¿Quién manda aquí?
A diferencia de los banqueros, al alto tribunal le debería importar un poco más la consideración de lo que piensan los españoles
Vaya lío el del Tribunal Supremo. Que la gran mayoría de sus magistrados están politizados es algo que se deriva de los mecanismos que los elevan a la más alta magistratura, consecuencia, en última instancia, del reparto del poder judicial a cargo los partidos políticos con mayor representación parlamentaria.
Como en otros países, verbigracia los Estados Unidos, los más altos organismos judiciales no están libres de ideología.
Si hay hombres lo suficientemente grandes como para comprar al Gobierno, lo comprarán
En nuestro caso, no parece infundada la sospecha de que el Supremo está controlado por los conservadores, que relegan a los de tendencia moderada a las salas menos importantes, la de lo Civil y la de lo Social, reservándose para sí el control de las que cuentan con mayor peso en la vida política, singularmente la de lo Penal, además de los puestos clave en todo el organismo.
Así se explica que Pablo Casado resulte exonerado, que Pedro Sánchez no se arriesgue a sufrir un revolcón si se mueve vía fiscalía para excarcelar a dirigentes independentistas, como sería su deseo, o que la alegría producida por la famosa sentencia de la sala tercera haya durado menos de veinticuatro horas.
Con un organismo de claro dominio y predominio conservador, lo raro es que hubiera salido una sentencia como la que obliga a los bancos a pagar el impuesto de actos jurídicos de las hipotecas, o sea a retornar su importe a los clientes.
Más raro aún, y sin precedentes que se sepa o hayan salido a la luz, es que una vez se ha dictado se paralice de manera inmediata.
¿Hay guerra en el Supremo? Unos magistrados con sensibilidad social, a los que el ex presidente José María Aznar tilda de populistas, tal como suena, han disparado un misil de crucero desde dentro hacia la propia cúpula. Inaudito. Cambio radical de criterio en relación a sentencias anteriores. Que pague el más beneficiado, que es el banco.
Miles de millones no provisionados en riesgo. Batacazo de las cotizaciones. Alarma general. Hay que hacer algo. De inmediato. Así ha sido. La excusa, que el presidente de la sala se había enterado o no por la prensa, es lo de menos. El agujero en la cúpula será reparado con prontitud y presteza, sus efectos anulados o minimizados de un modo u otro. No lo duden.
Por cuestiones internas, cuando el próximo 5 de noviembre se resuelvan las diferencias, el Supremo habrá sometido a la sociedad española a una ducha escocesa de grandes proporciones.
A buen seguro que, en términos jurídicos, se tratará de una ratificación pero lo más probable es que, en este caso singular, la ratificación esconda una rectificación en toda regla para la inmensa mayoría de los ciudadanos que ya contaban con la devolución. O los bancos devuelven el dinero a todo quisqui o se quedan con él. El resto es maquillaje.
En España hay demasiadas empresas que no cuentan con el menor riesgo de perder dinero: ganan más o menos, pero jamás pierden
De aquí al día cinco hay tiempo sobrado para presionar a los díscolos y buscar una salida airosa. Airosa para la banca, no para el propio tribunal. Ni los bancos ni el Supremo viven de su prestigio.
A los banqueros les importa relativamente poco lo que piensen sus clientes, y menos los cautivos de sus préstamos. A diferencia de los banqueros, al alto tribunal le debería importar un poco más la consideración en que lo tengan los españoles. No mucho más, pero un poco sí.
Pues lo tienen crudo. No hay salida airosa para el TS. Si al final resultara que el pleno de la sala no recorta drásticamente los efectos de la sentencia en cuestión, le van a echar la culpa a su presidente, cuya cabeza ya han pedido los «jueces progres».
Lo pagará el cliente
Peor aún si hay división en dos mitades y trasluce. Pero peor aún, mucho peor, si la gran banca no gana el pulso. La posibilidad de ratificación sin rectificación es muy remota pero existe.
Aún de producirse, acabaríamos pagando entre todos, ya sea mediante subidas de las comisiones u otros costes a cargo del cliente, ya sea mediante nuevas transferencias de dinero público a los bancos.
En España hay demasiadas empresas que no cuentan con el menor riesgo de perder dinero: ganan más o menos, pero jamás pierden. Son demasiadas. Son demasiado grandes. Ya dijo el presidente de los Estados Unidos Woodrow Wilson que “si hay hombres lo suficientemente grandes como para comprar al Gobierno, lo comprarán”.
Lo dijo en 1913 pero algunos todavía no se han enterado. ¿Quién manda aquí?