Regenerar es el plan B

El comportamiento fraudulento de Jordi Pujol ha generado de inmediato reacciones de naturaleza muy contrapuesta. Para el independentismo con tribunas mediáticas, el pujolismo evasor de impuestos es estricto pasado y lo que hay que hacer es mirar hacia el futuro, fortalecer el proyecto secesionista, apretar el acelerador. Para otros, eso se evaporará en unas semanas, porque así es como funcionan las cosas, porque un escándalo tapa a otro.

Para la Convergència que fundó Jordi Pujol, la clave está en borrarle del cuadro de honor y refundar el partido, aunque tenga la sede embargada. Para muchos otros, la primera reacción fue no poder creérselo y luego vino la indignación, una indignación expansiva, que puede arraigar en la anti-política por falta de otra cosa. También los hubo que se alegraron al ver el hundimiento de la casa Pujol. Para lo que tan imprecisamente se llama tercera vía, el impacto es de diagnóstico contradictorio.

Lo que pueda sobrevenir es impredecible, pero en ningún caso favorece la autosatisfacción o la credibilidad, la transparencia o el olvido. El caso Pujol es tan pasado como futuro, y extrema sus raíces hasta un subsuelo prácticamente inexplorado, sin reglas de conducta, todo azar. Para quien suponga que la reacción no irá más allá de unas semanas, también existe la posibilidad de que ahí se produzca una falla genética, una mutación, por la que las cosas ya no serán como han sido, pase lo que pase. Es decir: el impacto del caso Pujol significará cambios, inflexiones y tendencias que actualmente no están reflejadas en ningún mapa.

Para la Convergència que espera con zozobra lo que pase en el encuentro Rajoy-Mas en la Moncloa, la salida pudiera ser un plan B que les de aliento para superar el socavón Pujol, no salir dañados del 11-S, lograr un margen en el callejón sin salida de la consulta y llegar hasta unas elecciones plebiscitarias en 2016. El problema está en que CiU tal vez no llegue a las plebiscitarias porque ERC habrá logrado el control en las municipales. La misión tiene visos de imposible.

Son tiempos excepcionalmente inciertos para cualquier estrategia sobre todo si no incorpora una visión a largo plazo y una voluntad férrea y nítida de cambiar los comportamientos al uso. Algo va a cambiar sobre todo entre los amplios sectores cuyo descontento transciende el territorio de la política y, sin saberlo, se mueven entre uno u otro populismo, desconcertados, sin lideratos, sin ideas nuevas, a la espera de algo nuevo que a veces no será más que un disfraz de lo de siempre.

El Plan B sería la regeneración pero ¿cómo, cuándo, dónde, quién? No hablamos de una mota de polvo que uno se sacude de la solapa. Para la sociedad catalana estamos en un momento de antes y después. Demasiadas cosas están en juego. No es menor la incidencia que tanta confusión puede tener en los umbrales de la recuperación económica. Fatídicamente, un Plan B sin autocrítica solo generaría más desconfianza.