Quim Torra, desastre final
JxCat no tiene otra cosa para ofrecer que una actitud: la del desafío simbólico y el sacrificio de una presidencia que no ha aportado nada a su causa
Parece que la ciudadanía catalana va a ser convocada a las urnas en cuanto la plana mayor de JxCat se ponga de acuerdo sobre dos extremos esenciales para ella, no para el independentismo ni, por supuesto, para Cataluña.
La primera es el punto mayor o cénit del descrédito de ERC. Las urnas dirán si los de Carles Puigdemont llevan razón al considerar que están comiendo terreno a ERC a pesar de que los sondeos no indican que esta tendencia, manifestada en las últimas elecciones generales, vaya a más.
Sin embargo, a falta de activos que presentar ante el electorado que todavía se supone que comparten con ERC, no tienen otro caballo de batalla que acusar a Esquerra de alta traición, y van a insistir en incrementar los ataques hasta el final.
La tesis de fondo que utilizan los post convergentes y sus allegados se sustenta en la pureza independentista de JxCat, que ya habría depurado a los más blandos, como Marta Pascal o Carles Campuzano, sometido a los menos blandos como Artur Mas y David Bonvehí, y entronizando a los duros como Laura Borràs y Miriam Nogueras.
Pureza y dureza que contrasta con las humillaciones a las que, siempre según los mismos emisores de juicios basados en principios morales, que no en razones políticas, ERC y Oriol Junqueras someten a un movimiento que por culpa de sus constantes renuncias pierde la dignidad.
Estamos pues ante una fase aguda de la estrategia de la copia como valioso sustituto de un original que se habría primero descolorido, luego marchitado, y más tarde desnaturalizado por completo. Resistencia a ultranza, caiga quien caiga, frente a claudicación, que es como pintan al posibilismo.
Si JxCat solamente tuviera en cuenta el desgaste de ERC ya estaría a punto de romper la coalición e ir a las urnas
Se debe suponer, de forma mágica, que de la no claudicación, del cuanto peor mejor, va a provenir la independencia efectiva. Sin hoja de ruta. Sin capacidad de movilización. Sin preparativos. A base de amagar con la desobediencia sin ni siquiera llegar a plantar cara. La fe mueve montañas, y quien no lo crea así es un hereje. Punto.
No tienen en cuenta estas mentes que la resistencia no da el menor resultado en positivo. Se trata de tensionar por tensionar, de sacudir por sacudir el árbol a la espera de caigan tantos frutos en su cesto que les permita conservar la hegemonía en este campo, que es el relativamente mayoritario de la política en Cataluña.
Hablamos, claro está, de frutos en forma de papeletas depositadas en las urnas autonómicas, no de frutos tangibles para los votantes y mucho menos de frutos de la acción gubernamental para el conjunto de una sociedad tan cansada de sentirse estresada que ya empieza a quejarse del mal gobierno de los independentistas.
Da igual. Nada importa más que la actitud, y la de Quim Torra es presentada como ejemplar. Más ejemplar cuanto más es tildada de ridícula por sus detractores. De pronto, también de forma mágica y con su ex presidenta en la cárcel, el Parlament dispone de soberanía y capacidad para enfrentar a las decisiones que, gusten o no, están tomadas por la autoridad competente.
Si en JxCat solamente tuvieran en cuenta el desgaste de ERC ya estarían a punto de romper la coalición e ir a las urnas. Lo único que les podría retener es la demostración de que de la claudicación de Junqueras sólo sirve para legitimar la represión. Si Torra llega a sentarse en alguna mesa negociadora será para reventarla.
Por otra parte, JxCat necesita algo de tiempo, sostienen los menos temerarios, a fin de consolidarse como proyecto político capaz de ofrecer algo a sus votantes que no sean unas prisas, a un supuesto horizonte inmediato, que no pueden conducir a nada que no sea el desengaño de ver que dicho horizonte, como la navegación en altamar, permanece inmóvil en la lejanía en vas de acercarse a ojos vistas.
Lo más probable es que el independentismo coseche en las elecciones algunos centenares de miles menos de votos
Vanas esperanzas. JxCat no tiene otra cosa para ofrecer que una actitud, la del desafío y el sacrificio, aunque tome la forma del desafío simbólico y el sacrificio de una presidencia que no ha aportado nada más a su causa.
Visto lo visto, y teniendo en cuenta que los de Puigdemont van a por todas y a la desesperada, puede presumirse con fundamento lógico que habrá que esperar al mitin del próximo 29 de febrero del flamante eurodiputado en Perpiñán para saber si vamos ya a lecciones o hay prórroga de la agonía gubernamental.
Incluso va a estar en manos de Puigdemont, además de la disolución del Parlament y la fecha de las elecciones, el nombre del candidato o candidata que encabece la lista y aspire a convertirse en el segundo presidente vicario de la Generalitat.
La carta del no surrender ya está sobre la mesa. Pero no va contra el Estado, no en primer lugar. Va contra ERC y el resto de partidarios del surrender o rendición, que serían la auténtica encarnación de todos los males.
Los pronósticos siguen estando a favor de una victoria de ERC en las autonómicas, pero quién sabe. Lo seguro, o lo más probable, es que el independentismo en su conjunto coseche en la próxima ocasión algunos centenares de miles menos de votos que en la última.
A ello se refiere el título del presente modesto pero tal vez no muy desencaminado análisis.