Referentes
Josep Tarradellas y Enric Prat de la Riba han dejado un legado que los políticos actuales se empeñan en usar como refugio para legitimar sus acciones
La búsqueda de referentes históricos en tiempos de cambio es una constante en la actitud de los políticos que pretenden liderar una parte de la opinión electoral. Lo estamos viviendo a escala española y catalana. Las conmemoraciones de 80 aniversario o 40 aniversario que se suman a las más tradicionales de los 25 años, de los 50 o de los 100, muestran hasta qué punto el poder o el aspirante al poder necesita refugiarse en hechos o personajes del pasado para legitimar las acciones del presente y del futuro.
Este afán memorialista da pero algunas sorpresas. El mismo día en que el Parlamento de Cataluña legislaba para anular las más de 60.000 condenas pronunciadas por los tribunales franquistas en Cataluña, en el Congreso de Diputados se homenajeaba a Martín Villa, el hombre que siempre ha viajado en coche oficial y ha estado al servicio del Estado franquista, tardofranquista o criptofranquista, perseguido por la justicia argentina.
La reivindicación de figuras históricas para justificar las propias políticas es un clásico. Ahora a los 40 años del regreso de Josep Tarradellas vemos como desde el bloque españolista y desde la tercera vía intentan agitar la figura para oponerla al aventurismo del independentismo. De un lado la cordura, la negociación y el orden; del otro el arrebato, la ruptura y el desorden. Pero la hemeroteca y la historia rompen algunos guiones de películas. Tarradellas, a pesar de ser fruto de una operación de Estado desesperada para evitar un presidente socialista en Cataluña, no controlado por el PSOE, acarreó el reconocimiento de la única ruptura producida a la muerte de Franco: el regreso de la Generalitat republicana.
Ninguno de los políticos que quieren lanzar la figura de Tarradella contra Puigdemont cumplieron con su legado
Tarradellas supo defender la bilateralidad en las relaciones con el Estado, quiso sin éxito controlar las diputaciones y evitó participar en cualquier festival de las 17 autonomías. Además era partidario de un concierto económico. Pues bien, ninguno de los políticos y de los partidos que ahora quieren lanzar la figura de Tarradellas contra Puigdemont – los socialistas lo hicieron contra Pujol-, cumplieron con el legado del presidente.
Por el contrario, lo destruyeron, promovieron una autonomía descafeinada dentro del café para todos y no se hicieron fuertes en el hecho preconstitucional excepcional del regreso de la Generalitat para lograr un estatus singular de Cataluña en el Estado. PPSOE y el pujolismo impidieron que el legado Tarradellas fructificara en reiteradas ocasiones. Por eso ver la foto de Felipe, Aznar y ZP vomitando contra Cataluña es ver la foto de la Transición: hegemonía ideológica del post franquismo con apoyo subsidiario del PSOE.
El PP, el PSOE y el pujolismo impidieron que el legado de Tarradellas fructificara en varias ocasiones
En Cataluña otra conmemoración da paso a varios intentos de recuperación: los 100 años de la muerte de Enric Prat de la Riba. El nacionalismo conservador de Pujol lo utilizó en contraposición a Macià y Companys. Había que estigmatizar la gente republicana para acercar al pujolismo toda la gente de orden que habían sido apoyos pasivos o activos del franquismo sociológico. Prat era gobierno y no proclama. Prat era capaz de hacer mucho con poco. Prat era católico practicante y veía con recelos la democracia de masas y el obrerismo. Este era el perfil necesario para justificar la nueva etapa de autonomismo subalterno que tocaba liderar a Pujol.
Pero Prat, que combina nacionalismo cultural y político con un proyecto de Estado compartido con Castilla, tenía una visión modernizadora de la sociedad que contrastaba con la dominante en España, donde los partidos dinásticos se turnaban en el poder siempre bajo escándalos de corrupción y de desgobierno. Prat de la Riba al frente de la Diputación primero, y de la Macomunidad después, seguido por la obra de Puig y Cadafalch, dejaron una huella imborrable de modernidad cultural, social y económica, de la que en buena parte todavía vivimos.
