Las reflexiones de un misil antes de la Tercera Guerra Mundial
A quien denuncia que el dinero aportado a la OTAN se podría invertir en sanidad y educación, se le invita a visitar Ucrania para comprobar qué ocurre con los hospitales y las escuelas
Los conflictos bélicos que se desatan en Europa, no generan solo desastres, sino que suelen anunciar el final de una época y el nacimiento de otra que supone un cambio sustancial en relación a lo que, después de la confrontación, será reconocido como el pasado. Unos períodos –el antes y el después- que siempre hay quien los piensa y caracteriza.
Después de la Primera Guerra Mundial
Si nos detenemos en la Primera Guerra Mundial, o Gran Guerra, debemos hablar del Edmund Husserl de Renovación del hombre y de la cultura (1923) y La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental (1936), que más allá de los intereses económicos y políticos, atribuye el desastre al hombre engreído e impulsivo que, cargado de vanidad, quiere superar el límite.
Las consecuencias de la Gran Guerra: el derrumbe de la civilización europea de la época y el nacimiento del despotismo del en su día llamado “socialismo real”. A ello, añadan el nazismo y el fascismo. La lección: hay que tener consciencia del límite y hay que recuperar o reconstruir el sujeto racional frente al “irracionalismo”, el “escepticismo” y el “misticismo”.
Edmund Husserl fue testigo de las consecuencias perversas que generan las ideas que se proponen la emancipación del género humano. De vivir unos años más –la consolidación de Hitler y Stalin, la misión histórica del proletariado y el pueblo o la Segunda Guerra Mundial- nuestro filósofo hubiera confirmado la verosimilitud de sus análisis y el escaso eco que tuvieron sus palabras.
Después de la Segunda Guerra Mundial
Las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial fueron relatadas por Karl Mannheim en su ensayo Diagnóstico de nuestro tiempo (1943).
En síntesis: “Estamos viviendo en una época de transición del laissez-faire a una sociedad planificada que puede tomar una de estas dos formas: la dominación de una minoría mediante una dictadura o un nuevo tipo de gobierno que esté todavía regulado de manera democrático, no obstante el aumento de su poder”. Ahí están la Rusia despótica de Putin y las democracias liberales europeas con sus tentaciones iliberales.
Una sociedad –continúa el sociólogo- en que el gobierno de las masas obedece a determinadas “técnicas sociales, económicas y políticas”. El autor puntualiza: dichas técnicas son “el conjunto de los métodos que tratan de influir la conducta humana y que en las manos del gobierno operan como un medio de control social singularmente poderoso”.
Conviene tomar nota de la hipótesis de nuestro sociólogo: “Si la razón fundamental de lo sucedido en Alemania, Italia, Rusia y en otros países totalitarios debe buscarse en las alteraciones en la naturaleza de las técnicas sociales, esto significa que es solo cuestión de tiempo y oportunidad que algún grupo haga uso de ellas en los países hasta ahora democráticos”. Ahí tienen ustedes los populismos y los nacionalismos exacerbados y divisorios que nos rodean. Y, claro está, de nuevo, la Rusia de Putin y su guerra de Ucrania.
Interregno
¿Y si el período transcurrido entre la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Ucrania de Putin no fuera sino un interregno entre dos catástrofes? Admito que dicha pregunta casa perfectamente con el catastrofismo de bajo vuelo. Pero, también se tildó de catastrofismo –de pesimismo- a quienes auguraban la invasión de Ucrania por parte de la Rusia de Putin. Y la guerra llegó.
¿Y si el período transcurrido entre la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Ucrania de Putin no fuera sino un interregno entre dos catástrofes?
Sigo con el catastrofismo: ¿puede llegar la Tercera Guerra Mundial? No tenemos suficientes elementos de juicio para responder a la pregunta. Lo único que sabemos es que a Edmund Husserl y a Karl Mannheim, nadie, o casi nadie, les hizo caso en su tiempo.
Así las cosas –teniendo en cuenta el escaso eco que los filósofos y los sociólogos tienen en nuestra época-, propongo que tomemos nota de las reflexiones de un misil para evitar una hipotética –no fuera caso que- Tercera Guerra Mundial.
Antes de la Tercera Guerra Mundial
El misil toma la palabra: “Protesto. Las frases desagradables llueven sobre mí. Se me imputan vuestras guerras futuras. ¿Acaso no soy el fruto de todas las violencias acumuladas a lo largo de las edades? Nacido de las esperanzas defraudadas de la paz, me eternizo decepcionando las esperanzas de la guerra. Existo porque las guerras existen previamente. Todo ser que se atreve a mirarme de hito en hito se ve enfrentado con una situación límite en la que la elección final sería la de sus muertes: tú disparas y/o recibes. La disuasión es el entendimiento de los que no se entienden”.
