Rajoy pidió cariño pero no logra enternecer
Mariano Rajoy apareció ante Ana Blanco pidiendo cariño. No logró enternecer. Ocurre que en estos tiempos no es fácil hacerle caso al abuelo, cuando rememora sus batallas, porque todo discurre demasiado deprisa.
Me dio la impresión de que Ana Blanco, que estuvo correcta, concisa, incisiva pero no agresiva, estaba predispuesta a darle comprensión al presidente del Gobierno, que parecía un alma en pena, sobre todo cuando confesó –una verdad de libro- que su principal rival es él mismo. Esa es la frase que más daño le va a hacer en lo que le queda de vida política.
En televisión una confesión de debilidad tan gráfica es mucho más eficaz que un anuncio de detergentes. Apostaría a que cuando hizo la confesión sobre el peligro que intuye en su propia persona, en muchos bares de España, a esa hora que todavía la gente está sobria, los parroquianos se rieron diciendo: «que verdad más grande, Mariano, tu eres tu peor enemigo».
Ana Blanco le preguntaba por la desconfianza de Europa en el presupuesto y el presidente repetía la letanía de la España enferma y de la rehabilitación del paciente, como si estuviera recitando el catecismo del padre Ripalda.
Justificar errores sin hacer autocrítica es un ejercicio vano. Sobre todo porque es una actitud que destila soberbia. Decir en democracia que no se han cumplido las promesas pero que se ha cumplido con el deber, tiene la naturaleza metafísica de los actos de fe incomprensibles desde la razón. La entrevista exudaba aroma de despedida. Rajoy es ya un hombre de otro tiempo; mal encaje en esta sociedad que está pidiendo a gritos cambios de paradigma, de líderes y de hábitos.
A mí personalmente, me produjo pena. Esas confesiones de que no se encuentra cómodo, ni con los periodistas ni con la gente, fueron sinceras. Se le nota que a él no le va el escaparate. Ni cuando echa el arroz a la paella ni cuando se acerca a besar a un niño. Unos le llaman «fotogenia» a mí me gusta más «credibilidad». Mariano Rajoy es un personaje impostado de sí mismo. Siempre que le observo pienso en el conocido que pretende ser gracioso y acaba resultando patético.
No puedo entender que no llevase preparada una respuesta sobre José María Aznar que disimulara el cabreo que tiene con el expresidente, sobre todo porque retrata su propia debilidad. No se siente cómodo en las entrevistas porque está acostumbrado a los discursos de dos minutos con chuleta.
La espontaneidad es un don de la personalidad que no se aprende preparando oposiciones de registrador de la propiedad. Por su propia naturaleza, estos funcionarios tienden al hieratismo. Es imposible sentirse cercano al presidente, me imagino que salvo viendo una etapa del Tour o una final de la Champions con dos gintonic en el coleto.
Mi vaticinio es que Rajoy lo tiene muy complicado. Si empieza a hacerse selfies con todos los vecinos promoverá el mismo efecto que cuando un señor mayor es demasiado simpático con una muchacha joven. ¿Se imaginan?: «me parece que está usted muy solita».
La trasmutación del plasma a la cercanía es un itinerario que requiere una rectificación profunda de la propia personalidad. Y me parece que Mariano Rajoy ya no tiene cintura para parecer cercano. Sencillamente tendría que volver a nacer.