Rajoy y la impotencia de la izquierda
Mariano Rajoy será reelegido como presidente del Gobierno español este sábado. Como candidato del PP ganó las elecciones, las segundas consecutivas en seis meses, el 26 de junio, pero sólo obtuvo 127 diputados, aunque superó los 123 escaños del 20 de diciembre. En cualquier caso, se trata de una situación delicada. Tendrá el gobierno, pero deberá negociar para lograr sacar adelante la mayoría de iniciativas políticas.
Pero la victoria del PP en España, después de la dura crisis que ha vidido el país desde 2007, y los enormes problemas que arrastra la izquierda, en España y en todos los países del entorno europeo, muestran una cuestión que no se explica con suficiente claridad.
Con pasión y con valentía lo detalló el historiador Tony Judt –hay que recurrir a él continuamente– en un librito esclarecedor: Algo va mal (Taurus). Judt criticaba el movimiento estudiantil que estalló en 1968. Lo veía como un primer paso que acabaría desembocando en la revolución de los años 80 que apostó por los valores individuales y por la apuesta por una sociedad de propietarios, interesados en pagar menos impuestos y en tener todas las oportunidades para mejorar sus vidas, sin mirar demasiado al vecino.
Sin esa cierta mística, la de avanzar en comunidad, la izquierda tiene muchas menos oportunidades. En parte ha renunciado por completo, apostando en las últimas décadas por las recetas individuales que le proporcionaba la derecha. Y en parte, aunque pusiera todo su esfuerzo en recuperar su legado, ya no podrá porque la sociedad ha cambiado por completo: no hay estratos sociales sólidos, los sindicatos ya no tienen ningún papel cohesionador; hay trabajadores precarios en todos los sectores, pero que se han convertido en autónomos y que se buscan la vida.
Los medios de comunicación también han cambiado. No hay ya medios que ofrezcan una determinada visión conjunta de la sociedad. Se han fragmentado a la vez que se ha dividido el colectivo social. Y eso perjudica más a los partidos que se reclaman de centro-izquierda, porque necesitan una complicidad grande para aunar intereses.
Un ejemplo es lo que ha pasado en el conjunto de España sobre el impuesto de sucesiones. ¿Quién quiere realmente pagar cuando hereda de sus padres? Se ha interiorizado que, ya que eran sus padres, no se debe pagar nada al conjunto de la sociedad, porque ellos ya pagaron impuestos en vida. Es un impuesto que está conectado directamente con la idea que uno tenga de un colectivo. Si los ciudadanos no lo ven claro, ¿por qué votarán a un partido –las izquierdas– que tiene como bandera principal un sistema fiscal distributivo?
Al mismo tiempo, la izquierda se quedó anclada en esa idea de la distribución, sin tener claro cómo generar la riqueza, y en cómo ofrecer oportunidades para que la mayoría de la sociedad la pueda crear, y no únicamente los mejor conectados.
Y, por supuesto, no se puede olvidar la tendencia a las desavenencias internas de la izquierda, y a la tentación de ser el único referente de esa izquierda, que es lo que ha pasado con la irrupción de Podemos, cuyo líder, Pablo Iglesias, está más interesado en ganar al PSOE que en tejer una alternativa solvente de gobierno.
Rajoy será de nuevo presidente. El PP sigue siendo el partido más sólido en España, pese a sus enormes problemas internos, y a los casos de corrupción. Lo tiene más fácil, como ocurre en otros países europeos, como Reino Unido, Francia o Alemania. Si la sociedad ha cambiado, si la forman individuos que se buscan la vida, aunque muchos pidan ayuda de forma desesperada, la izquierda lo tiene difícil. El mundo que gestionaba, que sabía gestionar, se ha desmoronado.
Claro, si además los dirigentes cometen errores, si esos partidos se enredan en mil batallas por el poder, el resultado acaba siendo muy evidente.