Rato, con clase
Rodrigo Rato deberá abonar en las próximas horas tres millones de euros como fianza por utilizar generosamente las famosas tarjetas de Caja Madrid y Bankia opacas al fisco y, por lo visto, a todos los organismos reguladores del sistema financiero español. Miguel Blesa, el todopoderoso presidente de Caja Madrid durante años, tendrá que poner sobre la mesa otros dieciséis millones de euros.
Me explican algunos colegas de Madrid que Rato sigue viéndose con periodistas de la capital y que, en esos encuentros, el que fuera vicepresidente económico de José María Aznar hace culpable de todas sus desdichas actuales a dos personas: al propio ministro de Economía, Luis de Guindos, y al actual presidente de la Bankia pública, José Ignacio Goirigolzarri.
No perdona Rato que entre su propio partido haya personas que no colaboren haciendo la vista gorda con la corrupción por la que él esta ahora imputado. Y, mucho menos, que un banquero como Goiri, quien en otro tiempo debía rendirle pleitesía, un empleado, alto directivo, pero empleado, pueda ser uno de los impulsores de la limpieza en profundidad que parece se está llevando a cabo en la entidad bancaria. No perdona, en definitiva, que su clase no le ampare.
Blesa es gallardo, menos político, más inspector de Hacienda, más amigo de Aznar y más mesetario en lo formal. Rato había pulido sus formas tras pasar por el Gobierno y el FMI. Lo que no puede olvidar son sus orígenes casi aristocráticos, de una de esas familias que antaño mandaban en la dictadura. Los Rato hacían negocios con el visto bueno del dictador y consiguieron colocar a uno de sus hijos en los gobiernos que durante no pocos años de la democracia gobernaron este país desde el conservadurismo. Ilustrado, sí; pero profundamente clasista y poco dado a la transparencia y a la actitud ética.
Que la corrupción nos invadió es una obviedad, que existían clases o castas, o grupos de privilegiados, o caraduras profesionales ya no tiene discusión. Que los años de bonanza económica fueron también sinónimo de despendolamiento moral y ético lo prueban casos como los que han llevado a los juzgados a Blesa y a Rato. No son los únicos, en Cataluña hemos tenido a los Pujol y Millet, entre otros insignes. Pero con independencia de su procedencia territorial, sí que existe un nexo común de origen y extracción social que parecemos olvidar por cómo los medios de comunicación acabamos equiparando a los ciudadanos en la democracia.
Eso es lo que más parece escocerle al antiguo superministro. Más que de dinero se trata de un tema de clase.