Recuperación y rehabilitación de la economía europea
Los esfuerzos contra el covid deberían acompañarse de una mejoría de la posición relativa de Europa en la economía global hacia la competitividad y la productividad para recuperar un liderazgo internacional.
Fue al parecer Tony Blair quien un día auguró que Europa debería dejar de intentar convertirse en un «superestado» para centrarse en ser una «superpotencia» geoestratégica y económica. Es decir, olvidar veleidades federalistas o «unionistas europeas» para actuar con pragmatismo, buscando aumentar su peso político y económico en un mundo cada vez más complejo y multipolar, en el que Europa debería frenar su permanente pérdida de peso específico.
España, especialmente castigada en la crisis sanitaria y con todas las cartas necesarias para sufrir la peor caída económica de entre los países occidentales, se encuentra arropada por el euro y la UE, pero en peor posición relativa que otros países
Con su creciente envejecimiento y su decreciente cuota del PIB global, Europa entró en la crisis anterior muy debilitada. Acababa de crear una Unión Monetaria con importantes carencias y la crisis le llegó sin mecanismos de respuesta, lo que retrasó la salida de la recesión. Le dejó como consecuencia el debilitamiento de dos de sus grandes fortalezas anteriores: una clase media descompuesta y un umbral de bienestar deteriorado, con casi una cuarta parte de la población en riesgo de pobreza.
Los fracasos no cayeron en saco roto. Sin solucionar todavía una gran parte de su debilidad institucional, que reside en la exigencia de unanimidad y en una política internacional no unificada, la UE sí que ha reforzado una buena parte de sus mecanismos internos para confrontar crisis. Son la Unión Bancaria y el papel otorgado al BCE como supervisor de la banca sistémica, los fondos de rescate y una mayor aceptación de la importancia de recuperaciones simétricas de los países ante una crisis.
Además, se han producido avances en otras áreas que si que contribuyen a acercar a Europa a la consideración de «superpotencia», como el comercio internacional, -que Europa lidera en volumen y en acuerdos de libre comercio-, en regulación donde sus normas en muchas áreas se convierten en benchmarks o, incluso, en la lucha contra la crisis climática donde, a través de su «European Green Deal», la UE lidera los esfuerzos en este área.
Como resultado de los cambios desde la crisis anterior, cuando Europa actuó con retraso, hemos entrado en la crisis del COVID-19 en mejor posición. La respuesta del BCE ha sido (como otros Bancos Centrales) contundente, tanto garantizando la liquidez del sector bancario, como relajando exigencias y con un incremento descomunal de sus programas de compra de deuda. Para evitar la crisis financiera y si la morosidad bancaria se contiene, podría ser suficiente. Para paliar la crisis económica, la UE y el área euro están en camino de acordar una respuesta mayor de la esperable. Además de movilizar al BEI (200.000 millones de financiación garantizada para pimes) y a la Comisión Europea como reaseguradora de los planes de empleo (ERTEs en España), el Next Generation EU con 750.000 millones de euros, -un 60% en subvenciones -, captados como endeudamiento de la Comisión, es un formidable proyecto de cooperación europea, impensable hace unos meses. A pesar de populismos disgregadores y del Brexit, Europa ha entrado más preparada y ha respondido mejor en esta crisis.
Sin embargo, todo esto no garantiza una adecuada y suficiente vuelta a la expansión económica. Debería acompañarse de una mejoría de la posición relativa de Europa en la economía global, en dirección a la competitividad y a mayor productividad si pretende recuperar un mayor liderazgo internacional. Para ello, Europa debe flexibilizar su economía y superar la coraza de la unanimidad que le impide avanzar adecuadamente en la toma de decisiones. La concertación franco alemana para impulsar el fondo de recuperación podría ser un buen ejemplo para el futuro. Es la unanimidad superada por la fuerza de los hechos. Si los grandes países deciden coordinarse, el resto se ven obligados a aceptarlo, a riesgo de quedar desmarcados. Pragmatismo por encima de reformas.
En este marco europeo, España, especialmente castigada en la crisis sanitaria y con todas las cartas necesarias para sufrir la peor caída económica de entre los países occidentales, se encuentra arropada por el euro y la UE, pero en peor posición relativa que otros países. Al empezar el parón económico, no solo nuestras cuentas públicas no se habían aún estabilizado y mantenían todavía un déficit importante y un endeudamiento muy elevado, sino que nuestra economía seguía adoleciendo de baja productividad, y escasa flexibilidad de factores, sobre todo, laboral y energético. Quizás lo más preocupante para la salida de la crisis es nuestra lamentable ineficiencia del gasto público, junto a la acumulación de muchos niveles de administraciones de tendencias obstruccionistas.
En el horizonte un sistema de pensiones pendiente de que alguien quiera abordarlo de verdad y con valentía. Llegaba a esta crisis ya insostenible y puede salir de él en quiebra técnica y sin siquiera la opción del recurso a los presupuestos.
En definitiva, una cuestión europea con potencialidad de mejora, pero con una sintomatología española más preocupante. Parece que vamos a tener los medios, pero dependerá de nosotros mismos un uso apropiado de los mismos que nos permita, al menos, seguir la estela comunitaria. Veremos si la adecuada.