Rajoy, vestido de Superman, descubre que existe la política
La Moncloa se ha convertido en una suerte de «esquina de la Joyita». En Zaragoza, en el cruce de la plaza de España con la calle Coso, había una joyería con ese nombre de una prestamista famosa y usurera. Se estrechaba tanto ese córner que era imposible caminar, saturado siempre de viandantes. De ahí quedó el dicho.
Ahora, en La Moncloa, los mayordomos y el servicio de seguridad esperan al siguiente visitante. No habían tenido trabajo en toda la legislatura y ahora están desbordados. Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias han desfilado en 24 horas. Y se espera a los líderes de las minorías. De repente, Mariano Rajoy ha descubierto de que, además de la propaganda, existe la política.
El proceso independentista ha actuado con desparpajo. Ocupando territorios que nadie defendía. Sus desembarcos en nuevas playas solo han tenido respuesta jurídica y tardía. Mariano Rajoy pretendía que ignorar los avances de Artur Mas era un tratamiento adecuado.
El proyecto de resolución, presentado a un Parlament Catalán todavía sin investir a un presidente, pretende obligar a la sedición o rebelión a todas las instancias catalanas del Estado, frente al Tribunal Constitucional y frente a las instancias no catalanas del Estado. El presidente Rajoy se ha despertado de su letargo.
Lo más gracioso de este viernes fue el compromiso de los principales partidos de no utilizar el tema catalán en la campaña electoral. Creerles sería un acto de ingenuidad insoportable.
Ocurre que Pedro Arriola, el eterno gurú electoral del PP, ha sido readmitido en La Moncloa. Ferviente seguidor de los consejos de «No piense en un elefante», de George Lakkof, siempre ha conseguido convencer, primero a Aznar y luego a Rajoy, de que había que ningunear al adversario y consolidar el núcleo duro de sus votantes.
Eso sí, salvo en una situación de alarma nacional, en donde el líder, según esta teoría, debe presentarse en el lugar del seísmo o atentado, en mangas de camisa y rodeado de sus opositores. Quien mejor lo hizo fue el alcalde Giuliani, que estaba en la Zona Cero a los diez minutos del ataque a las Torres Gemelas. Rajoy ha detectado el potencial del cataclismo catalán.
Estamos a punto de observar a Mariano Rajoy vestido de Superman, cálido, amable con sus adversarios, dispuesto a tomar el té en La Moncloa con todo el mundo. La estrategia es presentar a Mariano Rajoy como el salvador de la unidad de España frente al desafío separatista en Cataluña.
Aunque parezca sorpréndete, Pedro Arriola ha convencido a Rajoy para que deje de ser él mismo es decir, su peor enemigo, y disimule su carácter taciturno, ausente, displicente y estático para ponerse al frente de una manifestación en defensa de España.
Rajoy ejercerá de nacionalista español, consciente de que el nacionalismo se alimenta de emociones y va a dar la dosis necesaria a sus electores. Pedro Sánchez se ha dado cuenta de la trampa. Pretendía una partida de mus mano a mano con el presidente. A fin de cuentas, ni Ciudadanos ni Podemos tienen representación en el parlamento. No son los tiempos en los que Felipe engordaba la figura de Manuel Fraga como jefe de la oposición. Rajoy ha diluido la figura de Pedro Sánchez poniendo en la coctelera a Podemos y Ciudadanos.
Como Pablo Iglesias es buen trilero, utilizó el truco del regalo de un libro para convencer a Rajoy de que saliera a saludar a su guardia de corps. Foto en la puerta que no tuvieron ni Pedro Sánchez ni Albert Rivera.
Pedro Arriola quiere que el epicentro de la campaña electoral sea el desafío catalán por encima del mantra de la recuperación que no termina de cuajar, y menos con la revisión del PIB a la baja.
Nos espera un mes y medio de política. Una novedad que no si seremos capaces de digerir, acostumbrados como estamos a los discursos hueros y las obviedades solemnizadas. De repente, Mariano Rajoy ha descubierto que existe la política. Y, a lo mejor, hasta se aficiona o se hace adicto.