Rajoy, artista sin obra
Hay una larga tradición en el arte de autores con poca obra, incluso nula, que han logrado alcanzar la gloria. Su legado, a caballo entre la impostura y el logro más absoluto, ha abierto caminos que de otra forma nunca se hubieran explorado. Se trata de artistas como Jacques Vaché, del que conocemos sus textos y notables dibujos de la pequeña burguesía de Niza o Cannes, en no más de 80 páginas, gracias a la mirada atenta de André Breton. O como Marcel Duchamp, conocedor de la fuerza de la mente para explicar el mundo por encima de la creación artística, que, tras alcanzar el triunfo con sus equívocos ready made, otra aportación conceptual de André Breton y Louis Aragón, desapareció de la escena artística para jugar al ajedrez en el Bar Melitón de Cadaqués, escuchando el rumor del mar.
En la política española, también tenemos artistas sin obra que, como Bartleby, el escribiente de Herman Melville, se aferran a su «prefería no hacerlo» en el modo de hacer. Uno de los más notables, por su capacidad de noquear el tiempo hasta dejarlo a merced del no tiempo, es Mariano Rajoy. Su obra consiste en mostrar que la política se puede realizar sin sobresaltos, hasta dejar sin aliento a sus adversarios, y en un silencio tan absoluto que llegamos a notar hasta el ruido de la sangre corriendo por nuestras venas.
Rajoy es el político sin musas ni duende. Federico García Lorca se apoyó en Goethe al hablar de Paganni y el «poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica», para definir su particular teoría del duende.
En el caso de Rajoy, sólo se descubre el misterio cuando ya es demasiado tarde para reaccionar contra él. Un ejemplo de su particular visión de la política lo encontramos en la respuesta que da al desafío del independentismo catalán apropiándose de la expresión que Larra inmortalizó: «vuelva usted mañana porque se me ha olvidado».
Hay políticos que actúan como el astro Sol y los hay que lo hacen como agujeros negros, donde ninguna partícula material puede escapar de su campo gravitatorio. En un momento en que la política se basa en generar emociones fuertes para mostrar voluntad de cambio, el mensaje que transmite de zozobra, calma, lentitud, con la determinación de que siempre habrá un momento mejor para afrontar los problemas, resulta toda una novedad.