¿Qué va hacer ERC ante la enajenación de Torra?
Oriol Junqueras tiene la oportunidad de reparar, al menos en parte, el error de incitar a Puigdemont a declarar la DUI en octubre de 2017
Hay dos teorías acerca del camino emprendido por el independentismo catalán. Una dice que, aunque cueste identificarla, existe una estrategia que obligará al Estado a aceptar la autodeterminación. Otra, en cambio, afirma que la única estrategia es aprovechar cualquier coyuntura que se presente para mantener la espiral de agitación porque, sencillamente, “cuanto peor, mejor”.
Cuál de los dos planes se está ejecutando ahora mismo es, a efectos prácticos, irrelevante. Si quien puede no la detiene, la carrera emprendida por el bloque de Waterloo, con Quim Torra a la cabeza, conducirá, a no tardar, a una confrontación tan grave y trascendente como los sucesos de septiembre y octubre de 2017.
ABANDONAR LA AMBIGÜEDAD
Y quien mejor puede detenerla, para que no sean mayores y aún más difíciles de reparar las fisuras abiertas en la sociedad catalana, no es el Gobierno ni los llamados partidos constitucionalistas. El ejecutivo de Pedro Sánchez puede aplicar la mano dura, una opción atractiva para los partidarios de la confrontación. Pero quien puede reconducir la situación es la parte del soberanismo que se resiste a abandonar la ambigüedad.
Quien mejor puede detener la espiral de confrontación es quien aspira a sustituir a Puigdemont al mando del independentismo: ERC
Son quienes, aún el lunes, seguían buscando la manera de distanciarse sin condenar la admiración con que Torra regresó de su excursión a Eslovenia. Y muy principalmente, el partido que aspira a arrebatar el timón del independentismo al caudillo de Bruselas y a su vicario en la Plaza de Sant Jaume, Esquerra Republicana de Catalunya.
Por mucho que el exégeta de cabecera de Torra, Eduard Pujol, explicara que el president no quiso decir lo que dijo, nadie le entendió mal. Torra animó a la insurrección. Solo le faltó decir cuándo.
La diferencia con los hechos de 2017 es que los protagonistas del crescendo de agitación con que se responderá al Consejo de Ministros del 21 de diciembre o al inicio del juicio del procés no podrán decir que no contaban con una reacción enérgica del Estado. O que no creían que ejercer la “democracia” conllevaría el dilema de enfrentar el encarcelamiento o la alternativa de huir.
UN LASTRE LLAMADO CATALUÑA
Que el PSOE y el Gobierno (por no hablar del PP y de Cs) hayan sacado a relucir los instrumentos de los que disponen –la Ley de Seguridad Nacional o, de nuevo, el artículo 155 de la Constitución— deberían tomarse en serio en la sede Govern, en Waterloo y la cárcel de Lledoners.
Después de Andalucía, nada es igual. El rasgo más destacado de Pedro Sánchez es el instinto de supervivencia. La incitación a la insurrección de Torra, unida a la crisis de los mossos y las acciones de los CDR, le dan al presidente del Gobierno sobradas excusas para soltar el lastre que le va a costar su aspiración de mantener el poder: Cataluña.
Que ERC no haya trazado una línea en la arena y dicho “hasta aquí, president” demuestra tres cosas. La primera que, pese a la insistencia con que recuerdan su pedigrí independentista, los republicanos temen como el que más ser acusados de botiflers, la palabra que atenaza como una condena de muerte civil a cualquiera que se desvíe de la radicalidad.
La segunda es que el aparato del partido, en el que hay gentes dispuestas a hacer política, no controla a sus bases y simpatizantes más enardecidos. Más bien al revés: ante la perspectiva de próximas elecciones y la prioridad de superar al conglomerado puigdemontista, cualquier muestra de moderación se traduce en votos perdidos y, por tanto, no es una opción.
No proclamar que nada merece una sola vida desmiente la superioridad moral que Junqueras ha querido imbuir a su partido
La tercera constatación, sin embargo, es la más esencial. Uno de los componentes con que Oriol Junqueras ha imbuido su mandato ha sido el de las virtudes morales de ERC. Se ignora si los sentimientos del líder republicano son sinceros o tan solo responden a un deseo de diferenciar el catalanismo primigenio de ERC del más elitista e interesado de los sucesores de Convergencia.
