Reestrenos antisistema
La izquierda antisistema no es una novedad. En todo caso, un remake. En su día, José Bové lideró el movimiento antiglobalización con una pasión incontenible. Lo más posible es que los reestrenos antisistema respondan al hecho de que el status quo político no alcanza a dar las soluciones totales que la gente cree necesarias y por eso vota a los partidos antipartido. Luego puede ser de fácil constatación que las respuestas de esos partidos no son soluciones, sino problemas.
Los debates del todo vale en televisión han propagado la figura de Pablo Iglesias, líder de Podemos. Está en una carrera a contrarreloj porque sabe que el voto del descontento –fundamentalmente, el de izquierdas– puede volver al posibilismo del voto útil, es decir al PSOE remozado. El margen temporal de Podemos, si atendemos a las precedentes antisistema, puede ser breve, como un hervor.
En busca de una identidad post-social-demócrata, los partidos de la izquierda posible se agostan perdiendo votos por la izquierda, una izquierda antisistema. Es una cuestión de edad, de ciclo generacional y de tener que enfrentarse a alguien dispuesto a prometer lo imposible. Lastrado por el pragmatismo que contacta con el centro derecha por el centro, el centro izquierda no da ilusión.
En parte ha perdido el voto obrero en el sentido tradicional, de un proletariado que ya no existe, y ha visto como se le desplazaba hacia la percepción antisistema. También se ha desplazado el voto comunista: en Francia, por ejemplo, se ha sentido atraído por el Frente Nacional de los Le Pen. En fin, los extremos se tocan.
Otro factor también sería el fenómeno de las grandes coaliciones que en caso extremo aúnan a centro derecha y centro izquierda en las labores de gobierno. Eso desgasta, aunque por ahora no sea el caso de Angela Merkel.
Para los partidos que consideramos tradicionales, el reto antisistema obliga a contorsiones y adecentamientos. Perciben una crisis de representatividad pero paradójicamente no parecen hacer nada por dar respuesta. Están como petrificados. Ven debilitada su oferta electoral, pierden contacto con sus electores de siempre, no consiguen convencer a la clase media.
PSOE y PP carecen de una renovación de lenguaje y de relato que puedan oponer a la imagen arrolladora de un Pablo Iglesias, cuyos vínculos chavistas por ahora importan poco. Es el discurso del populismo antisistema. Un reestreno.
¿Qué tiene que ver el populismo con la democracia? En realidad, el populismo acaba por alegar que el pueblo puede estar por encima de la ley, es decir, por encima del conjunto legislativo que, a partir de una constitución basada en la soberanía popular, avala unas formas de convivencia que sí están por encima del populismo.