Reflexión para un enarca francés
Si hace dos semanas el aparato central español se enfadó por la visita a París del president Mas, esta semana Margallo saltó enfurecido tras la declaración de Cameron, que aconsejó el recurso democrático cuando una población de forma mayoritaria tiene un sentimiento o expresa una voluntad política o identitaria.
Que un mandatario conservador y demócrata se permita esta apreciación no se puede atribuir a la maldad de la Pérfida Albión. Sencillamente, desde el estricto pragmatismo y tradición democrática, advierte a España de que se está metiendo en un lodazal sin salida. Y que acabará desestabilizando toda Europa.
Véase también la reacción de una señora que se distingue por no distinguirse: La alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores, Catherine Ashton. A una pregunta de los periodistas, dijo consternada: «¡Ay Dios mío! ¡No me haga hablar de los catalanes!». Se le entendía todo. Es decir, España se ha convertido en un problema europeo no sólo por la situación económica. Catalunya podría ser la solución.
Volvamos ahora donde dejamos los argumentos hace siete días. ¿Por qué Francia puede estar interesada en estabilizar la frontera Sur y, de paso, aproximar a su órbita los territorios de la antigua marca Carolingia, empezando por Catalunya?
La primera razón es de pragmatismo político. Es un hecho irreversible la separación mental, cultural y económica de dos territorios vecinos a Francia de sus estados respectivos: la Valonia, al Norte, en plena descomposición de Bélgica, y Catalunya. La tradición de estados orbitales y tampones entre potencias es vieja.
De hecho, los Países Bajos y Polonia nacieron como tampón entre los imperios francés y alemán, y éste y el ruso respectivamente. Para Francia, si la formación de nuevos estados o casi estados es irreversible, mejor que caigan en la propia órbita que en alguna otra (británica, estadounidense, china…).
Hay razones de seguridad. España, infiltrada por el yihadismo, a un paso del Magreb, entra en una crisis social y política estructural que la convierte en una zona de riesgo potencial. Unas fuerzas de seguridad y un aparato del Estado español más obsesionado en la caza de brujas internas (como se demostró en el gran fiasco político y policial del atentado del 11M) que en atender con eficiencia la seguridad exterior es un mal vecino para la paz.
Razones de peso demográfico. La actual población sitúa a Francia, con más de 60 millones de habitantes, en una eterna posición secundaria con Gran Bretaña e Italia detrás de Alemania, con 80. La suma en el área de influencia francesa de Valonia y Catalunya situaría a Francia al mismo nivel de Alemania, mientras España retrocedería al peso de Polonia.
Razones económicas. Si uno mira el PIB por habitante de las regiones francesas, sólo destaca por encima de la media europea París. El resto está por debajo. Los franceses más lúcidos saben que es el precio que están pagando por un modelo jacobino, que ha desertificado de iniciativas económicas las regiones. Aunque en relación a España, como mínimo, hay un modelo desconcentrado que hace que las capitales regionales hayan recibido especializaciones e infraestructuras de alcance nacional (Toulouse aeronáutica, Montpellier, medicina…).
También saben que todos los intentos de regionalización han acabado fracasando en las urnas, porque el virus del jacobinismo adolece la mayoría de sus ciudadanos (desde el referéndum de De Gaulle al de Alsacia). Esto les condena a una lenta pero inevitable agonía ante la agilidad de movimientos y de adaptación de los pequeños estados nórdicos y centro-europeos.
Entonces, la posible asociación con dos unidades territoriales con capacidad de maniobra, y en el caso de Catalunya, por tradición y por imposición, con una larga trayectoria de gestión público-privada del estado del bienestar, y con la concentración de talento emprendedor y científico más alta de la mediterránea, la Catalunya Estado asociada con Francia puede ser un revulsivo para recuperar el liderazgo perdido.
Razones culturales. Así como por razones de poder económico y demográfico, las nuevas potencias mundiales China, Sudamérica, Brasil y Rusia, hacen que chino, español, portugués y ruso sean lenguas que siguen en rango al inglés universal, el francés declina posiciones en relación a este bloque pionero y por detrás cada vez más de Alemania, que por demografía y potencia económica esta siendo un polo de atracción cultural.
En este contexto, recuperar la proximidad de Valonia y la complicidad de una Catalunya, que siempre ha sido francófona, excepto en los últimos 20 años, no puede ser más que una buena opción.
Razones geoestratégicas. Catalunya, sin pasado reciente colonial, está bien posicionada para penetrar económicamente en el Magreb. La abusiva presencia francesa a veces crea anticuerpos de aires anticoloniales. La falta de voluntad política de España en relación al Eje Mediterráneo da la gran oportunidad para crear una importante boca logística hacie el Magreb y Oriente entre Niza y Tarragona y de paso dinamizar los territorios un poco dormidos. Desde el Rosellón, en la Provenza, hasta Languedoc.
Catalunya ha vivido diversos episodios con Francia. El ADN catalán es francés desde el 760 con la expulsión de los árabes de la Catalunya Norte, el 1258 en el tratado de Corbeil, donde Francia reconoce formalmente la independencia de Catalunya (500 años). Catalunya deja de tener estado propio el 1714, hasta ahora en manos españolas (300 años).
Catalunya mandó políticamente sobre territorios ahora franceses hasta mitad del siglo XVII. Más de una tercera parte de la población catalana era inmigrante de Occitania. En el período napoleónico, durante unos años, Catalunya fue República francesa, (departamento del Ebro) con el catalán como idioma oficial. Catalunya fue campo de batalla entre franceses y castellanos. Catalunya envió miles de voluntarios a la primera Guerra Mundial para combatir con Francia.
Sólo se trataría, con tantos intereses favorables en Francia y una historia tan complicada pero cercana, que las élites francesas echaran un poco de imaginación. Que superaran la mirada sobre España desde el síndrome borbónico y los orígenes franceses de una monarquía en decadencia. Sólo sería necesario que las élites francesas culturales y económicas, que los enarcas superaran los sentimientos de solidaridad jacobina por los fríos intereses nacionales. El partido francófilo los está esperando.