Pero asumir como seña identidad la altura moral impone una obligación. El capital personal ganado por Junqueras al afrontar las consecuencias de los hechos de septiembre de 2017 ya quedó disminuido cuando su mano derecha y heredera declarada, Marta Rovira, tomó la decisión opuesta y huyó a Suiza.
No proclamar que nada –ni siquiera el encarcelamiento de los presos del procés o el resultado futuro de los juicios— merece poner en riesgo una sola vida, sea el que sea su origen o adscripción, desmiente esa pretendida superioridad moral.
LA INGENIERIA INVERSA DEL INDEPENDENTISMO
El independentismo post-procés ha desarrollado un curioso mecanismo de ingeniería inversa por el que razona sus actuaciones después de actuar. Y cuando no es posible –como la purga no efectuada de los mossos—simplemente deja de hablar de ello. La estrategia, en cualquier caso, sigue a los hechos consumados y luego se vende a un público fiel con el infalible lenguaje del agravio, de la resistencia, del orgullo patriótico… en una palabra, de la república.
Hace unas semanas, Agustí Colomines, ideólogo del híper nacionalismo y supuesto gurú de cabecera de Carles Puigdemont, criticaba la “ingenuidad” mostrada hasta ahora por el independentismo y afirmaba que solo “la confrontación” lograría forzar al Estado a pactar. En el mismo argumento, dejaba caer que “en todas las independencias ha habido muertos”, para explicar que la catalana tardaría más si no los hay.
La ‘boutade’ de Colomines sobre “muertos” dejó de serlo cuando se inscribe en la cadena de hechos y declaraciones que han seguido
Lo que podía pasar por una boutade deja de serlo cuando se sitúa en la cadena de hechos y declaraciones posteriores. Quim Torra anima a los CDR a “apretar” y estos se lanzan a tomar el Parlament. Luego, desautoriza y amenaza a su propia policía por los incidentes de Girona y Terrasa y anima a la insurrección a la eslovena (jaleado por el alienado Toni Comín). Para rematar, amparado en la más débil de las excusas, el Govern justifica por qué no ordenó a los mossos impedir los cortes de carretera del pasado domingo.
Cataluña se debate entre el desgobierno y el no gobierno. Entre las protestas sociales por la incapacidad de la Generalitat de atender los problemas reales y el derrumbe programado de la convivencia, la cohesión social y –una palabra que ha dejado el argot autoritario desde que la usa Íñigo Errejón—el orden.
LA ‘CRIDA’ ES UN SUSURRO
Ante el fracaso del intento aglutinador del independentismo –la Crida no es más que un susurro y el Consell de la República, un colla d’amics— la ingeniería inversa del bloque de Waterloo se ha resignado a que su estrategia ganadora sea dejarse apretar por los custodios del dogma.
El independentismo formal, en el que aún de distinguen tenues líneas de partido, ha caído prisionero de los creyentes verdaderos; de los septons de Juego de Tronos, que marca el camino bajo amenaza de declarar traidor a quien rompa la omertá: la ANC de la iluminada Elisenda Paluzie, los antisistema de la CUP y los cachorros más agitados de ERC y los residuos mas radicales de Convergéncia, especialmente en la Cataluña rural.
Animar a una confrontación “hasta las últimas consecuencias” es un acto de suprema irresponsabilidad en boca de un gobernante. Con esas palabras, Quim Torra se asegura un lugar cercano, pero menor, a los hermanos Badía que tanto admira cuando se escriba su párrafo en la historia de Cataluña.
ERC y Oriol Junqueras tienen la oportunidad de ponerse al frente de una reacción contra una espiral en la que cualquier concepción de Cataluña será la primera víctima.
Qué lo hagan por convicción moral. Pero si no es argumento suficiente, que lo hagan por interés. En los momentos más cruciales, hacer lo correcto es a menudo lo más rentable. En octubre de 2017, ERC se equivocó empujando a Carles Puigdemont a proclamar unilateralmente la república en lugar de llamar a las urnas. Es hora de que repare ese tremendo error.