el que se construye futuro. Un lugar de encuentro y de conciliación.
De ahí el altamente probable éxito de Núñez Feijóo en Galicia y de Urkullu en el País Vasco del próximo domingo. Tienen temple, personalidad, proximidad, serenidad y se han forjado en el respeto al adversario y en el diálogo constructivo. Si las encuestas se hacen realidad, el resto de España, empezando por sus políticos, deberán tomar nota de que la credibilidad está en la moderación y en el encuentro. No hay más porque, como suelo decir a menudo, una vez leídos los griegos clásicos, no hay lugar para inventar.