Refundación sin botox

La mayoría de los políticos se creen muy listos. Visto lo que ha pasado en los últimos tiempos, parece ser que para dedicarse a la política es necesario dominar el arte de la simulación o directamente del engaño. Es una verdadera pena, pero está claro que a los políticos les preocupa más el cómo que el por qué. Esa idea ilustrada y democrática de que los políticos deben decir la verdad se ha quedado anticuada. Ahora se lleva infantilizar a los votantes y reemplazar el debate político por frames, consignas y piruletas. Vivimos bajo el imperio del populismo.

Esa y otras máximas las expuso con mucho éxito George Lakoff en su famoso librillo, No pienses en un elefante, para explicar a los votantes demócratas por qué sus rivales republicanos les habían tomado la delantera. Lakoff lo atribuía al hecho de que los demócratas estaban anclados en el viejo «mito» progresista de la libertad, mientras que sus rivales republicanos se dedicaban a tejer su hegemonía a base de mentiras, como se constató cuando Bush y sus amigos se inventaron informes y difundieron imágenes falsas sobre inexistentes depósitos de armas para justificar la invasión de Irak.

La recomendación de Lakoff a los demócratas era cínica. Les vino a decir, si quieren ustedes ganar las elecciones, a la verdad que la zurzan. Viendo la redoblada victoria del PP en estas últimas elecciones, a pesar de las mentiras, las conspiraciones y la corrupción a chorro que debería empañarles el prestigio y el crédito, uno podría pensar que Lakoff tenía razón y que los políticos deben dedicarse al frame antes que a la verdad, que es tanto como decir a la virtud pública. Puede que esto sea así en España, pero en Cataluña está claro que la cultura política de una buena proporción de la población no se deja engañar tan fácilmente.

No les voy a negar que me sorprendió que el PP recogiese más votos en Cataluña el 26J que en las elecciones de diciembre pasado, especialmente después de que se descubriese el complot de su candidato, el ministro en funciones Jorge Fernández Díaz, con el ya exdirector de la Oficina Antifrau, Daniel de Alfonso, para cargarse a Mas y a su partido. No creo que el ministro de las estampillas sea un gran lector de Lakoff, pero miente tanto como mintieron Bush, Aznar, Blair y Barroso para llevar al cadalso a un buen número de jóvenes soldados. Los gánsteres matan por el gusto de matar y después se confiesan.

Lo cierto es que CDC y Artur Mas andan de mal en peor desde 2012, cuando con indisimulado oportunismo convocaron unas elecciones anticipadas que destruyeron lo hecho entre 2007 y 2010, durante su travesía por el desierto de la oposición. A pesar de que en 2009 saliese a la luz el caso Millet que empañó lo hecho por la fundación que pilotaba la renovación ideológica del catalanismo e intentaba tejer complicidades con personas del mundo asociativo e intelectual, la propuesta de entonces tenía visos de verdad y recibió su recompensa.

El oportunismo, en cambio, nunca la obtiene y la arrogancia aún menos. Las mentiras, además, cuando se descubren o se intuyen, destruyen la confianza. CDC supo renovarse en la oposición mejor que cuando recuperó el Gobierno. Lo cierto es que en 2010 dejó de pensar y eso siempre sienta mal.

CDC, cuando aún era CiU, se anticipó a casi todos los gobiernos europeos al aplicar unas políticas de ajuste que no supieron explicar y que todavía impactan, por ejemplo, en la nómina de los empleados públicos. En ese contexto se convocaron las elecciones que hicieron perder a CiU 12 diputados y pusieron en apuros a Artur Mas.

Quiénes tomaron la decisión de avanzar aquellas elecciones no se dieron cuenta de que CiU estaba entrando en una fase de descenso que les llevaría a la encrucijada donde está en estos momentos CDC, porque hoy por hoy los democratacristianos ya están muertos. Les faltó estrategia y les sobró el típico tacticismo que lleva al fracaso. Piensen en Pablo Iglesias la noche del 26J y verán reflejado en su cara el mismo error.

