Rajoy y Montoro, la peligrosa política de la sartén por el mango
Se marcha el Fiscal General del Estado, Eduardo Torres-Dulce, el mismo día que conocemos que se creará un nuevo instrumento financiero (los antaño llamados hispabonos) para financiar más barato a las autonomías. En apariencia, estas dos noticias tienen poco que ver, pero sin embargo guardan algunas similitudes. Veamos.
El fiscal no ha soportado la presión y ha claudicado. Encarrilados los casos Gurtel, Nóos y el 9N, el jurista ha decidido que ya había tenido suficiente. Para un jurista puro es bastante difícil entender lo que se esconde en el uso político de la justicia. Tienen alguna referencia, pero muchos se sorprenden cuando comprueban la politización de la justicia y la judicialización de la política, un verdadero signo de distinción de lo que sucede en España en los últimos tiempos.
Mariano Rajoy ha mantenido la sartén por el mango con los asuntos judiciales que le han interesado en especial y el sacrificado de su actuación ha sido su fiscal. Fin de la cita, que diría aquél.
El asunto de Cristóbal Montoro y la financiación de las autonomías no dista mucho en cómo se ha pilotado. El instrumento que aprobará el Consejo de Ministros la próxima semana permitirá que las autonomías ahorren intereses de la deuda hasta cifras que algunos sitúan en unos 2.000 millones de euros cuando deban refinanciar los vencimientos que tienen pendientes con el Tesoro. Para ello, el Estado emitirá deuda pública y traspasará una parte de sus fondos a las comunidades que lo necesiten a un tipo de interés prácticamente nulo.
Mientras la prima de riesgo estuvo alta rechazó dar fondos a las autonomías
El ministro de Hacienda podía haberlo hecho antes, por ejemplo cuando se lo pidió el consejero catalán Andreu Mas-Colell. Pero se negó. Tenía razones técnicas para hacerlo, como el nivel que marcaba la prima de riesgo española en aquellos momentos, uno de los más altos de la historia reciente. Endeudarse más a favor de las autonomías hubiera sido también muy caro para el Estado. Prefirió aplicar otra medida.
El político jienense las mandó a todas a apretarse los cinturones. Si les daba fondos frescos no hubiera conseguido determinados ajustes del déficit público que el país había comprometido discretamente con las fuerzas y poderes dominantes en la Unión Europea. La tentación de los virreyes territoriales al gasto, incluidos la propensión demostrada por los de su propio partido, son más que conocidas y peligrosas, debió pensar.
La más rebotada de todas fue Cataluña, que ya saben cómo expresó el malestar económico de sus administradores. Pero Montoro y Rajoy lo han tenido claro: en el periodo de ajuste no cabían concesiones de ningún tipo ni a amigos políticos ni a enemigos o adversarios.
El mecanismo aplicado no reduce la deuda, sólo alivia la carga financiera
Además, al aplicar el mecanismo que ha ideado su equipo no reduce el capital que las comunidades deben al Estado, que sigue siendo el mismo. Nadie se ahorra un duro, pese a lo que algunos tertulianos televisivos braman en las últimas horas. Se abarata, únicamente, el gasto financiero que las autonomías afrontan sea a través del FLA o de cualquier transferencia del Tesoro. Es una forma de liberar presupuesto para otros cometidos que están reducidos o congelados en los últimos años.
Quizá resulte algo alambicado, pero es una demostración clara de que ni el presidente Mariano Rajoy ni su ministro de la caja de caudales han querido soltar el mango de la sartén del poder ni un solo minuto durante su mandato. Otra cosa distinta es qué consecuencias haya podido tener esa forma de gobernar en territorios como el catalán. Es posible que hayan calibrado suficientemente la consecuencia electoral y no les afecte o importe. O que incluso sospechen que a partir del momento que comience de nuevo el regadío de fondos públicos los ánimos más soliviantados se calmarán súbitamente.
Si han gobernado bien o mal con esta estrategia es algo que los ciudadanos ya evaluarán en las urnas. En cambio, parece innegable que mandar, lo que se dice mandar, lo han hecho con mano de hierro. Eso sí, sin guante de seda, que es lo que se espera normalmente de un buen líder.