Rajoy desacata al Parlamento y se prepara para las urnas 

Escribo desde Bruselas, en vísperas de que se celebre en Estrasburgo el debate sobre el Estado de la Unión. Ya sé que en España no hay muchos entusiasmo, incomprensiblemente, por las noticias del Parlamento Europeo y del resto de las instituciones comunitarias. Pero este es el epicentro que condiciona las bases de todas las políticas nacionales.

Ha pasado mucho desde los tiempos en que los gobiernos de Felipe González tenían influencia para las políticas económicas y para el reparto de fondos que nos permitió dar un salto hacia delante en infraestructuras y en otros muchos aspectos de nuestra modernización. No me atrevo a decir que ahora seamos irrelevantes, pero lo parecemos.

Hablo con amigos instalados en Bruselas, que no belgas. Me preguntan por la paralización de la política española. No la entienden bien. En Europa se utiliza la negociación y la transversalidad para formar gobiernos. Y un pacto entre socialdemócratas y conservadores jamás sería calificado como traición por ninguno de los dos electorados.

Trato de explicarles las esencias fundamentalistas de los partidos españoles, acostumbrados hasta ahora a relevarse en el gobierno, sin costumbre en grandes pactos de estado. Somos diferentes. Amplío: además el Partido Popular ha estado inmerso en muchos casos de corrupción. Me insisten: «pero sin embargo han ganado, aunque en minoría, dos elecciones consecutivas». Me dejan sin argumentos.

El PP ha inventado un universo de paradojas. Se siente cómodo en él. Es un acto de confesión implícita de que no ha entendido el proceso de descomposición del bipartidismo. Pero hasta ahora, no le ha ido demasiado mal en comparación con los demás partidos.

El PP es incapaz de aprender a vivir en minoría, pactando, cediendo y acordando. Esta condición se ha manifestado en el reciente debate de investidura, en el que el PP se refería a su socio desde el ninguneo, sin convicción sobre lo firmado, que era pura letra sin interiorización alguna, como se demostró minutos después de la última votación, con el nombramiento, después fallido, del ex ministro José Manuel Soria.

Le parece a este PP razonable enviar a representar a España ante el Banco Mundial a un ex ministro que tuvo que dimitir por mentir reiteradamente sobre su vinculación con un paraíso fiscal. Conocimos la noticia diez minutos después de culminar la investidura fracasada. Toda una confesión de que el discurso de Mariano Rajoy sobre la regeneración fue pronunciado a título de inventario.

Luego, cuando estalló el escándalo inevitable, pidió al nombrado que reanunciara. Y ahora el gobierno se declara en rebeldía para no acudir al Congreso para explicar estos desatinos. El argumento también es paradójico. Según han establecido, un gobierno en funciones no tiene que dar explicaciones de sus actos porque este parlamento, que no está en funciones, no le ha dado su confianza. ¡Magnífico!
 
Se supone que estar en funciones es una situación precaria, dependiente, provisional. Y el PP establece que tal gobierno precario puede nombrar cargos de relevancia internacional sin dar explicaciones políticas a nadie. No imagino mejor situación para unos miembros de gobierno que no responden de sus actos.

Estoy llegado a la conclusión que desde hace ya algunas semanas Mariano Rajoy está encantado con unas nuevas elecciones, siempre que la responsabilidad caiga en otros. Hay una fuente que me asegura que el brujo de La Moncloa, Pedro Arriola, le ha garantizado al líder del PP un mínimo de ciento cincuenta diputados en las votaciones de diciembre. De esa manera, culpabilizado sobre todo el PSOE de su fracaso de investidura, se sienta a esperar a conseguir otro puñado de escaños.

No hay muchas encuestas sobre intención de voto en unas presuntas elecciones. Se parte de la convicción establecida de que le iría mal a Podemos y Ciudadanos, que se reforzaría el PP y el PSOE alimenta la ensoñación, en espera del resultado en Euskadi y Galicia, que mejoraría su situación en el Congreso de los Diputados.

Hacen bien quienes pagan encuestas en no encargar sondeos. Porque de producirse, la situación de nuevos comicios, en el mejor de los casos en vísperas de Navidad, es un escenario en que todas las previsiones son baldías, sobre todo en la coyuntura de una ciudadanía hastiada y movilizada cuando tradicionalmente tiene la cabeza en la lotería de Navidad y en el turrón.

Llamo por teléfono desde Bruselas a una fuente del PSOE que me asegura que la militancia está movilizada y satisfecha mayoritariamente con la firmeza de Pedro Sánchez frente al PSOE. Insisto ante mis amigos europeos en que los socialdemócratas españoles consideran traición, no ya votar a favor de un gobierno conservador, sino incluso abstenerse para permitirle gobernar en minoría y en precario.

«¡Qué raros sois los españoles!», me dicen dejándome sin argumentos para cambiar la conversación.