A CDC, la puntilla se la clavaron Jordi Pujol y su camada cuando el Estado destapó los trapos sucios de los que, según parece, ya eran conocedores desde hacía años. La crisis del frame pujoliano fue de tal magnitud que no lo salvó ni el elefante de Lakoff. Es cierto que el Estado actuó antidemocráticamente y con malas artes, pero el problema fue que en el caso de la familia Pujol, a diferencia de lo que pasó con las denuncias de la UDEF contra Mas y Trias, había mierda suficiente para llenar la cloaca. Un partido con un dirigente tan carismático como fue Pujol era imposible que subsistiese después de aquel engaño tan grande.

Los que atribuyen el cambio de rasante soberanista de Mas a la voluntad de éste de tapar las irregularidades financieras del partido, o es que no le conocen o es que, simplemente, les gusta mentir. En Cataluña los liberales siempre están bajo sospecha. Estos días, cuando la Guardia Civil ha irrumpido en algunos ayuntamientos para llevarse en mano lo que podían haber obtenido mediante un requerimiento, hemos visto hasta qué punto el sectarismo puede llenar los titulares de según qué periódicos. El papel de periódico es efímero y acaba siendo un tigre de papel cuando es más frame que verdad.

Lo cierto es que Mas y CDC fueron mudando de posición al mismo ritmo que la mayoría independentista se iba fraguando en las calles. La crisis económica impactó en su pensamiento político casi con la misma intensidad que había impactado en los partidarios del 15M. No se convirtió al anticapitalismo, claro está; pero sí se dio cuenta de que el autonomismo era un engañabobos que le impedía tomar decisiones políticas, financieras y normativas en serio, puesto que las grandes decisiones se tomaban en Madrid o Bruselas. El Gobierno catalán era casi, casi, un decorado con escaso margen de maniobra. Recortar servicios sociales se convirtió en la única manera de sostener el invento. Y Mas lo acabó pagando.

Eso que algunos denominan ADN convergente consiste en que los cuadros y dirigentes saben gestionar lo que se traen entre manos pero son incapaces de explicarlo. A la mínima dan marcha atrás y convierten en contradictorias las decisiones tomadas anteriormente con bastante seriedad. Algunos se ríen de mí cuando les digo que tienen más maña que cerebro. En realidad odian que se lo recuerde porque saben que tengo razón.  

En cuatro años CDC agotó su crédito a pesar de lo mucho que había arriesgado, lo que incluye propiciar el 9N, que es el mayor éxito obtenido por el soberanismo en muchos lustros. Y sin embargo, CDC no pudo evitar los reveses electorales que le situaron ante el último sacramental: el paso hacía un lado de Artur Mas, empujado fuera de escena por una CUP más antiliberal que independentista.

El meneo fue de tal magnitud, que la refundación de CDC era ya inevitable. CDC debe contarse la verdad a sí misma para que el nuevo partido sea creíble. Los resultados electorales del 26J, que no fueron tan nefastos como apuntaban las encuestas, puede que nublen la vista a algunos viejos dirigentes. Sería un gran error, como lo fue no convertir a Artur Mas en el jefe parlamentario nacionalista en Madrid. Eso ya lo advertí y por ello recibí algún tirón de orejas de los que siempre quieren tener la razón aunque la realidad les ponga en su sitio un día tras otro.

Artur Mas tiene más pasado que futuro. Es por ello que Mas debería propiciar que la refundación del espacio central del catalanismo soberanista quedara en manos de una nueva generación sin los habituales cambalaches partidistas. Mas no puede convertirse en el Master and Commander de la nueva familia política si quiere que ésta recupere la confianza perdida del electorado. Pienso que él lo tiene claro.

Lo urgente es que la gente también lo perciba de la misma manera y que el nuevo partido soberanista recomponga la credibilidad que perdió por su falta de transparencia. Los votos no se van a recuperar con frames y sandeces parecidas, puesto que, como acabamos de constatar después de la publicación del Informe Chilcot sobre las mentiras de Tony Blair respecto a la guerra de Irak, la gente pide que se le diga la verdad. El tratamiento rejuvenecedor de un grupo político no puede hacerse con Botox, aunque cueste 25 euros la sesión, precisamente porque provoca parálisis muscular.