¿Quién teme al CIDOB?

El movimiento independentista ha jugado en Cataluña en los últimos años con una idea que no ha acabado de explotar: sus supuestos contactos con la comunidad internacional, aprovechando que muchos de sus dirigentes hablan y se comunican con cierta facilidad en inglés.

El ex president Artur Mas domina, también, la lengua francesa. Esos conocimientos se contrastaban con la dificultad del presidente Mariano Rajoy para hablar inglés en las cumbres de la Unión Europea. Sí, podía ser hilarante, pero la verdad es que todo eso no ha servido de mucho.

Se habla inglés y francés, se es muy internacional, pero el reconocimiento de la independencia de Cataluña queda lejos. Se ha demostrado ahora con el intento frustrado de Carles Puigdemont de entrevistarse con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. No le ha recibido. Será o no fruto de la presión del Gobierno español, pero esas conexiones no se han concretado.

Ahora, el Govern de Puigdemont dispone de un alfil, el conseller de Exteriors, Raül Romeva, un supuesto internacionalista, en sus tiempos jóvenes, un hombre de ICV, la fuerza política heredera del PSUC. Romeva habla también idiomas y se ha puesto como objetivo que las pocas estructuras de estado que existen en Cataluña, las que pueden ser determinantes, respondan y se muevan a favor de la causa soberanista.

Se trata del CIDOB, un think tank de prestigio en el mundo que tiene como presidente de honor a Javier Solana, tal vez el español más respetado en el concierto internacional por su amplia experiencia al frente de la diplomacia europea.

A Romeva, y al conjunto del Govern, no le gusta cómo ha dirigido el CIDOB su presidente, Carles Gasòliba, un hombre serio, dialogante, y que respeta de forma escrupulosa las instituciones. Se conoce a la perfección la construcción, paso a paso, de la Unión Europea. Fue eurodiputado y formó parte de una Convergència que ha dejado de existir.

La crítica al CIDOB en los últimos años desde el campo soberanista se centra, curiosamente, en que ha ejercidido su papel, de «estructura de estado español», según un digital independentista, que le reprocha que el think tank haya trabajado en defensa de los intereses de determinados sectores económicos y «en un proyecto de estado español que es el del siempre». Es decir, no ha servido a los intereses de Cataluña. ¿Pero qué significa eso?

Una de las más afiladas críticas a Gasòliba se produjo cuando se supo que el CIDOB había organizado unas jornadas en colaboración con el Real Instituto Elcano, otro de los grandes think tanks europeos. Fue en julio de 2014, en Barcelona. Se trató, casi, de un sacrilegio.

Pero veamos. La misión era la de «compartir diagnósticos y propuestas» respecto a temas clave de la agenda internacional. Entre ellos figuraba la posición de Europa ante el nuevo orden global, con una especial atención a los países del sur, y al hecho de que las desigualdades se han acrecentado, con el peligro del deterioro de la calidad democrática en el conjunto de la Unión.

También se abordó el problema energético, con la preocupación que supone que no haya una alternativa europea a corto plazo al gas proveniente de Rusia. No se dejó atrás el inmovilismo, el conflicto y las oportunidades en el Mediterráneo y Oriente Medio, y se reflexionó sobre la integración y fragmentación regional en América Latina.

Es decir, ¡nada, curiosamente, que pueda preocupar a los catalanes! O sí. Son los problemas que pueden favorecer o impedir el crecimiento económico de todos los europeos, entre ellos las pequeñas y medianas empresas catalanas, por ejemplo. Sin embargo, la crítica se centró en que el Real Instituto Elcano está presidido por el Rey Felipe.

En todo caso, sí, está claro que Gasòliba no es un independentista. ¡Habrá que cambiarlo!