Rajoy asalta el cielo e Iglesias se quema en el purgatorio
Pronto han vuelto las evocaciones comunistas en una fiesta que parecía un velorio. A Pablo Iglesias se le torció la sonrisa suficiente, mientras las redes sociales cambiaban el «sorpasso» por el «tortasso».
Las expectativas tienen doble filo. Las prisas son enemigas de los proyectos. El mito de la efervescencia permanente de Podemos se ha hecho añicos. Nuevas ocurrencias, nuevos desastres. Los cuadros de Podemos realizaron anoche otro mitin de campaña intentando aparentar que no ha habido elecciones. A la fuerza, ahorcan.
En un ejercicio de realidad, de la de otro planeta, claro, Íñigo Errejón declaró que «somos la fuerza que culturalmente marca el destino de España». Me parece que eso lo he leído en la historia de Alemania. Mientras, en Génova, a ritmo de bachata, se celebraba la inmortalidad de Rajoy, revalidando su estrategia de no hacer nada sino esperar que las frutas, en este caso, los votos, caigan del árbol.
Nadie puede negar que han caído. Es difícil imaginar un partido político en Europa con una situación de casos de corrupción similar y con unos resultados tan positivos como los obtenidos por el PP. Pero los votos son los votos.
Vayamos por partes. Mariano Rajoy tiene a tiro ser de nuevo investido presidente. Con 137 escaños, la asistencia de Ciudadanos y un manito del PNV y Coalición Canaria llega al meridiano de los 175 escaños. Con menos mimbres se ha construido un gobierno. No están los tiempos, con la tormenta europea del Brexit, para que nadie se ponga exquisito y bloquee la elección de un ejecutivo.
Rajoy gobernará y tendrá que aprender a negociar cada ley y cada medida de Gobierno. Este es el verdadero cambio en quienes están acostumbrados a sentarse en los decretos ley. En esta nueva etapa es probable que permanezca Rajoy al frente del país pero está muy lejos de la mayoría absoluta de la que se terminó emborrachando.
Pablo Iglesias ha sido víctima de sus malas artes. Un millón doscientos mil de quienes votaron a Podemos o a Izquierda Unida en diciembre, se han quedado en casa. Es el perdedor nato de la noche electoral no solo en función de los datos sino de las expectativas de las encuestas y de su soberbia, alimentada a conciencia, con el repetido mantra autosuficiente de que Pedro Sánchez debería elegir entre situarlo a él al frente de la Moncloa o a Mariano Rajoy.
Ha fracasado toda una estrategia basada en que se puede ser de todo al mismo tiempo y cambiar de chaqueta cada media hora. Los electores no son tontos, como dice el anuncio de computadoras. Si en una caja se les ofrece una táblet, un teléfono, una televisión y una lavadora, terminan por irse a la competencia porque saben que es una oferta trucha, que es como llaman en argentina al producto falso y tramposo.
Para el futuro, el líder Iglesias ha dejado de ser infalible. Se ha hecho humano y tendrá serios problemas para armarse de credibilidad. A sus seguidores se les salieron las lágrimas como si fuera un acto religioso. El asalto a los cielos se ha convertido en un pasaje para el purgatorio. Ahora, cada vez que Iglesias introduzca un nuevo personaje en sus actuaciones, será inevitable que quienes le escuchen esbocen una sonrisa sarcástica.
Analicemos el papel del PSOE y de Pedro Sánchez. Tiene una realidad poliédrica sustentada en un nuevo record a la baja en los resultados electorales del partido. Ciento diez escaños en el 2011, noventa en diciembre y ochenta y cinco ayer. Recordar que en 1982 alcanzó los 202 nos da una idea completa de su pérdida de poder histórica. No ha ganado en ninguna comunidad autónoma y se ha caído el mito de que Andalucía no puede dejar de ser socialista. Malas noticias para la «peronista de Triana». Ya no puede ser jueza y verdugo de Pedro Sánchez. Una buena noticia para que el PSOE afronte el debate sobre su refundación o reinvención con tranquilidad.
El «tortasso» ha sido la tabla de salvación del PSOE y de su líder. El ridículo de Pablo Iglesias camufla un nuevo fracaso socialista. Pero sobre todo, Pedro Sánchez seguirá siendo líder de la oposición –al menos de momento– y el PSOE seguirá hegemonizando en la izquierda. Tiene más ventajas el líder socialista. Los números le han aliviado de intentar un gobierno con gente tan complicada como Podemos. Nadie entendería que bloquease un gobierno de Mariano Rajoy investido por la nueva autoridad de los catorce escaños recuperados de los sesenta y tres que perdió en diciembre.
Se alivia también el PSOE de no dejar toda la oposición a Pablo Iglesias. Ahora, en este nuevo congreso, llevar niños a amamantar al hemiciclo puede resultar mucho más patético. Los socialistas más cualificados por la historia hablan esta mañana de un congreso tranquilo. Muchos socialistas han ido a comprar candiles para buscar un caballo blanco en las agrupaciones. Porque nadie, ni los más adeptos a Pedro Sánchez, niegan que el partido necesite casi una refundación. Me decía un histórico este lunes que el PSOE es sobre todo un proyecto histórico que no puede estar al albur de media docena de escaños. Que se trata de buscar un espacio, un proyecto, una estrategia y después un líder para volver a ser alternativa de cambio social.
Los socialistas han ganado tiempo y el derecho a reencontrarse. Puede sonar metafísico. Pero es una realidad como un piano de cola. Si no aprenden de tantos batacazos seguirán avanzando por el camino de la irrelevancia en compañía del proyecto, en estos momentos agotado, de Pablo Iglesias.