Prat de la Riba ha dejado una huella imborrable de modernidad cultural, social y económica
Ante la inoperancia española habitual de hace cien años, Prat tuvo que recurrir a financiación propia para abordar las reformas que el Estado no hacía, a pesar de haber pagado los catalanes sus impuestos con creces. Eran obras de comunicaciones, varias carreteras y el Plan de Obras Públicas de Cataluña, del cual el Eje Transversal no fue ejecutado hasta hace poco. Construyó el Ferrocarril Transversal Metropolitano. El 1914 sólo 38 de los más de mil municipios catalanes tenían teléfono; en 1922 ya 405 municipios disponían de este servicio. Potenció la creación de zonas francas en los puertos. El 1923 la Mancomunidad facilitó la construcción del Aeródromo Canudes, que con el tiempo acabó siendo el actual aeropuerto del Prat.
Una de las principales prioridades de la Mancomunidad fue la mejora del sistema de enseñanza y por eso incorporó los métodos más avanzados de Europa como el Montessori que implantó en una serie de escuelas que creó y dónde por primera vez la lengua vehicular era el catalán. Formó los maestros creando los Estudios Normales para los profesores de la Escuela Nueva e impulsó la introducción de temáticas sociales catalanas a las escuelas del Estado.
Se creó una red de escuelas técnicas y se impulsa la escuela del Trabajo, dentro de la cual 16 escuelas especializadas tenían más alumnas que la Universitat de Barcelona. Los directivos como el profesorado eran escogidos independientemente de su afiliación política. Creó la Biblioteca Nacional de Cataluña y se inició la red de bibliotecas del país.
En el gobierno de Prat de la Riba se crearon escuelas, parques naturales y numerosas obras públicas que todavía persisten
Se impulsó la modernización de la agricultura con la Escuela Superior, la creación de cooperativas y las exposiciones de maquinaria agrícola. La creación del Servicio Forestal y la planificación de varios parques naturales como el del Montseny.
La Mancomunidad impulsó la investigación con la creación del Instituto de Estudios Catalanes. Y se creó el Servicio Geográfico, Geológico, y el Instituto Meteorológico. Se apoyó a las artes con la Escuela de Arte Dramático, la Escuela Superior de los Bellos Oficios y a la conservación del patrimonio con el salvamento y rehabilitación de muchas iglesias románicas. Se modernizó la asistencia social con ejemplos como la Casa de la Maternidad y la administración local con la creación de la Escuela.
La Mancomunidad en ocho años había hecho más que un siglo de Estado liberal conservador jacobino
La Mancomunidad en 1923 fue liquidada por el dictador Primo de Rivera, quien llegó al cargo para detener al movimiento obrero y tapar los escándalos del Rey y los generales africanistas con sus intereses en el Rif.
La Mancomunidad en ocho años y sólo coordinando cuatro diputaciones había hecho más que un siglo de Estado liberal conservador jacobino. Eso sí, siempre en régimen de peaje. Los catalanes pagaban al Estado para hacer lo que no hacía y después se tenían que endeudar para hacer lo que el Estado no había hecho.
Del personaje de Prat habla el libro aparecido hace poco de Joan Esculies “A la recerca de Prat de la Riba”, un caleidoscopio para entender como España hace cien años era tan inoperante como ahora, y tan contraria incluso hacia los tímidos reformistas como Prat de la Riba. Y por eso sólo se explica el retraso de la eclosión de la voluntad de autodeterminación hasta ahora, porque en un siglo, del 1917 al 2017, hemos vivido 47 años de dictadura (casi la mitad), 47 años de restauraciones monárquicas y oligárquicas, con periodos de excepción de por medio. Y sólo seis de libertad republicana con algunos sustos.
Así pues, el uso de ciertos referentes como Tarradellas o Prat por el eje conservador – jacobino, le son tiros por la culata.