La palabra del misil está tomada de un ensayo de André Glucksmann (La fuerza del vértigo, 1983) en que el filósofo francés reflexiona sobre la llamada crisis de los euromisiles propiciada por los misiles SS-20 –tres cabezas nucleares y alcance de 5.500 kilómetros- que Leonid Brézhnev instaló en la URSS, la RDA y Checoslovaquia en 1977. Por su parte, Estados Unidos respondió con la instalación de los misiles Pershing-2 –una cabeza nuclear y alcance de 2.000 kilómetros- en la República Federal Alemana en 1983. Tanto el SS-20 y el Pershing-2 fueron prohibidos por el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF) de 1987.
De la distensión a la disuasión
En la coyuntura actual –la amenaza de Rusia y no sabemos si de China y/o de algún otro Estado-, el discurso del misil, querámoslo o no, cobra actualidad. ¿Habrá que volver a la política de la disuasión con lo que ello implica? Eso parece. Hay más: se está inaugurando una época en que –realidad obliga- la disuasión gana la partida a la distensión.
Eso hace una OTAN que percibe que Rusia ha pasado de aliado estratégico a enemigo real/potencial, que advierte el carácter ambivalente de China, que incrementa sus efectivos para mejorar la seguridad y la defensa, que se prepara para hacer frente a ataques híbridos como el terrorismo o la guerra cibernética.
¿Habrá que volver a la política de la disuasión con lo que ello implica? Eso parece
Una OTAN que actualiza o rediseña el Concepto Estratégico de Lisboa de 2010 por el de Madrid: se refuerza y amplía el vínculo transatlántico, se identifican los desafíos estratégicos y sistémicos, se adapta la disuasión a las nuevas amenazas y actividades maliciosas, se aumenta el presupuesto, se indican prioridades, se sugieren nuevas directrices políticas y militares, se defiende la soberanía e integridad territorial de Estados asociados.
Todo ello en el marco de una OTAN –de hecho, una alianza militar y política- que se caracteriza por la protección colectiva, la gestión de la crisis, la ayuda mutua, y la defensa de los valores democráticos y el modelo de sociedad occidental.
Estados Unidos nos tiende un cable
A España y a la Unión Europea, la unidad transatlántica les viene como anillo al dedo. A España, porque le permite fortalecer la relación con Estados Unidos que últimamente se había deteriorado. A la Unión Europea, porque le permite recuperar protagonismo en unos tiempos en que la hegemonía mundial bascula hacia el Índico y el Pacífico. Estados Unidos tiende un doble cable a la vieja Europa al ser garante de la seguridad europea y propiciar la participación europea en el nuevo mundo que se vislumbra.
Si es cierto que Estado Unidos inmiscuye a la Unión Europea en los intereses norteamericanos en el Índico y el Pacífico, también lo es que Estados Unidos se inmiscuye –felizmente- en la Unión Europea y el flanco sur europeo.
Mefistófeles y Fausto
A quienes se quejan de que el Concepto Estratégico de la OTAN tiene su precio en euros o dólares se les recuerda que Estados Unidos es quien más dinero aporta a la Alianza Atlántica y que España, en términos porcentuales, ocupa el penúltimo lugar -el último es Luxemburgo- en el ranking de contribuyentes. Se les podría decir también que, si no están de acuerdo con la factura, podrían diseñar una OTAN europea –hasta ahora ha sido imposible- financiada únicamente por la Unión Europea y a ver qué cuesta y qué pasa.
¿Quién dice que la seguridad y la libertad son gratuitas? Lo saben muy bien Estados Unidos que ayudó a Europa durante la Primera y Segunda Guerra Mundial. Añadan, los Balcanes y la protección que Estados Unidos brindaron a la Europa democrática frente a la amenaza de la Unión Soviética. ¿Qué Estados Unidos alcanzó así la hegemonía mundial? Afortunadamente.
A quien denuncia que el dinero aportado a la OTAN se podría invertir en sanidad y educación, se le invita a visitar Ucrania para comprobar qué ocurre con los hospitales y las escuelas. Sin seguridad –sin misiles, `por ejemplo-, no hay ni hospitales ni escuelas.
Y a los pacifistas de oficio y beneficio –infantilismo de bajo vuelo- les recuerdo otra reflexión de nuestro misil: “El inverso de Mefistófeles (`yo soy la fuerza que siempre quiere el mal y siempre hace el bien´) es Fausto, que Thomas Woodrow presenta con una imagen borrosa, titubeante, con buena voluntad que siempre hace el mal”.
Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN: “Dar la paz por descontada en Europa puede terminar en una guerra”. Dirán que se trata de una opinión de parte. ¿Y?